![La Orquesta Sinfónica de Bilbao, un siglo de la mejor música](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202203/03/media/cortadas/Imagen%20bos-krEB-U160118650042427D-984x819@El%20Correo.jpg)
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César Coca
Sábado, 5 de marzo 2022, 00:07
La obertura 'Patria' de Bizet, el preludio 'El diluvio' de Saint-Saëns, la 'Rapsodia noruega' de Svendsen, la Sinfonía 'Nuevo Mundo' de Dvorák, una selección de 'Los maestros cantores de Núrenberg' de Wagner y la obertura de 'Le roi d'Is' de Lalo. Es el programa -hoy parece demasiado largo y extrañamente ordenado- con el que la Orquesta Sinfónica de Bilbao, dirigida por el belga Armand Marsick, se presentó al público el 8 de marzo de 1922 en el Teatro Arriaga. Una orquesta que, tras haber atravesado una crisis que la situó al borde del abismo, cumple un siglo convertida en un agente imprescindible de la cultura local.
En su origen, como en casi todo lo que se creó en Bilbao entre 1880 y 1930, está la sociedad civil. Concretamente, un grupo de familias pertenecientes a una burguesía ilustrada, amante de la cultura y preocupada por traer a su ciudad aquello de lo que disfrutaban muchas capitales europeas.
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isabel toledo | césar coca
La actual BOS no fue fruto del primer intento de crear una orquesta sinfónica en la Villa. A partir de mediados del siglo XIX se habían sucedido las iniciativas encaminadas a ello, con resultados más bien efímeros. La Sociedad Filarmónica -sería más correcto decir sus fundadores- estaba entre las entidades que deseaban promover la creación de una orquesta. En su impulso inicial estaban los creadores del 'Cuartito', tres aficionados irreductibles que lo mismo hacían música ellos que buscaban por todo el continente artistas que vinieran a Bilbao. Se trata de Lope de Alaña, Juan Carlos de Gortazar y Javier de Arisqueta. Son apellidos que aparecen una y otra vez en todas las iniciativas musicales que se llevan a cabo en la ciudad durante más de un cuarto de siglo.
Los inicios fueron alentadores. Una buena prueba de ello es la lista de solistas invitados que tocaron con la orquesta a partir de los últimos años veinte, con Arámbarri en el podio: Kreisler, Rubinstein, Thibaud, Iturbi, Piatigorski, Zabaleta, Szeryng, Benedetti Michelangeli, Sainz de la Maza... En muchos casos eran conciertos contratados por la Filarmónica en una feliz asociación que colocó a la Villa en un lugar preferente dentro de la vida musical del sur de Europa. Al finalizar la Guerra Civil, la orquesta ya era de titularidad municipal, por decisión del alcalde Lequerica, antiguo socio de la formación.
El largo período de Arámbarri en el podio fue coronado un lustro después de su marcha por un director joven, que solo estuvo cinco años al frente de la orquesta pero que dejó una huella profunda: Rafael Frühbeck de Burgos hizo un trabajo de tal categoría que fue 'reclamado' en Madrid para dirigir la Nacional. A él se debe el estreno en España de la versión íntegra de 'Carmina Burana'.
El buen momento artístico de la orquesta continuó con Pedro Pírfano y parecía que con la entrada de la Diputación en su patronato se consolidaba su estructura. Pero no fue así. Y al llegar a la Transición, la Sinfónica se halla al borde mismo de la desaparición. Sin director titular durante una década ni temporada de conciertos en sentido estricto durante varios años, solo el mecenazgo del empresario Luis Olarra (que prefería pagar directamente a los músicos antes que financiar a la orquesta) hizo posible su supervivencia.
Por eso, en los años ochenta todo eran dudas sobre la continuidad de la formación. Dudas que crecieron cuando el Gobierno vasco decidió crear una orquesta que diera conciertos en las tres capitales de la comunidad autónoma y en Pamplona. Años después, los recelos entre ambas están superados, pero entonces muchos músicos de la BOS pensaban que la sentencia de muerte de esta formación estaba firmada.
No fue así. El esfuerzo de resistencia de un grupo de instrumentistas que la sostuvieron sobre sus hombros, la llegada de decenas de músicos de países del Este y el esfuerzo de Diputación y Ayuntamiento por consolidar la formación hicieron el milagro. La orquesta sobrevivió y dio un salto notable de calidad. Bajo la dirección de Juanjo Mena, y en coincidencia con un contrato con el sello Naxos para la grabación de un puñado de obras de músicos vascos, la formación depuró su sonido, se hizo fuerte en el gran sinfonismo postromántico (dejando versiones de gran calidad de partituras de Bruckner, Mahler y Strauss) y adquirió la versatilidad precisa para pasar de Mozart a Verdi en el foso de los ciclos de la ABAO. O a Wagner, un compositor muy frecuente en los atriles durante los primeros años de vida de la orquesta y luego muy poco interpretado durante años. Con la construcción del Euskalduna, además, consiguió tener una magnífica sede propia, algo de lo que nunca antes había dispuesto.
La BOS no ha sido una orquesta demasiado viajera, pero durante los años sesenta dio numerosos conciertos en salas de todo el norte de España. Los más veteranos aún recuerdan que la orquesta se instalaba en dos coches de tren en los que se trasladaba de unas capitales a otras. Luego llegaron viajes más largos: en 2007 y 2009 ofreció largas series de conciertos en Japón, en el contexto del festival que allí organizaba La Folle Journée (y que aquí estuvo en el origen del Musika Música). Pero el más relevante desde el punto de vista artístico fue el que ofreció en el teatro Mariinsky de San Petersburgo en 2003, dentro de los actos conmemorativos del 300 aniversario de la fundación de la ciudad. Invitada por Valeri Gergiev, dirigida por Juanjo Mena y con Pepe Romero como solista, la formación cosechó un éxito extraordinario y se demostró a sí misma que era mucho más que una orquesta de provincias.
En las dos últimas décadas, con Neuhold y Nielsen, la BOS ha continuado con su renovación -hoy es una orquesta mucho más joven que al comenzar el siglo- y se ha atrevido con repertorios distintos, del barroco tan infrecuente en las sinfónicas a los tangos y la música contemporánea. Incluso a la de cine, en la faceta doble de programas con sus partituras y poniendo en directo la banda sonora de célebres filmes como 'West Side Story' o 'Cantando bajo la lluvia'. Sin olvidar la grabación de los 'Gurre lieder' de Schoenberg, que requirió de 270 músicos para un concierto en el que conmemoró su 90 aniversario. Ya son cien años repletos de la mejor música.
En los años ochenta, la orquesta sufrió una gran mutación incluso en sus rasgos físicos. Decenas de músicos procedentes del Este se sentaron ante los atriles y transformaron el sonido de la formación. María Madru fue una de esas caras nuevas. Ya está jubilada pero durante muchos años fue la concertino de la BOS. «Nos integramos muy bien con los músicos que ya estaban y que habían salvado la orquesta. Ellos tenían todos un trabajo del que vivían y por las tardes ensayaban. Nos acogieron con cariño y sin envidia», recuerda. Los recién llegados, en su mayoría rumanos y polacos -había también unos cuantos británicos- tenían la misma escuela y preparación. Muchos procedían de buenas orquestas, como Madru, que había tocado en la Filarmónica de Bucarest, y recalaron en Bilbao por razones extramusicales. «Entre nosotros encajamos bien en cuanto a la creación de sonido y los de aquí nos seguían», explica la violinista. Apenas quedan ya músicos de esos años, pero el sonido de la orquesta aún es deudor de su trabajo.
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