
Las nueve críticas literarias de la semana
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El nuevo poemario del autor catalán es la antítesis sombría de los luminosos versos de su juventud
Iñaki Ezkerra
En el año 8 dC. el emperador César Augusto condenó al poeta latino Ovidio al destierro por unos motivos que nunca quedaron claros, pero que le agriaron la última etapa de su vida. Murió sumido en la melancolía, nueve años después, en Tomis, un puerto de las colonias romanas que corresponde a la actual ciudad rumana de Constanza. En sus 'Tristia', Ovidio llora amargamente su trágica suerte. Los cinco libros en los que se agrupan esas largas composiciones son una ineludible referencia de la poesía elegíaca y del tema del exilio. Entre ellas destacan por su dramatismo los momentos del Libro I en los que debe abandonar Roma y despedirse de los suyos. A ese episodio de la partida bañada en llanto pertenece el verso que Pere Gimferrer ha tomado como título de su último poemario. 'Tristissima noctis imago' es un bello poemario de madurez en el que comparece el Gimferrer más depurado, más sintético, más preciso y, por otra parte, más melancólico y más dolorido.
No resulta fácil saber, por la propia naturaleza críptica del estilo de este autor catalán y por lo alejada que se encuentra su poética del explícito anecdotismo autobiográfico, qué motivos han podido llevar a evocar «la imagen más triste de la noche» ovidiana a un autor que debutó con la alegría sesentayochista y vitalista de los Novísimos de la antología de Castellet. La poesía de Gimferrer debe disfrutarse en un nivel de lectura que no es el de la clara inteligibilidad lógica del ensayo, o narrativa de una historia con planteamiento, nudo y desenlace, sino el de la musicalidad exquisita de su pulido verso y el del colorismo deslumbrante de sus imágenes. A ello se refiere en el epílogo que cierra esta edición el poeta cordobés José Luis Rey cuando advierte de la «comprensión aparentemente difícil» de estos textos, pero al mismo tiempo aduce, apelando a la fuerza de las metáforas gongorinas, que «este hermetismo puede ser vencido por el lector».
En su exaltado epílogo, José Luis Rey asevera, por otra parte, y refiriéndose al joven de 21 años que ganó el Premio Nacional de Poesía en 1966 con 'Arde el mar', que Gimferrer «parte del último Juan Ramón Jiménez», el de la 'poesía pura', para elogiar, paradójicamente, la vertiente más imaginista y esteticista del poeta catalán, que él sitúa en la misma sintonía y a «la misma altura del moguereño». La gran paradoja de esa afirmación, que no es nueva en Rey, y que elevó a tesis en su ensayo 'Caligrafía del fuego', reside en que la «pureza juanramoniana» consistía en una destilación de los atuendos ornamentales y decorativos del verso, así como en un rechazo radical y absoluto a toda retórica o alusión a elementos circunstanciales propios de la cosmética modernista que a Juan Ramón Jiménez le había seducido en su juventud, pero que ya consideraba, en su última etapa creativa, influida por la mística hindú y por el minimalismo japonés, una fase superada: «Vino, primero, pura,/ vestida de inocencia;/ y la amé como un niño./ Luego se fue vistiendo/ de no sé qué ropajes;/ y la fui odiando sin saberlo./ Llegó a ser una reina/ fastuosa de tesoros…» Dicho de otra forma, la 'poesía pura' a la que evolucionó Juan Ramón, era la pura antítesis del culturalismo novísimo y de la fuerza deslumbrante de las imágenes pirotécnicas de aquel primer Gimferrer que, como dice acertadamente Rey, «prendió fuego a la poesía española» y que ahora en 'Tristissima noctis imago', su última entrega, nos llega particularmente depurado.
Sí. Quizá podría sostenerse que es precisamente ahora, con estos dieciséis poemas de breve extensión, de moduladísimo tono pesimista y de un fuego crepuscular que «no hace arder el mar» sino que se apaga en el océano existencial y en el dolor ovidiano de un exilio que acaso es el de la edad, cuando Gimferrer más se aproxima al purismo poético juanramoniano. Lo podemos observar en todas las alusiones que el poeta hace a una luminosidad que, siempre, indefectiblemente, comparece contrariada en «la luz rápida» del primer poema del libro; en la «luz en el cuchillo/ del trueno de la noche en primavera» del poema que le sigue; en las «láminas de luz carbonizada» de la tercera composición; en la cuarta que va detrás: «La última luz será la luz de marzo».
A la poesía de Pere Gimferrer le ha llegado la noche, y al «mar que ardía» le han llegado unas sombras que ya no son solo externas sino interiores a la propia mirada. Lo dicen los dos versos contenidos, puros, juanramonianos (ahora sí) que cierran el libro: «Con la muchacha ciega de las nieves,/ en el velero de la oscuridad.»
J. Ernesto Ayala-Dip
Paul Nizan escribe sobre la rebeldía de unos jóvenes burgueses en la inestable Francia de finales de los treinta
Hoy presento una novela que en mi generación fue un libro liberador, entre otras cosas porque parte de nosotros en los años sesenta, en el sur del hemisferio, creía que los únicos que sufrían eran los pobres, las clases dominadas, sin pensar que en el lado opuesto, también sufrían, aunque de otra manera. El sufrimiento proletario era mucho más importante y digno de representarse artísticamente que el sufrimiento burgués. Incluso, en algunos regímenes lo burgués era un espacio social sospechoso por antonomasia (ideológica). La novela a la que me refiero se titula 'La conspiración', y fue escrita por el francés Paul Nizan. La edición que comento se cierra, con muy buen criterio editorial, con un texto de Walter Benjamin, comentando el texto.
Antes de seguir conviene recordar que Nizan nació en 1905 y murió en 1940. En solo 35 años publicó multitud de artículos, tres novelas muy importantes durante el período de entreguerras, se afilió al Partido Comunista Francés (del cual se marchó, tras el pacto germano-soviético), terminó sus días combatiendo en la célebre batalla de Dunkerke, durante la evacuación de las tropas inglesas a su país. Tambien hay que recordar la famosa frase con que empieza otro texto importante de Nizan, 'Adén Arabia', que dice: «Nunca permitiré que nadie diga que los veinte años es la edad más feliz del hombre». Quiero puntualizar que el epílogo de Benjamin, en esta edición, en realidad era un informe (como el mismo lo llama) dirigido a Max Horkheimer, pensador capital de la Escuela de Fráncfort, donde hace una especie de repaso de la narrativa europea durante la época en que vive y escribe Paul Nizan. En ese mismo año del informe, se publica 'La conspiración', razón por la cual Benjamin le dedica algunas líneas. Al pensador alemán le llama mucho la atención que Nizan haya recalado en un asunto poco tratado por la intelectualidad de izquierda de la época: las contradicciones de clase de la burguesía, en este caso, francesa. Digamos que 'La conspiración' trata de un grupo de jóvenes amigos, ilustrados y progresistas, provenientes todos de la pequeña burguesía parisina. Su origen ya es un problema para ellos, problema del cual entienden que de la única manera que tienen de librarse es apuntarse a una causa revolucionaria. Como ve el lector, nada que ninguna burguesía europea, incluida la española, no haya experimentado. Los personajes de la novela entienden que sus padres se han vendido al mejor postor, el enemigo contrario a la urgente liberación del hombre.
Benjamin dice que la novela política, en manos de Nizan, se convierte en 'novela de formación' (Bildungsroman). Estos jóvenes idealistas, decepcionados con su tiempo, de alguna manera, nos viene a decir Nizan, otearon la terrible tragedia que se cernía sobre Europa.
Pablo Martínez Zarracina
Tras debutar en 1961 con 'Trampa 22' -sátira definitiva sobre la Segunda Guerra Mundial y cumbre de la literatura antibelicista-, Joseph Heller tardó trece años en publicar su segunda novela. Mereció la pena. 'Algo ha pasado' es incluso mejor que su predecesora. Y, siendo un libro muy distinto, mantiene con ella una clara conexión. Tiene que ver con la alienación, con el sueño americano otorgándole a la pesadilla la categoría de normalidad. Si el protagonista de 'Trampa 22' era un soldado que contrastaba su inmoralidad con la de la guerra, el de esta novela es un ejecutivo que también estuvo en el ejército y cree que fue después cuando en realidad «comenzó la lucha». Su nombre es Bob Slocum y disfruta de una vida exitosa. Casado, con tres hijos y una casa con jardín, trabaja en una empresa que le proporciona privilegios, incentivos y secretarias accesibles como objetos en oferta. Sin embargo, Slocum vive atrapado por el miedo y por una derrota inexplicable («esta sensación de fracaso, este deprimente sentido de inminente catástrofe y de bochorno público») que lo transforma en un antihéroe con traje, corbata y cuenta de gastos.
Lo que había en 'Trampa 22' de estallido multitudinario se convierte en 'Algo ha pasado' en gélida introspección. Estamos ante una novela sin apenas trama: todo en ella es monólogo interior, obsesión atribulada. Slocum detalla su rutina, reconstruye su historia y despliega una mirada que perfora. A los demás, a su familia, pero sobre todo a sí mismo, hasta diseccionar una naturaleza que mezcla el pánico y la voracidad, la hipersensibilidad y la falta de remordimientos. El estudio de ese protagonista disfuncional es magnífico e inaugural: al lector no le costará encontrar su rastro en la novela estadounidense de las últimas décadas. Como señala Rodrigo Fresán en el prólogo a esta edición, hay mucho de Bob Slocum por ejemplo en el Patrick Bateman de 'American Psycho'. El otro gran atractivo del libro es la descripción del mundo de la empresa: un sistema de castas feroz y absurdo donde todos tienen miedo de todos y donde la incompetencia opera como una ley física. La única esperanza que ilumina el corazón de Slocum es tan ridícula como que le permitan dar un breve discurso en la convención de la compañía. Son esos detalles los que hacen que el lector se sitúe pronto en la posición incómoda y sugestiva de ser cómplice de una criatura detestable. No es la única sorpresa que oculta esta novela que bajo una melodía cáustica y monocorde esconde una mecánica precisa. Otra se revela en el último tramo del texto: la administración del suspense puede llegar a ser magistral en un texto en el que apenas hay peripecia.
Jon Kortazar
Resulta sorprendente el escaso eco que este genial libro ha obtenido entre el mundo de la crítica. Se trata de un mundo narrativo bien construido, mejor escrito y con un poso de dolor que lo hace cercano, así como a los personajes entrañables que pueblan sus páginas. Absolutamente recomendable. Solo son siete, pero a cada cual mejor, cada uno en su registro, porque la pericia narrativa de O'Connor brilla en el tono trágico, en el dramático y no queda más que rendirse a su sabiduría cuando usa el humorístico. El libro comienza con el estremecedor 'Huéspedes de la nación', una narración donde los ecos antibelicistas destacan en un cuento en el que los vigilantes irlandeses de dos prisioneros ingleses deben ejecutarlos, cuando ya habían llegado a intimar con ellos y la noción de persona y compadre era ya mayor que la de enemigo. Un relato que deja sin respiración. 'Niños en el bosque' produce igual asombro al lector en la historia de amistad y de cruda verdad de dos niños, niña y niño, que han sido abandonados por su madre, y a quien la niña le corta cualquier atisbo de esperanza. La continua línea de errores lleva a los personajes enamorados de 'Las locas Lomasney' a una vida totalmente equivocada. El humor domina los relatos 'La primera confesión', retrato de un niño piadoso y miedoso; 'El viernes pecado', donde el personaje se deja llevar por la corriente y olvida lo importante; y 'Mi complejo de Edipo', un divertido cuento en torno a un niño que no tiene que escoger entre querer más a su madre o a su padre. Hay versión cinematográfica de 'La majestad de la ley' ('The Rising of the Moon', La salida de la luna, 1957), de John Ford, nada menos.
J. K.
La novela 'De la boca del caballo sale la verdad' de la escritora marroquí Meryem Alaoui se centra en la construcción de un personaje, la prostituta Yemia y sobre todo en la reproducción de su modo de hablar, entre el humor y la picaresca. Y en este punto pueden encontrarse los pilares de la obra. Novela sobre la marginalidad de una mujer en el Marruecos actual y narrativa sobre una forma de mirar un mundo sin esperanza que roza el submundo. De su situación vendrá a salvarla 'Boca caballo', una directora de cine realista que la convierte en actriz. En ese momento la estructura de la novela deriva hacia un mundo simple, cómodo y feliz, donde un éxito mediocre saluda a la protagonista.
I. E.
Nacida en Johannesburgo y educada en Inglaterra, Deborah Levy sabe ganar la atención del lector creando ficciones insólitas. 'El hombre que lo vio todo' es un híbrido entre el género fantástico y la novela histórica. Su protagonista es Saul Adler, un estudiante que en 1988 es arrollado por un Jaguar en Londres al cruzar Abbey Road. Al día siguiente viaja a Berlín con el fin de realizar unos estudios para los que ha sido becado. Pese a no tener lesiones aparentes, comienza a sufrir visiones premonitorias de carácter político, como la caída del muro de Berlín. Veintiocho años después y en pleno Brexit, Saul Adler es atropellado de nuevo en Abbey Road por el mismo Jaguar. Una original ficción que mezcla las fronteras geográficas con las éticas del individuo.
I. E.
Esta una novela de la francesa Bérengère Cournut hace coincidir dos de sus intereses ideológicos y literarios: por un lado, la exaltación de la mujer como figura consciente de su identidad y su misión histórica; por otro lado, el rescate de los pueblos nativos en su contexto natural y cultural. El personaje que le sirve a Cornout para esa reivindicación a dos bandas es una joven indígena huérfana perteneciente a la tribu hopi, que ha vivido durante mil años en Arizona practicando una agricultura y una ganadería de subsistencia así como una vida sedentaria y ceremonial estructurada en clanes y basada en ciclos estacionales. El modelo ecofeminista que aquí se nos propone no dista de la célebre cita de Virgilio: «¡Qué felices serían los campesinos si supieran que son felices!»
I. E.
Nacido en Stuttgart en 1964, pero de familia española, Mario Pérez Antolín había sido conocido hasta por sus libros de aforismos. 'Vida de ermitaño' es su primera novela y en ella muestra el humor modulado por la sangrante ironía, la precisión literaria y el acerado sentido crítico que ya había desplegado en sus textos más fragmentarios. El narrador y protagonista es un sujeto que abraza, en un tiempo y un lugar indefinidos, una particular modalidad del aislamiento condenada a un glorioso fracaso, pero que atrapa al lector con un introspectivo monólogo que se alterna con diálogos que lindan con lo teatral en algunos momentos, con tramos narrativos y también teóricos: «Yo me convertí en ermitaño como consecuencia de un exceso de filantropía que hizo de mí un misántropo. Quería a todos y me atraganté con ellos».
I. E.
El italiano Giosuè Calaciura nos brinda una novela que fabula sobre el período desconocido en la vida de Jesucristo, o sea, desde su adolescencia hasta los 30 años, para darnos una visión humanizada y desposeída de cualquier rasgo colindante con la divinidad. Buscando una versión realista del personaje, que en muchos momentos raya con el lirismo poético, Calaciura nos pinta a un ser marcado por una infancia errante y una juventud desamparada que habla al lector en la más intimista y desinhibida primera persona para mostrarle un carácter desposeído y a la vez escéptico, histriónico incluso y con una tendencia a enamorarse de las mujeres dueñas de una personalidad fuerte que son rechazadas por la sociedad. Un texto que anda a medio camino entre el evangelio apócrifo y la novela picaresca.
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