«El ojo de un fotógrafo puede llegar a las entrañas, ese es su poder»
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Recuerda su recorrido por la España de los 70 en busca de fiestas «interesantes y únicas»Itxaso Elorduy
Viernes, 17 de mayo 2024
La fotógrafa habla sin parar con ternura y desparpajo, contando mil anécdotas de sus viajes alrededor del mundo. Acaba de inaugurar una exposición en Madrid, en el Círculo de Bellas Artes (hasta el 18 de agosto y luego recorrerá otras ciudades) con las 152 obras ... que conforman la serie 'España oculta' y celebra la reedición de un trabajo que le apasiona. Su visión de aquella España en blanco y negro, festiva, surrealista y devota que ella recorrió y fotografió desde principios de los 70 y que «poco tenía que ver con la Movida, lo que entonces se llevaba, porque siempre he ido a contracorriente». En los tiempos sin Google investigaba, preguntaba a sus compañeros de asiento o a cualquier desconocido cuáles eran las fiestas populares más emotivas, porque en sus cincuenta años de trayectoria lo que le mueve es eso, la emoción.
- Tengo entendido que cambió la pintura por la fotografía en Florencia.
- Estudié Bellas Artes y empecé pintando, algo que luego me ha ayudado muchísimo en las composiciones fotográficas. Terminé la carrera con 22 y solicité una beca de tres meses para ir a Florencia, donde están los mejores museos y la mejor pintura. Me sentí muy sola, porque no hablaba italiano ni tenía una residencia donde quedarme. Di con una pensión de una mujer que era una bruja y creo que de la tristeza y la añoranza de mi tierra se fraguó 'España oculta'.
- ¿Descubrió la fotografía humanista de la que siempre habla?
- Sí, en la Bienal de Venecia descubrí la fotografía italiana y a Diane Arbus, una fotógrafa que me ha influenciado muchísimo. Ella me enseñó que el ojo de un fotógrafo puede llegar a las entrañas, ese es su poder. Me sobrecogió la fuerza de sus imágenes. Yo empecé haciendo fotos con retratos pero la fiesta es acción y tienes que ir siguiéndola para que no se te pase lo importante. En Venecia fragüé la idea, pensé: ¡qué hago aquí con todo lo que tengo en España!
- ¡Lo que es la soledad!
- Sí, era la primera vez que pasaba tanto tiempo fuera de casa, me fui para cuatro meses pero no aguanté. Tenía un noviete y él me dijo: preséntate a las becas Juan March. Esa beca cambió mi vida, siempre lo digo.
- ¿De qué manera?
- Me vi con dinero, compré mi primer equipo, una Asahi Pentax de 35 mm, y pude viajar por España, en autobuses, en trenes... Sola ante una España desconocida, harta de ver la imagen tópica de Sevilla o de San Fermín y buscando fiestas más interesantes y únicas.
- ¿Cómo se le ocurrió salir del cliché?
- Leyendo, el primer libro fue 'El Carnaval' de Julio Caro Baroja. Él me enseñó a trabajar en profundidad y a comparar España con otros países.
- ¿Aprendió gracias a los libros?
- Tuve que aprender a ser reportera sin saber qué era ser reportera. Iba a la librería científica en Preciados y compraba libros y anuarios americanos e ingleses. Empecé a ver cómo transcurre el movimiento, saber dónde tienes que estar, intuir lo que va a suceder, hasta dónde puedes llegar, saber estar con la gente y molestar lo menos posible. No interferir y luego tener valor y ser rápida para salir de los sitios a tiempo. Había muy poco futuro para un fotógrafo, pero sientes amor por lo que estás haciendo y da lo mismo que te paguen o que no te paguen. Todos éramos aficionados y pocos creíamos que íbamos a vivir de eso.
- ¿No tenía miedo a nada?
- Tenía miedo a todo, pero las ganas son más grandes que el miedo. Así que pensaba: acércate más y más, a ver qué pasa. En Fuentegenil me tocó dormir en la estación, en el suelo, y me tapé con un mapa de carreteras. De compañeros tuve a dos marineritos que iban para Algeciras. Mi vida mejoró mucho cuando compré un coche, que terminó siendo mi casa.
- ¿Lo camperizó como se hace ahora?
- Sí, primero tenía un saco y luego monté un colchón para dormir, que mis hermanas tiraban a la basura después de cada viaje. Compré el vehículo por la capacidad del maletero, en el cupiera yo. Cuando venía el agotamiento me echaba a dormir y una vez en Valdepeñas me intentaron robar. Me levanté de golpe y cuando el ladrón vio que había un bicho dentro, salió corriendo.
- Habrá pasado otros momentos difíciles.
- La primera vez que estuve en Haití. Era la única blanca y sentía que no podía sacar la cámara, pero lo hice y no pasó nada. Estuve siete años yendo a Haití, ahora es imposible. Están las mafias matando a gente por la calle.
- ¿Y cómo le fue en su recorrido por la España de los setenta?
- Me dieron ese dinero de la beca, fui a Tarancón y para cuando llegué ya estaban dentro de la iglesia, emocionados con los cencerros delante de San Blas. Los diablos llevan en la cintura cencerros, que retumban en la iglesia y están casi todos los hombres del pueblo danzando mientras miran a la Candelaria. Llorando, llorando. Entré y me los encontré emocionados, retumbando dentro de la Iglesia.
- ¿Cómo reaccionó?
- Me emocioné tanto, tanto, tanto, que empecé a llorar con ellos y dije: esto es lo que quiero hacer. Había ido a otras fiestas antes, pero en ese momento tuve claro cual era mi vocación. Porqué en principio la beca la había pedido para fotografiar fiestas, paisajes, tradiciones, joyas populares, ¡incluso comidas! Terminé la beca, pregunte si me la podían prorrogar y me dijeron: usted ha sido muy afortunada, deje que otro cubra su lugar.
- ¿Y de qué vivía?
- Di clases de dibujo y luego de fotografía, en la Escuela de Artes y Oficios y en la Facultad de Bellas Artes. De eso he vivido. Eso condicionaba mi trabajo, porque muchas veces solo podía trabajar en verano y las mejores fiestas suelen darse en invierno, en carnavales, Semana Santa y primavera. Cuando tienes un objetivo tienes que olvidarte de las vacaciones.
- Así que ganaba tiempo al tiempo.
- Sí, los domingos, las navidades, los puentes, las vacaciones de semana santa y los veranos salía a hacer fotos. Tuve muy claro desde el principio que con ese material tenía que hacer una exposición y un libro y pensaba que lo iba a conseguir en cinco años.
- ¿Cuántos años tardó en terminar el proyecto?
- Quince años, en el 89 lo conseguí. Un amigo me presentó a Juan Carlos Luna, de la editorial Lunwerg y Juan Carlos, con su sensibilidad, dijo que ese libro iba a emocionar, porque también le había emocionado a él. Se preocupó de que hubiera coediciones con otros países y se publicaron trece ediciones. Siempre me han estado pidiendo el libro, estaba a unos precios desorbitados en el mercado de segunda mano. Mientras rodaban el documental ('Cristina García Rodero, la mirada oculta', de Carlota Nelson) decidieron montar de nuevo la exposición y reeditar el libro,.
- Usted ha hecho lo que ha querido, siendo mujer y en tiempos nada fáciles.
- Porque he tenido suerte en la vida, suerte de tener una vocación y de seguir creyendo en mí misma. Asombraba tanto a la gente, me veían tan chiquitilla que me protegían, sobre todo los más humildes, los que estaban más solitos. Me metía entre las masas y aprendí a sobrevivir. Me gusta ver ahora cómo las mujeres son las protagonistas de las fiestas.
El comienzo de la pandemia le sorprendió en el Carnaval de Venecia. «Nos dijeron que había muertos en el pueblo de al lado y la plaza San Marcos estaba desierta. Allí estaba el foco», recuerda. Poco después viajó a la India y desarrolló el proyecto 'Holi. La celebración del amor'. «Allí no pasaba nada, llegó más tarde. Me quedé unos días para visitar a los amigos y comprar zapatos, porque gasto un 33 y solo los encuentras en China y en India». Pero en Madrid no pudo seguir esquivando el covid. «Lo pasé muy mal y tuve secuelas que me duraron cinco meses, pero aquí estoy. Con 74 años estoy en activo, maldigo las cuestas pero las subo. Mientras la cabeza y el cuerpo funcionen no hay que quedarse quietecita».
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