Lo que se olvidó tras el incendio de Roma
Nerón ·
Gozó de buena reputación hasta la destrucción de la capital del Imperio por el fuego, pero su actitud durante el siniestro y un posterior proyecto megalómano marcaron para siempre su imagenSecciones
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Nerón ·
Gozó de buena reputación hasta la destrucción de la capital del Imperio por el fuego, pero su actitud durante el siniestro y un posterior proyecto megalómano marcaron para siempre su imagenBegoña Gómez Moral
Sábado, 26 de agosto 2023, 00:03
Su leyenda empezó en la noche del 19 de julio del año 64, cuando se declaró un pequeño incendio cerca del mayor estadio de carreras de Roma, el Circo Máximo. La imponente estructura estaba bordeada por tenderetes y puestos de comida. Durante el día el ... ambiente era alegre y bullicioso gracias a fruteros, astrólogos, perfumistas, tejedoras de mimbre, adivinos.... Era al caer la noche cuando la zona adquiría una tranquilidad inquietante, no solo por la presencia de delincuentes con métodos más agresivos que los de los rateros diurnos al acecho del despiste, sino porque apenas había nadie para atender los montones de mercancías almacenadas, muchas de ellas inflamables.
El fuego se inició entre las pertenencias de algún comerciante desconocido que perdió una ocasión única de pasar a la Historia. Cualquier lámpara de aceite desatendida pudo ser lo que la normativa actual llama foco de ignición. Lo que esa misma normativa denomina protección pasiva era inexistente así que menudeaban los incendios y este, en principio, no causó mucha alarma, por no decir ninguna. Los bomberos de la época -los 'vigiles urbani', que cubrían también las tareas de patrulla nocturna- usaban como primera alternativa cubos de agua, mantas y vinagre. Si la cosa se ponía seria, bombeaban agua desde pozos o desde alguno de los nueve acueductos que abastecían la ciudad y, en casos graves, demolían edificios para crear cortafuegos. En esta ocasión calcularon mal y ninguno de sus esfuerzos fue suficiente para sofocar el siniestro. La llegada de la noche había traído un viento fuerte, errático, y las llamas no tardaron en propagarse primero a las demás casetas y luego a la estructura del propio circo, cuyos pisos superiores, como sabe cualquier turista, eran de madera.
Las ráfagas de viento eran tan imprevisibles que las llamas fueron capaces de llegar hasta la colina del Palatino, situada al noreste. Devorando cuanto encontraban a su paso, ascendieron rápidamente por la ladera, superaron la cima aún con más fuerza y cayeron pendiente abajo para consumir sin piedad las viviendas de distritos mucho más poblados. El fuego se adueñó de la ciudad durante seis días y, cuando apenas empezaban a comprobar los daños, se reavivó durante casi tres jornadas más.
El horror fue inimaginable. La gente quedaba atrapada en los edificios de varios pisos; los que conseguían salir corrían riesgo de morir pisoteados y, con el viento cambiante, podían encontrarse con nuevas tormentas de fuego que parecían surgir de la nada. Ahora se sabe que, incluso sin viento, un incendio de esas proporciones puede ocasionar un movimiento de aire capaz de trasportar pavesas a distancia. A la misma velocidad corrió el rumor de que se había visto al emperador contemplando la devastación desde la seguridad de una torre del Esquilino, ajeno al sufrimiento y concentrado en inspirarse con el espectáculo mientras tañía la cítara y recitaba un poema épico compuesto por él mismo sobre el saqueo de Troya.
Augusto había distribuido Roma en catorce 'regiones' y el Gran Incendio afectó a doce de ellas. También acabó con miles de vidas y dejó a 200.000 personas sin hogar pero, a la postre, resultó ser tan destructivo para los desventurados romanos fallecidos entre las llamas o para quienes lo perdieron todo como para el propio Nerón. Hasta poco antes había gozado de buena reputación, logrando estar a cargo de todo lo que importaba a la mayoría tanto en casa como en el extranjero con tal eficacia que el SPQR -el Senado y el pueblo de Roma- estaba dispuesto a pasar por alto sus transgresiones ocasionales.
Nerón no solo formaba parte de la dinastía Julio-Claudia, sino que era descendiente directo del emperador Augusto. Había nacido el 15 de diciembre del año 37 en una villa de Antium, en la costa del Lacio, con el nombre de Lucio Domicio Aenobarbo. Su padre había muerto cuando apenas contaba cuatro años y su madre era Julia Agripina, hermana de Calígula, uno de los pocos que, incluso entre la dura competencia de crueldades imperiales -véase Tiberio, Cómodo o Heliogábalo-, le hacen sombra en cuanto a perversión.
Su infancia estuvo marcada por una educación excelente, siempre supervisada por su madre. En Filosofía, por ejemplo, su instructor fue nada menos que Séneca, sin descuidar su creciente interés por el arte, la música y el teatro. Decía Robert Graves en su recreación de la vida del emperador Cla-Cla-Claudio que la familia Julio-Claudia daba tanto frutos excelentes como algunos realmente malos. Si Antonia, Germánico o el propio Augusto habían sido de los buenos, Agripina sería de los peores. Ávida del poder que, por ser mujer, le estaba vedado, algunos historiadores plantean que veía a su hijo como medio indirecto para ostentarlo. A pesar de que el matrimonio consanguíneo era inmoral -e ilegal según la ley romana- en el año 49 se casó con su tío, el emperador Claudio, que adoptó a Nerón poco después. Claudio murió al cabo de cuatro años. La causa pudo ser natural -tenía 63 años de los de entonces- pero algunos historiadores sugieren que Agripina puso una seta mortal en su propio plato para ofrecérsela sin que pudiera rechazarla. Otros asumen que Locusta, la envenenadora oficial de la época, tuvo mucho que ver o que Halotus, el 'praegustator' encargado de probar la comida de la mesa imperial, estuvo implicado. A pesar del revuelo por la muerte de Claudio, Halotus -un personaje tan secundario como fascinante en este periodo de Roma- sobrevivió a Nerón y a Galba, de quien obtuvo un lucrativo puesto vitalicio que conservó durante los reinados de Otón, Vitelio, Vespasiano y Tito.
Como sucesor de Claudio, el 13 de octubre del 54 Nerón se convirtió en el quinto y último emperador julio-claudio. Al inicio, con tan solo 17 años, fue bastante popular. El Senado le respetaba y el pueblo le quería gracias a la generosidad de sus juegos públicos. Pero el cariño popular no se basaba solo en aquello del 'pan y circo'. Nerón consiguió cerrar las puertas del templo de Jano, una ceremonia que simbolizaba la paz en todo el imperio. Del día a día se ocupaban dos políticos experimentados, Afranius Burrus y el propio Séneca. Agripina, por supuesto, ejerció una influencia inicial sobre su hijo. Poco a poco, sin embargo, Nerón se distanció de su madre y a mediados del año 56 la apartó del gobierno de Roma y de la vida en palacio. Agripina había nacido en Oppidum Ubiorum, un asentamiento romano en tierras bárbaras que recibió, en su honor, el nombre de Colonia Agrippina y -dejando a un lado su nombre- acabo por ser la actual Colonia. Había sufrido destierro y vivido en la peligrosa corte imperial lo suficiente para saber que siempre había posibilidades de conjura. Tras varios acercamientos a la esposa de Nerón, Claudia Octavia, el emperador la mandó matar haciendo que pareciera un accidente. Varios intentos fallidos más tarde, Agripina murió sin que se sepa con certeza si fue por suicidio o asesinato.
En el año 62, Nerón prescindió de Séneca y se divorció de Octavia con la excusa de que no podía darle hijos. Doce días más tarde se casó con Popea, que probablemente ya estaba encinta y Octavia acabó sus días en Pandataria, donde no tardó en morir asesinada. Los crímenes de Nerón eran ya muchos, pero fueron los rumores sobre su conducta durante el incendio y la ineficacia de los servicios bajo su autoridad -se dijo que algunos 'vigiles' se habían entregado al pillaje- lo que resultó inadmisible. Lo peor, sin embargo, fue la falta de sensibilidad de Nerón al anunciar el proyecto para construir un complejo megalómano (la Domus Aurea) en el terreno despejado por el fuego. No es de extrañar que le acusasen de provocar el fuego, aunque esto sea casi con certeza falso.
Para el año 68, el descontento era general y se expresaba en conspiraciones constantes. Ese mismo año el Senado proclamó a Nerón 'enemigo del Estado', uno de los pocos gobernantes con ese dudoso honor en vida. Disfrazado entre un grupo de libertos, tuvo que huir a pie. Fue entonces cuando dijo «Qualis artifex pereo» (¡Qué artista muere conmigo!), justo antes de clavarse una daga en el pecho no sin ayuda de Epafrodito, uno de sus últimos leales.
La historia -en buena parte leyenda escrita siempre por Suetonio, Tácito o Dion Casio, que tenían, cada uno a su manera, motivos para difamarle- ha fijado la idea de que Nerón trató de culpar del incendio a los cristianos, que ya eran un grupo impopular, y los sometió a salvajes castigos. Si fue así, no le sirvió de nada, pero siglos después Henryk Sienkiewicz trataba en la novela 'Quo vadis' (1896) el triunfo del cristianismo espiritual sobre la Roma materialista a través de su figura. El libro, que era una crítica de la decadencia tanto como una alegoría de la fuerza del espíritu polaco, se hizo muy popular y lo fue aún más a raíz de la superproducción que llevó la narración al cine en 1951. Nerón pervive desde entonces como el personaje inolvidable que encarna Peter Ustinov.
'La otra cara del malvado' es una serie de reportajes que ponen el foco sobre el lado positivo de personajes marcados en la historia como perversos
Razones de su mala fama
La muerte de su madre. Le acusan de haber ordenado el asesinato de su madre, Agripina la Menor, aunque no hay certeza de ello.
Su esposa. Sí parece que mandó asesinar a su primera esposa, Claudia Octavia.
La segunda. Provocó la muerte de su segunda esposa, Popea Sabina, y del bebé que esperaban al dale una patada en el vientre cuando estaba encinta.
Otra muerte en su haber. Para ser emperador orquestó la muerte de su hermano adoptivo, Británico.
La gran acusación. Mandó quemar Roma y se dedicó a tocar la cítara mientras ardía.
Responsabilidad. Culpó del incendio a los cristianos e impulso la primera persecución.
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