CÉSAR COCA
Sábado, 26 de agosto 2017
Afinales de diciembre de 1922, durante la reunión del primer Congreso de los Soviets de la Unión Soviética, Serguéi Kirov propuso la construcción de un palacio en Moscú destinado a ser sede del poder del nuevo Estado y al tiempo el centro de gravedad de ... la capital. Kírov, cuyo asesinato en Leningrado en 1934 fue la chispa que desató la oleada de represión mayor en la historia del país, no tenía una idea exacta de cómo debería ser el edificio ni dónde había de ubicarse. Unos meses antes, las miradas se habrían dirigido hacia Lenin, pero el líder bolchevique se consumía en Gorki a consecuencia de un infarto cerebral que lo había dejado postrado en una silla de ruedas, incapacitado para escribir y mermado en su capacidad de hablar. En esa situación, y aunque nominalmente Vladimir Ilich Uliánov seguía siendo el máximo dirigente del Estado, quien decidió sobre la cuestión fue Stalin. Y su veredicto fue que ese palacio se haría.
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Antes de determinar cómo sería el edificio, Stalin fijó dónde se levantaría: en el lugar que ocupaba la catedral de Cristo Salvador, a orillas del Moscova. En 1931, el lujoso templo ortodoxo, inaugurado en 1883 y el mayor del mundo en su género, fue derribado para dejar sitio al Palacio de los Soviets. Casi al mismo tiempo, se convocó un concurso internacional para el proyecto, en el que participaron algunos de los mejores arquitectos del siglo, incluidos Le Corbusier y Gropius. El comité encargado de la selección estaba presidido por Stalin –quien desde la muerte de Lenin en enero de 1924 ejercía ya un poder absoluto sin freno alguno– y el diseño elegido fue el del arquitecto soviético Borís Iofán, que gozaba de gran prestigio en su país y era uno de los técnicos mimados por el Kremlin. A despecho de la modernidad arquitectónica que tantos participantes en el concurso propugnaban, el estilo del palacio era un ejercicio de eclecticismo en el que no faltan elementos descaradamente copiados a algunas célebres torres de Nueva York y Chicago.
Ignorarlo todo sobre arquitectura –como sobre tantas otras cosas en las que también tomó decisiones radicales– no fue impedimento alguno para que Stalin corrigiera a su gusto el proyecto. En su afán por levantar un edificio que asombrara al mundo y reflejara el poder soviético frente a la decadencia capitalista, ‘estiró’ más de cien metros el diseño de Iofán y lo coronó con una gigantesca estatua de Lenin que también debía derrotar en tamaño a la de la Libertad. La guinda del plan era que su despacho se situaría en la cabeza de la estatua y así, desde el mirador situado en la abertura de los ojos, podría vigilar la vida en la capital. Un delirio digno de un cómic.
En total, el edificio debía alcanzar los 495 metros. «El cielo no debe asustarnos, camaradas», exclamó ante un grupo de arquitectos que recibieron con consternación sus instrucciones. El Empire State, cuya construcción estaba prácticamente terminada por esos días, llega con la antena hasta los 443 metros.
En el plan general de la ciudad, publicado en 1935, ya se definió una verdadera revolución urbanística que debía dejar la capital soviética irreconocible: miles de edificios habían de ser derribados para abrir grandes avenidas, ningún inmueble del centro debía tener menos de seis plantas, se construirían sucesivas avenidas en forma de anillo... y siete rascacielos que formarían una estructura que tendría su apoteosis en el Palacio de los Soviets.
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Tras el derribo de la catedral y la retirada de los escombros –tarea que llevó casi un año– fue necesario abrir una fosa enorme. Ese trabajo, así como después el de cimentación, se desarrolló a buen ritmo si se tiene en cuenta la magnitud de la tarea. Se dice que el propio Stalin acudía muchas mañanas a la obra para supervisar su marcha. Los problemas empezaron en 1937, en coincidencia con el octavo centenario de la fundación de la ciudad, cuando se abordó la construcción de la parte ‘visible’ del inmueble.
El primer bloque del edificio, una enorme base –casi 500 metros de longitud por 250 de anchura– sobre la que descansaría el resto, pudo concluirse en un plazo razonable. Pero los cimientos estaban cada vez más afectados por capas freáticas próximas al río y el responsable del proyecto no parecía capaz de resolver el problema que eso suponía. Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial los trabajos se ralentizaron y en 1941, con la entrada de la URSS en la contienda, se paralizaron por completo. Las urgencias bélicas fueron tales que lo construido hubo de destruirse para aprovechar los materiales, sobre todo el acero y el granito, incluso el hormigón.
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En realidad, la guerra evitó el desastre hacia el que caminaba el proyecto. Iofán tuvo suerte porque durante la represión desatada a partir de 1935 muchos artistas, intelectuales, ingenieros y técnicos fueron deportados a Siberia o directamente asesinados por cosas mucho menores que un fracaso de esa dimensión. Incluso tan solo por escribir un epigrama crítico.
Al terminar la guerra, Stalin puso mucho interés en la construcción de los siete rascacielos (todavía se los conoce como las ‘siete hermanas’ y son parte fundamental de la imagen de la ciudad) pero pareció olvidarse del Palacio de los Soviets. Sin embargo, la cancelación oficial del proyecto no llegó hasta 1961, con Kruschev instalado en el Kremlin. Para entonces, apenas si quedaban los cimientos porque todo lo demás había sido utilizado en otras obras. En cambio, los siete rascacielos habían sido construidos a un ritmo sorprendente: las obras comenzaron en 1947 y seis años más tarde estaban todos terminados.
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Se decidió entonces constuir una piscina sobre esa gigantesca base. Puestos a conseguir algún récord a orillas del Moscova, el régimen se apuntó el de la mayor piscina al aire libre del mundo. Y cuando el régimen comunista colapsó, la Iglesia ortodoxa pidió al nuevo Gobierno que reparara el agravio del derribo de la catedral permitiendo que, en el mismo lugar que ocupaba la deteriorada piscina, se levantara un edificio que fuese una copia exacta del anterior.
La construcción se realizó entre 1995 y 2000. Cuando se contemplan las fotos de la catedral vieja y la actual es tan difícil hallar diferencias que parece casi imposible que sean dos edificios distintos y que entre uno y otro alguien pretendiera levantar en ese mismo lugar un proyecto megalómano y demencial.
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