Un pasado demasiado presente
'Fuego cruzado' ·
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'Fuego cruzado' ·
Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío analizan el marco crispado de la primavera del 36Tomás Alfaro Fournier, alcalde de Vitoria en los años treinta, asistía a la crisis de la República y, como cuenta Santiago de Pablo en la edición de sus diarios ('Una tragedia política', 2024), anotaba el 11 de julio de 1936: «Los partidos republicanos nada tienen ... hoy que hacer; atacados duramente por las derechas y desbordados por las extremas izquierdas, viven en el poder lánguidamente, sin arraigo en las masas populares». Azaña, su jefe de filas, escribía en el suyo ya en marzo: «El hombre neutro está asustadísimo».
El deslizamiento hacia los extremos y el debilitamiento de expresiones respetuosas de la democracia se han señalado como causas de aquel fracaso. No de su final, pues solo el revisionismo discute que fuera un golpe militar la razón de ello, pero sí de los hechos que lo agotaron. Lo ocurrido en la primavera de 1936, desde las elecciones de febrero al 18 de julio, se examina como un previo que no justifica lo ocurrido después, pero que explica mucho de lo que pasó luego. El crescendo de violencia política -977 episodios graves con al menos 484 muertos- la incapacidad del Estado para enfrentarla, la brutalización de la política y la radicalización de algunos agentes aparecen como factores singulares. Y al conocer como conocemos la historia, la tentación es valorar aquello retrospectivamente y ligarlo a la crisis final, en lugar de considerar que ocurría sin que sus protagonistas y entorno conocieran el desenlace.
La causalidad de la primavera del 36 con lo ocurrido después la establecieron los sublevados, justificando su golpe para evitar el que preparaban los comunistas, algo totalmente falso. Pero, más allá de la manipulación, los historiadores discuten la naturaleza de la violencia de entonces. Rechazando todos la conexión fatal, unos achacan toda la responsabilidad a los alzados y otros señalan que la violencia previa y posterior guardan relación, que no se olvidó al iniciarse la contienda y que contribuyó luego a que esta fuera mayor o menor.
En la polémica, los primeros acentúan el carácter violento de los años de entreguerras en toda Europa, de manera que las «cifras cruentas» republicanas -como tituló uno de sus representantes historiográficos, Eduardo González Calleja- no alcanzan el nivel de las de otros países, ni la tensión social y política vivida. España entraría en un marco crispado que no dio lugar en otros lugares a sublevación alguna. Por su parte, el reciente libro de Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío -'Fuego cruzado. La primavera de 1936'- analiza con minuciosidad y abundancia de fuentes ese tiempo. En su caso, acentúan factores como la radicalización del socialismo de Largo Caballero, la patrimonialización republicana tras la deposición de Alcalá Zamora, los errores del nuevo presidente Azaña y sus jefes de gobierno, la participación en la violencia social y política de sectores gubernamentales, el desplazamiento republicano por el obrerismo del Frente Popular, la deslegitimación del poder judicial al disputarse el control de los togados, la belicosidad de la retórica parlamentaria, la imposición del poder callejero frente al institucional, la inexistencia de una estrategia de la tensión fascista o las restricciones a la libertad de expresión para proteger el régimen.
Los autores no se dejan llevar por el derrotero al que conduce su descripción minuciosa de esa carrera hacia un abismo conocido a posteriori. Cada poco advierten al lector de que no caiga en esa tentación, pero resulta inevitable. La ambición personal radicaliza un socialismo templado, el gobierno reformista se deja llevar por sus socios revolucionarios, a la vez mediatiza legalmente a la prensa para evitar ataques a la República, la labor de los jueces se cuestiona, la demagogia preside el debate parlamentario, las instituciones son incapaces de manejar la situación y dan alas al poder de la calle, los extremistas engordan y desplazan a sus respectivos moderados, desesperanzados con el futuro del régimen, y el centro político y la mesura se desvanecen mientras se imponen la impaciencia y la mirada polarizada y partidista. Falta el factor disgregador de los nacionalismos periféricos -debilitados tras octubre del 34-, pero, de incorporarse, tendríamos un dibujo aproximado de la crisis actual.
Así, la historia hace guiños presentistas, a pesar de la voluntad de los historiadores y más allá de la distancia sideral que separa los años de entreguerras de los nuestros. Se pone a prueba aquel tiempo con exigencias del hoy: el respeto al Estado de derecho, la división de poderes o la invasión partidista de las instituciones. La lectura de este magnífico libro sobre el final republicano se proyecta subliminal e inquietantemente como escenario de un tiempo que nadie quisiera repetir.
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