Patrimonio de la Humanidad
Los intérpretes ·
Visionario, apasionado, genial, conectado con la vida, casi un milagro... Ocho artistas que conocen bien su obra la comentan y contextualizanSecciones
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Visionario, apasionado, genial, conectado con la vida, casi un milagro... Ocho artistas que conocen bien su obra la comentan y contextualizaniratxe bernal
Sábado, 12 de diciembre 2020, 02:29
Bethoven era tan «genial», «revolucionario», «temperamental», «apasionado» o «visionario» como vehementes resultan sus «mensajeros» al hablar de la universalidad de su legado. Si Juanjo Mena, Erik Nielsen o Robert Treviño consideran su obra como «la columna vertebral» para cualquier director de orquesta, Joaquín Achúcarro o ... Judith Jáuregui no dudan en calificarle como «el Himalaya del repertorio pianístico» mientras las violinistas Lina Tur Bonet y Leticia Moreno ensalzan una figura humana que «debería de servirnos de ejemplo en estos tiempos porque nos muestra cómo sobreponerse a situaciones durísimas y transformar sus miserias en belleza y verdad». «Es Patrimonio de la Humanidad; pero no solo la Sinfonía Nº 9, sino todo él», recalca el chelista Asier Polo.
«Cuando hablamos de una expresión artística es muy difícil determinar quién es el mejor: es absurdo y hasta casi estúpido. Basta con decir que fue un monstruo, un genio enorme. A la altura de quienes nos dieron el fuego, la rueda o la navegación a vela», dice Achúcarro. «Amplió las formas musicales hasta un límite insospechado, de una manera que sobrecoge. Si tuviera que escoger una única palabra para definirle escogería energía, con mayúsculas -añade-. Su música es un derroche de fuerza colosal que, además, es mantenido, sostenido».
«Fue un mago en la distribución de la energía y la tensión», coincide Mena. «Está en el centro neurálgico de la Historia de la Música por su magistral habilidad en recoger el testigo del pasado en su estructura y su forma y superarlo, sin poner límites, rompiendo fronteras, amando por encima de todo la libertad creativa en busca de una modernidad continua. Es maravilloso descubrir su genialidad y capacidad para desarrollar, a partir de una célula mínima, toda una estructura musical sólida en la que la distribución de energía, el contraste y la tensión se retroalimenta continuadamente», explica el director vitoriano. «Me imagino que, cuando en su época la gente escuchó a Mozart, su genio fue evidente porque sus innovaciones estaban siempre dentro de la proporción de la tradición, de la convención. Pero Beethoven rompió el molde», añade Robert Treviño.
Decir que es «un mago» parece más que acertado cuando todos reconocen que, después de 250 años, el compositor aún guarda sus secretos. «Pese a que hoy tenemos más recursos que sus coetáneos para entenderle, hay piezas que aún nos desafían a comprender esa tensión enorme que hay en ellas. A comprenderla… y a disfrutarla. Estoy pensando, por ejemplo, en sus últimos cuartetos. Ahí ya estaba viviendo en una galaxia propia», señala el pianista bilbaíno.
Una galaxia que impone mucho respeto. «En mi caso, he realizado dos ciclos completos de sus conciertos para piano, he dirigido 'Fidelio' y todas sus sinfonías en múltiples ocasiones, con la excepción de la 'Heroica'. La considero tan extraordinariamente compleja que necesitaré más tiempo y madurez», subraya Mena.
«Cuando me enfrento a sus partituras me siento ante una montaña que parece cada vez más alta y escarpada aunque aprenda nuevas rutas para llegar a la cumbre», reconoce Treviño. Aunque para el director titular de Euskadiko Orkestra, «lo más impresionante es que, pese a eso, Beethoven se muestra desnudo. Al final, solo está el hombre».
«Hace que te despojes de todo lo que no es necesario. Tiene una profundidad que te hace crecer como intérprete, pero también como persona. Nunca dejas de aprender, de admirar cuánta humanidad hay detrás», señala Judith Jáuregui. «Es un torbellino y está lleno de sufrimiento porque tuvo una vida durísima, pero siempre nos ofrece la salvación. Llega a lo divino desde lo humano. Desde lo brutalmente humano. Está en un altar sagrado y al mismo tiempo no hay alma que se resista», destaca la donostiarra, que durante seis años ha formado parte de un ciclo en el que entre varios pianistas han interpretado la integral de sus 32 sonatas.
Como ella, Leticia Moreno también insiste en humanizarlo, «pese a tener la música como religión y a Beethoven, como uno de mis dioses». «Es un compositor muy conectado con la vida y con las miserias cotidianas que puede sufrir cualquiera. Yo animo a leer su biografía porque, a pesar de que lo tengamos mitificado, su vida es tremendamente conmovedora. Creo que incluso puede ayudarnos a poner en perspectiva lo que estamos viviendo este año», recomienda.
«Tuvo que plantar cara a muchas adversidades y desde muy joven. Casi es un milagro que compusiera como lo hizo y que todo lo vivido reforzara además sus convicciones», añade Lina Tur Bonet recordando una de las máximas del músico: «Hacer todo el bien posible. Amar la libertad sobre todas las cosas y, aun cuando fuera por un trono, no traicionar jamás la verdad».
También habla de milagro Erik Nielsen, quien reconoce que cuando estudia alguna de sus partituras busca «constantemente» la evidencia de su sordera. «Hay ediciones de sus orquestaciones tremendamente útiles para clarificar la composición que no pudo escuchar o modificar», cuenta. Para el director titular de la Orquesta Sinfónica de Bilbao (BOS) resultar abrumador pensar, por ejemplo, en el «estado mental en que compuso en 1803 el oratorio 'Cristo en el Monte de los Olivos', donde en las primeras palabras, que van dirigidas a Jehová, escribe 'envíame consuelo y fuerza'». «Un año antes -cuando tenía 32 años-, describió en el llamado 'Testamento de Heiligenstadt' el tremendo sufrimiento y vergüenza que le causa su creciente sordera. Reconoce que es incapaz de socializar con los demás y que sólo 'el arte' evita el suicidio. Imaginen».
«Transmite siempre un mensaje de perseverancia ante las adversidades y lo construye muy suavemente», explica Treviño, quien tiene un claro ejemplo. «La 'Oda a la alegría' es como una revolución. Comienza de una manera que pocos notan, como una sola vela de esperanza en medio de una tormenta de injusticia que al final se convierte en muchas velas que se mantienen en una vigilia por mucha gente y que se convierte en un gran movimiento imposible de detener», describe.
Un final que pudo haber cambiado. Aunque, eso sí, solo formalmente, como recuerda Nielsen. «Tras el estreno en un concierto que duró cuatro horas rematadas con esa fantasía coral que es como los títulos de crédito del cine, que da la oportunidad de salir de nuevo a escena a todos los participantes, comentó a su editor que se podría modificar la letra, que había sido escrita a toda prisa la noche anterior. La única condición era que después de cualquier posible cambio de texto debía mantener su 'kratf' (fuerza)».
«Es siempre fiel a sí mismo. Tanto a su estilo como a sus creencias. Está muy comprometido con el momento histórico que le tocó vivir», señala Asier Polo. «La música es una forma de acercarse a la historia, y la suya te lleva a una época revolucionaria en la que el hombre empieza a exigir sus derechos, y él lo hace. Es el primer autor que no trabaja por encargo, que no está sometido a los gustos de otro, y eso le permite hablar de cosas como la libertad. Se aprecia en las composiciones y en las dedicatorias, aunque se arrepintiera de alguna», señala el chelista en alusión al fiasco napoleónico.
Polo también aprecia esa perseverancia en su escritura. «Es muy consecuente con su manera de componer. Aunque la música siempre es genial, en algunos instrumentos encaja mejor que en otros y él lo sabe, pero le da igual. No le importa porque no busca el virtuosismo. No quiere que nada empañe el mensaje, de modo que el esfuerzo de intérprete no se deja ver, pese a que está ahí. El 'Triple concierto para violín, violonchelo y piano' posiblemente sea la pieza más difícil para un chelista por su tesitura tan aguda, pero el público no percibe ese nivel de exigencia. Y, desde luego, para el intérprete es siempre gratificante», explica Polo.
«El intérprete se diluye. Somos meros instrumentos para hacer llegar un mensaje al público», insiste Leticia Moreno, quien interpretó precisamente 'el Triple' en su primer concierto con orquesta. «Tenía doce años y lo disfruté muchísimo. Me pareció una música tan clara, tan real. No utiliza la música para evadirse, sino que trata de traer su universo a la tierra», dice emocionada.
«Al fin y al cabo eso es el Romanticismo; poner la esencia en el 'yo'. Ponerse uno solo ante la naturaleza como 'El caminante sobre el mar de nubes', de Friedrich y reivindicar los sentimientos propios, tu verdad. Es una revolución humana», coindice Tur Bonet. «Yo aprendí música con mi padre, que era clarinetista, y siempre discutíamos sobre quién era más grande: Beethoven o Bach. He tenido que empezar a tener canas para comprender la grandeza de su obra y su trasfondo humano e incluso su sentido del humor, esa retranca tan vienesa que también tiene y con la que puede lograr algo tan difícil como hacer reír al espectador», subraya la violinista, que acaba de publicar un álbum con las sonatas Nos. 9 y 10, que también le ha servido para dar la razón a su padre.
En él ha tratado de ponerse ante las partituras «como si fuera la primera vez que alguien las interpreta». «Hemos querido volver a la versión que Beethoven ideó, porque en la interpretación también hay modas y creemos que algunos de los rasgos originales se han suavizado para que parecieran menos rudos. Nosotros queremos recuperarlo para apreciar lo que realmente tuvo de rompedor en su época», explica la violinista. «Hoy, con las posibilidades que ofrecen los instrumentos modernos y también las vivencias y la herencia que tenemos de la música que vino después, la verdad es que mantener su esencia es un reto, un ejercicio constante de purificación», coincide con ella Judith Jáuregui.
Dos siglos y medio dan para muchas modas, pero lo esencial siempre llega a las nuevas generaciones. «Tenía once años cuando escuché por primera vez a Beethoven -concluye Robert Treviño-. Fue la Sinfonía Nº 1 y me pareció caótica. Con quince años dirigí por primera vez una de sus sinfonía y comenzó a tener un verdadero significado para mí. Sentí la oleada de energía que proviene de su música. No le respondí ni musicalmente ni históricamente, sino que conecté con su ímpetu visceral y rítmico. Me pareció que era moderno, como si estuviera trabajando en una música muy viva. Como rock and roll». Y ya se sabe, los viejos rockeros...
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