Oriente y Occidente

Solo un grave problema de salud ya superado, pero que lo llevó hace un par de años a cancelar numerosos conciertos, le ha hecho abandonar un puesto para el que fue nombrado con carácter vitalicio. El balance no puede ser más impresionante: más de 2.000 conciertos, en muchos de los cuales ha contado con la colaboración de los mejores solistas del mundo, y una notabilísima colección de grabaciones de enorme calidad. Tampoco ha sido nunca cicatero en el apoyo a los jóvenes con talento. Las dos pianistas de moda hoy en el mundo (Yuja Wang y Khatia Buniatishvili) han sido con frecuencia sus invitadas en Israel.

Mehta nació en el seno de una familia parsi descendiente de Zoroastro. Su padre era violinista y creó la primera orquesta de Bombay. Su primer impulso profesional fue la Medicina, pero no pasó de cursar unas pocas asignaturas. A los 18 años ya estaba en Viena siguiendo las clases de dirección de Hans Swarovski. Allí coincidió con Abbado, Perlman, Zukerman y Barenboim. En sus memorias este último cuenta cómo una de las bromas habituales de aquel grupo de amigos rebosantes de talento era que Mehta, alto, fuerte, deportista, llevaba a hombros al bonaerense, más joven y de corta estatura.

Aquel joven Mehta que también era amigo del pianista bilbaíno Joaquín Achúcarro –ambos ganaron el primer premio del Concurso de Liverpool con un año de diferencia– alcanzó pronto la gloria de las mejores batutas. Pero no se ha limitado a hacer música. Durante décadas, ha sido el amigo que estaba ahí y el artista que se sumaba a cualquier causa noble que pidiera su ayuda. Cuando murió Jacqueline Du Pré, amiga desde siempre y luego además esposa de Daniel Barenboim, hizo un sentido discurso y anunció que nunca más volvería a dirigir el Concierto de Elgar, que había hecho junto a la malograda violonchelista, que lo había convertido en su obra fetiche.

También dirigió en salas de Israel mientras de fondo, superponiéndose a la música, sonaban los silbidos de los proyectiles. Lo hizo junto a los escombros de la ciudad mártir de Sarajevo, en el campo de concentración de Buchenwald y en una Cachemira doliente por un absurdo conflicto religioso. En un contexto más amable, ha dirigido en cinco ocasiones el Concierto de Año Nuevo en Viena, donde siempre cosecha enormes éxitos gracias a su talento y simpatía.

Tiene dos récords difíciles de igualar: empuñó la batuta en el concierto de los Tres Tenores celebrado en las termas de Caracalla durante el Mundial de Italia, en 1990, cuya grabación es el CD de música clásica más vendido de la historia; y ofreció un concierto en la playa de Copacabana, en Río de Janeiro, para 200.000 personas. No hubo tanta gente, pero fue el promotor de un 'Turandot' en la Ciudad Prohibida de Pekín, algo que nadie más ha conseguido.

Aunque tiene un enorme repertorio, su especialidad es el último romanticismo: Bruckner, Strauss y Mahler. Los aficionados vascos aún recuerdan una extraordinaria Sinfonía Nº 7 de este último en el Palacio Euskalduna, al frente de la orquesta israelí, en 2003. Eso ya es historia.