Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Sergio garcía
Sábado, 15 de agosto 2020, 20:17
La primera noticia que tuve de su existencia fue en el estreno de 'Gandhi', el monumental fresco sobre la independencia de India y los obstáculos que ese abogado de aspecto frágil y férrea determinación tuvo que vencer para alcanzarla. Envuelto en un sencillo paño, a ... aquel hombre le bastaba con un puñado de sal y una guedeja de lana para dar una lección de geopolítica a la mayor potencia que había conocido el mundo. Hicieron falta tres viajes al país de los sadhus para que mis pasos me condujeran hasta Amritsar, la ciudad donde, me aseguraban, había comenzado todo. Yo casi había olvidado la anécdota y si aterricé allí fue en busca del Templo de Oro, una suerte de Vaticano para los sijs, esa religión poblada de barbudos que se ponen kohl en las cejas mientras envuelven su melena en un turbante. El puñal en la cintura es opcional.
Jallianwalla Bagh no es un jardín al uso, al menos no uno al que acuda la gente para admirar arrietes florales mientras pasean a la sombra de árboles frondosos como doseles. El césped está salpicado de calvas y, a falta de saltamontes, son los envases de plástico los que van dando tumbos. Se accede a él por un angosto pasadizo de paredes rosa, custodiado por un guardia panzudo que se vería en apuros si tuviera que perseguir a algún carterista. Pero uno no tarda en comprender que algo no encaja. No hay columpios y los niños se conducen como adultos mientras sus padres caminan con la cabeza gacha. La gente se saca fotos, pero no buscan captar una especie de orquídea de rabioso exotismo, ni una escultura con la que neutralizar el contraluz. Hacen cola ante un muro de ladrillos y se retratan. Un muro cosido a balazos.
Acuden en masa para rendir homenaje a sus muertos y lo hacen acompañados de sus hijos para explicarles por qué las cosas son del modo que son y no de otra manera. Allí les cuentan la historia del brigadier Reginald Dyer, el carnicero de Amritsar, que en tiempos de la colonia reprimió una manifestación pacífica, causando 379 muertos y un millar de heridos. Eso según las fuentes oficiales. Dyer estaba enfurecido. No porque la situación se le fuera de las manos, sino porque el único acceso era tan estrecho que le impidió meter dos blindados con ametralladoras. Aún así consiguió desplegar a 90 soldados, en su mayoría gurkhas y baluchis, armados con rifles Lee-Enfield, que dispararon contra la multitud por espacio de diez eternos minutos. En el fragor de la masacre, la gente buscaba refugio en un pozo al que se arrojaba aterrorizada y donde los muertos se contaron por cientos, aplastados contra el suelo o por los cuerpos que les caían encima.
Los ecos de aquella matanza hace tiempo que se apagaron. India es hoy la mayor democracia del mundo, tiene satélites orbitando y un programa nuclear que pone los pelos de punta. Que dejara de ser una colonia y pudiera regir su propio destino se gestó aquí. Y que lo hiciera sin violencia es la mayor lección que ha dado al mundo.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.