Las palabras del campo
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El escritor vallisoletano refleja como ningún otro autor de su siglo el habla del mundo rural, una terminología «terruñera» de la que era consciente de que se hallaba al borde de la desapariciónirene barberia
Viernes, 16 de octubre 2020, 22:02
Cuando uno piensa en el legado de Miguel Delibes automáticamente piensa en lenguaje. Pero con este concepto de lenguaje van unidas, como debe ser, otras voces: tradición, cultura, comunidad y también plurilingüismo. El autor vallisoletano supo ensalzar el carácter plural de las gentes a través ... de su habla, otorgando a cada uno de sus personajes una voz propia, individualizada, que reflejara su historia, sus costumbres y sus circunstancias. Sus personajes, así como la voz del narrador, cobran vida en sus novelas y se convierten en seres reales, hablan a su manera y en su discurso se revelan sus orígenes, su carácter y sus experiencias. Delibes se interesó de manera especial a lo largo de su producción literaria por las comunidades rurales de su Castilla natal, de sus hábitos y su forma de hablar. A través del lenguaje de sus personajes supo dar cuenta de una cultura y unas tradiciones que hacía ya tiempo se estaban perdiendo.
El éxodo rural fue, quizá, su mayor preocupación. No por ceder ante el progreso que ofrece la vida en la ciudad, sino por haber «matado la cultura campesina», al no sustituirla «por nada, al menos, nada noble», explicaba él mismo en su obra 'Castilla, lo castellano y los castellanos'. Con el progreso, según el autor, el paisaje rural se impersonaliza y poco a poco pasa a asociarse a la idea de miseria, de abandono. La destrucción de la vida rural implica el asolamiento físico de las aldeas, pero también una ruina espiritual completa al desprenderse el hombre de toda referencia personal, vital, relativa a su comunidad, incluso lingüística. Para Delibes, el campo representaba la sabiduría popular, a través de su precisión léxica, de su carácter evocador… todo lo contrario al lenguaje de posguerra, censurado y manipulado.
En 'Diario de un cazador', su protagonista Lorenzo, bedel y cazador, es un hombre sencillo, con muy poca formación. Su habla revela múltiples giros y modismos asociados a las costumbres más básicas del hombre del campo: 'estar de mal café', 'atocinarse', 'subirse a la parra', 'atufarse', 'poner a caldo' o 'estar como un clavo a la puerta'. A través de él, Delibes expone su conocimiento sobre la caza, con un vocabulario casi técnico: 'marrar una liebre', 'dar ganchitos de salida', 'cazar de ojeo', 'entrematar'. Además, Lorenzo abusa de verbos como 'quedar' o 'caer' en lugar de 'tirar, derribar, cobrar': «Zacarías lo quedó de un tiro», «Volaron tres gallinas y caí una.» Este tipo de lenguaje se mantiene en 'El camino' y se convierte en marca personal del autor a partir de 'Las ratas', quizá su máximo exponente de este lenguaje rural castellano. A partir de esta obra, la lucha entre ciudad, con su lenguaje neutralizador, paupérrimo y ordinario, y campo, donde hay un nombre para cada cosa, voces fieles y exquisitamente matizadas, serán una constante en su obra.
Esa terminología terruñera que, en palabras del propio autor, «pertenece más al pasado que al presente», dibuja al detalle las situaciones y los paisajes de la vida rural y es desconocida a ojos del extraño a esos ambientes. Por ejemplo, términos relativos a la topografía local, donde los lugareños distinguen entre 'teso', 'páramo', 'cueto', 'linderones' y 'alcores'; o los sustantivos relativos al mundo vegetal, como 'carrizo', 'espadaña', 'junquera', 'mato', 'argaya', 'releje', 'carcavillo' o 'pinabete'; así como las actividades propias de la labranza: 'hacer la sementera', 'aricar los sembrados', 'binar los barbechos'; 'cernir el tamo', 'cubrir la paja con un serillo de cebada'…
Dejando a un lado los animales domésticos más comunes, también se recoge el uso de nombres menos conocidos que designan otros animales, como 'alcaraván', 'alcotán palomero', 'camachuelo', 'pardillo', 'escribano', 'engañapastores', 'rabilargos', 'cínife' o 'triguero'; también expresiones que describen las tareas que los campesinos llevaban a cabo con sus animales, como son 'catar las colmenas', 'confiar la pollada al pollo capón' o utilizar 'lanchas' y 'alares' para cazar perdices.
Al contrario que sus predecesores del 98, Delibes se caracterizó por huir de cualquier afán regenerador ante la miseria de una España abandonada y se centró en la denuncia de un mundo que agonizaba, el de una España rural despoblada y destruida. Se consideró, de alguna manera, notario de una realidad olvidada y quiso hacerla visible a través del lenguaje en su obra. Para ello, utilizó con gran habilidad un sinfín de recursos que la lengua dispone, entre los que se encuentran todas esas voces relativas al campo, a la actividad agropecuaria, a la caza y a las labores y los hábitos de la vida en la meseta castellana, que hoy día están prácticamente en desuso. Gracias a su labor como lexicógrafo ha quedado constancia en su obra de un extenso vocabulario propio que ha ido cayendo en el olvido, porque las lenguas, reflejo de nuestras costumbres y tradiciones, van cambiando con el tiempo.
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