La escritoria malagueña Isabel Bono. e.c.
Lecturas

Las nueve críticas literarias de la semana

Novela ·

Isabel Bono crea la figura de un profesor de autoescuela obsesionado con el suicidio

Viernes, 22 de mayo 2020, 18:26

Isabel Bono y la novela nihilista

Iñaki Ezkerra

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El sentimiento del asco no es necesariamente nihilista en la literatura. En 'La náusea' sartreana hay demasiada poesía e impostación romántica. La sensación de rechazo al contacto con la materia no es verosímil, porque no es física sino filosófica y afectadamente abstracta. Pasa otro tanto con la novela del salvadoreño Horacio Castellanos Moya que anuncia ese sentimiento en el título. 'El asco' de su protagonista por su país es como el de Bernhard por Salzburgo: demasiado rabioso y por ello también vitalista. En el caso del recién publicado 'Diario del asco', de la escritora malagueña Isabel Bono, la apelación a la repugnancia de su título tampoco es exacta en lo que toca a lo fisiológico, pero por un motivo opuesto al de las obras citadas. Aquí hay más nihilismo que inmediata repulsión somática. Lo que se impone en sus 241 páginas es más bien un sentimiento de decepción, de destemplanza, de tedio y en último caso de hastío que con lo que lindaría es con 'El libro del desasosiego' de Pessoa o con 'El oficio de vivir' de Pavese.

En este sentido, incluso la textura de los capítulos que abren y cierran el libro con el mismo título ('Cero'), a modo de introducción y de epílogo respectivamente, se asemeja a la escritura entre aforística e íntima, entrecortada, fragmentaria, de esos diarios o dietarios referenciales del poeta portugués y del italiano, si bien el discurso reflexivo-narrativo se endereza sintáctica y semánticamente en las partes centrales de la obra, tituladas 'Uno' y 'Dos', que son las más extensas, las que le dan a esta cuerpo narrativo y en las que crece el narrador en primera persona como personaje novelesco. Crece con una historia que no acaba de serlo ya que se presenta en esbozo a priori o como glosa a posteriori de un pasado referencial ya transcurrido, del que se nos va informando desordenadamente, lo que, lejos de suponer un defecto, constituye, sin duda, uno de los hallazgos de la autora, que ha renunciado a la tensión convencional de la intriga para apostar por la pura y gran literatura, que basa la estimulación a la atención del lector en el encuentro con el acierto de contenido y estilo.

Ese personaje-narrador es Mateo, un cincuentón profesor de autoescuela afectado por una autodestructiva visión de la existencia que le lleva a desearse la muerte por propia mano, cosa que le empujó a cortarse las venas en el cuarto de un hotel y a un humillante regreso a su casa con las muñecas vendadas tras ese intento fallido. El propio libro se nos presenta, así, como una recomendación terapéutica de la psiquiatra que lo trata de un mal metafísico y moral que se rebela con lucidez a la anestesia del diván y a los manuales de autoayuda. A esa pulsión suicida de nuestro hombre se añade el contexto desalentador que le rodea y que está tomado directamente por la muerte o por sus metáforas. Ahí está el recuerdo de una madre que cayó de la ventana de su domicilio en lo que Mateo piensa que fue un suicidio y alguna 'portavoz' del vecindario un accidente mientras tendía la ropa. Ahí está el suicidio de Micaela, la vecina adolescente, una nihilista prematura con la que mantenía unas charlas no precisamente edificantes. Ahí están las distancias y pérdidas (muertes en el sentido figurado y simbólico) de Amalia, la mujer de la que se separó, de un padre con Alzheimer y de un hermano al que odia, que estuvo metido drogas y que un día se largó de casa sin dar explicaciones.

Sin embargo, no puede decirse que 'Diario del asco' sea una novela melodramática. Otro de los hallazgos del libro es el modo en el que Isabel Bono modela y modula el discurso de la falta de sentido vital y de un estado anímico que se halla en perpetua caída; de una devastada deriva que se distancia de la desolación onettiana solo gracias a que, en lugar de usar la tercera persona omnisciente, como el escritor uruguayo, utiliza una voz confidencial no exenta de un vigor y un humor en sus fobias que suben y reflotan la temperatura derrotista del texto, lo mismo que los diálogos y las voces de otros personajes que esa voz deja colarse con sistemática y hábil frecuencia. Ese vigor y ese humor afloran en los momentos en que Mateo se vuelve incisivo, por ejemplo, al describir a su padre: «Las desgracias de la tele le vuelven loco, se le pone la voz aguda y ridícula» (página 32).

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Isabel Bono escribe con una valentía que es inusual en la novela española y que no consiste en hacer concesiones a la corrección política sino en lo contrario: en mostrar las fealdades políticamente incorrectas del alma humana.

Crónica de una muerte denunciada

J. Ernesto Ayala-DIP

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Poco antes de la celebración de los Juegos Olímpicos de Barcelona, en 1992, se suscitó en Cataluña una polémica a propósito de la exposición de un miembro de una tribu africana, en el museo de la población de Banyoles. Se conoció como el 'caso del Negro de Banyoles'. El Negro, como así se ha decidido identificarlo, es un hombre de raza negra que se cree fue originario de una población cercana a Ciudad del Cabo, en Sudáfrica. Tal persona fue desenterrada o encontrada muerta en la cuneta de una carretera por los hermanos Verreaux, célebres taxidermistas, además de traficantes de piezas de animales para incorporarlas a su museo en París.

Antes de proseguir, me gustaría citar un caso parecido que comenta la escritora polaca y premio Nobel de Literatura de 2019, Olga Tokarczuc, en su libro 'Los errantes'. Escribe: «El emperador José II decidió reunir en su gabinete de curiosidades de Viena todo lo raro, cada manifestación de la aberración del mundo, cada olvido en esta materia. Su sucesor, Francisco I, no dudó en disecar a Angelo Soliman, uno de sus cortesanos de piel negra, tras la muerte de este. Su momia, ataviada tan solo con un taparrabos de hierba, haría las delicias de los invitados del monarca». Si el lector busca en Google quién era Soliman, encontrará que llegó a Viena como semiesclavo, se casó con una vienesa y se hizo amigo de nada más ni nada menos que Mozart, entre otros. Ello no le evitó terminar en una vitrina con un taparrabos. Su hija años, más tarde, escribió una carta al monarca austríaco para solicitarle tuviera a bien dejar que a su padre se le diera un entierro digno. Pues bien, el libro que hoy presento se titula 'Naturaleza muerta', del periodista y novelista Miquel Molina.

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'Naturaleza muerta' es una investigación sobre el Negro de Banyoles. Molina se convierte en un detective minucioso e implacable. Va tras las pistas bibliográficas. Recorre museos de Ciencias Naturales. Consulta tratados de la época. Habla con especialistas de todo el mundo. Al Negro, que al final se lo devuelve tal vez equivocadamente a Botsuana para ser enterrado allí en medio de una operación mediática sensacional, se lo tuvo en una vitrina en Banyoles en un museo que fue propiedad del naturalista Eduard Dardé (el que compró la momia en París). Molina nos hace revelaciones cruciales sobre la verdadera existencia del Negro. Es casi seguro que nunca fuera el guerrero feroz que se nos mostraba en el museo. Molina arriesga que es plausible que haya sido un guía de los aventureros europeos que visitaban su tierra. Una investigación apasionante.

Herida familiar

Pablo Martínez Zarracina

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La celebración de un cumpleaños se convierte en el episodio sobre el que orbita la última novela de David Grossman. La fuerza central que sostiene el libro tiene que ver con el drama del siglo XX y con la tensión entre la dignidad individual y el horror colectivo. El acierto de Grossman es mostrar cómo la Historia que aparece en los libros de texto llega a convertirse en historia familiar, cómo hay quien guarda experiencias atroces en la caja de los recuerdos que pasa de generación en generación. Esa mezcla de tragedia y cotidianidad resulta estremecedora y el autor israelí la maneja de un modo directo. Grossman sabe de lo que habla. En 2006 su hijo Uri murió con veinte años combatiendo en la Segunda Guerra del Líbano. Sucedió mientras él terminaba una novela sobre una mujer que perdía a un hijo en el frente.

El reencuentro que se detalla en 'La vida juega conmigo' tiene lugar en un kibutz y une a tres generaciones de una familia numerosa y variopinta. Nina viaja desde Noruega a Israel para celebrar el noventa cumpleaños de su madre, Vera. Ni siquiera el inevitable alboroto familiar esconde que entre ellas hay una fractura especial. «Hasta el final de sus vidas esas dos personas estarán marcadas por la línea que las separa de todas las demás», piensa la narradora, Guili, la hija de Nina, al ver a su madre y a su abuela juntas. La familia le reserva a Vera una especie de sorpresa: quieren que les explique su vida frente a una cámara y llevarla a Čakovek, la ciudad yugoslava donde nació. También a la isla de Goli Otok, donde el régimen de Tito la encerró durante años.

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Ese viaje servirá para ordenar y detallar la historia de Vera, que es una mujer diminuta e indomable, dueña de una resolución capaz de llevar los propios principios hasta límites realmente extremos. Siempre lo fue. Judía de origen croata, su acomodada familia de cultura austrohúngara no vio con buenos ojos que se casase con un humilde y enfermizo oficial serbio. La suya fue una historia de amor absoluta y dramática. Junto a su marido, Vera abrazó el comunismo y combatió con los partisanos. Cuando fue encerrada en Goli Otok, su hija tenía seis años y se quedó sola, abandonada en Belgrado. Ese suceso traumático encierra un secreto que no desvelaremos y que redobla su impacto cuando David Grossman aclara en una nota final que la protagonista de su libro, una figura digna de la tragedia griega, está inspirada en una mujer real: Eva Panić Nahir. El lector encontrará sin esfuerzo en la Red un documental sobre su regreso a Croacia en 2002. Resulta impresionante ver cómo los personajes de Grossman, tres generaciones de mujeres judías, cobran vida y cierran la herida de la historia en su familia.

Maternidad lesbiana

Eduardo Laporte

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Segunda entrega del 'tríptico' que bien podríamos llamar 'del frío' y que comenzó con la celebrada 'Permafrost'. La escritora catalana Eva Baltasar (1978) despliega en 'Boulder' (que significa roca, peñasco, en inglés) parecidas texturas de ese paisaje del alma que en Machado era Castilla y aquí es Islandia. El frío como telón de fondo de una vida no menos fría, a menudo también insípida e indolora y que ni siquiera deja secuelas: «La vida puede no gustarte pero ser inocua como el cloro que tragas con el agua».

Se enmarca Baltasar en esa literatura nihilista de vocación lírica, amiga de explorar los abismos y tabús, que reconocemos en autoras de su generación como Elvira Navarro, y en voces más jóvenes como las de Alicia Kopf o Rosa Moncayo.

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En 'Boulder', Eva Baltasar ofrece una prosa poética que raya a gran altura, si bien a veces se diluye en descripciones anodinas como ese desayuno con «té, zumo de naranja y brioches de mermelada». Sin embargo, el conjunto tiene un poder hechizante, más aún por el tema que vertebra la novela y sujeta el lamento nihilista: la maternidad como decepción. La maternidad en una pareja lésbica como un acto asimétrico en el que la persona no gestante queda condenada al rol de figurante.

Un discurso descreído que sonaría adolescente si la protagonista no lo hubiera macerado en años de soledad como cocinera marina sin horizontes rematada por otra soledad, más lacerante aún, como la que se cuece dentro de la pareja que un niño destruye.

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La estación de las mujeres

Elena Sierra

La última novela de la chilena Carla Guelfenbein lleva un título que ya llevaba en castellano, hace unos años, una película india, 'La estación de las mujeres'. Aquí Margarita se cansa de la actitud de su marido profesor, del que sospecha que se liga a las alumnas; más que someterla, la ignora, la ha eliminado de la ecuación. Ella espera, hasta que decide hacer algo más con su tiempo, lo que la acaba conectando con otras mujeres en situaciones también de espera y de búsqueda, otras mujeres con historias diferentes pero con hilos comunes. Otra parte de la narración se la lleva la compañera y albacea de Gabriela Mistral, con lo que los personajes de ficción y los reales se dan la mano en una novela que, aunque tiene algunos momentos interesantes y de partida plantea un argumento que también lo es, no termina de convencer. Le falta algo: desarrollo. Si normalmente sobran cientos de páginas en las novelas de los últimos tiempos, aquí se echan de menos. Da la impresión de que algo iba a comenzar a nacer cuando se acaba, y es una pena, porque Guelfenbein sabe contar historias.

Crisis

Iñaki Esteban

Las crisis ocurren y la mejor manera de empezar a resolverlas es pensando que hay soluciones, aunque todavía no se sepan. Esta una lección que Jared Diamond ha sacado de experiencias personales. Fue a Cambridge muy recomendado para hacer el doctorado en Fisiología, llegó y no conectó con su tutor, y viceversa. Hasta le dejó solo en un laboratorio. Estuvo a punto de renunciar, pero llegaron dos nuevos fisiólogos que vieron potencial en lo que Diamond estaba proponiendo. El científico y ensayista parte de las crisis personales y las proyecta al nivel nacional para encontrar soluciones paralelas. Una nación debe reconocer que está en una situación crítica, debe responsabilizarse de ella, no echar la culpa de todo a los supuestos enemigos y construir un relato que ensalce la identidad nacional, propone Diamond. ¿Qué políticos está dispuesto hoy a reconocer sus debilidades, a prescindir del enemigo como recurso que lo resuelve todo, a construir una identidad que no solo sea sobre bases emocionales y volátiles? Saber lo que hay que hacer para superar las crisis está al alcance de la mano. Hacerlo ya es más difícil.

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Después de la utopía

I. E.

Nacida en Riga (Letonia) de una familia judía, Judith N. Shklar (1928-1992) se doctoró en Harvard en 1955 y logró convertirse en la primera mujer catedrática de Ciencia Política de esa conservadora universidad. Su pensamiento, que expuso de manera ya acabada en su ensayo 'El liberalismo del miedo' (1989), destaca la defensa del pluralismo como el fundamental patrimonio social que debe proteger la organización política. De ese planteamiento realista, que se ha llamado 'liberalismo negativo' porque no aspira a construir un orden del bien ideal sino un sistema que se conforme con evitar el mal, el abuso de poder y la injusticia, da ya fe su primer libro, 'Después de la utopía' (1957), en el que parte de los principios fundamentales de la Ilustración y de la crítica al liberalismo conservador para proponer una opción basada en la vigilancia de los ciudadanos ante cualquier alternativa ideológica que represente la pérdida de sus derechos fundamentales. Dicho de otro modo, fracasada la utopía, nos queda el tesoro garantista de la diversidad.

La seducción del mirlo blanco

I. E.

Aunque su título es apocalíptico, 'Planeta en llamas' no es un libro pesimista. Su autor, Andrew C. Scott, catedrático emérito de Geología en la Universidad de Londres, se apunta a las tesis del cambio climático y de los efectos incendiarios de éste en amplias áreas del globo, pero a la vez nos recuerda que las devastaciones del fuego no son un fenómeno nuevo sino que ha estado presente en todo el desarrollo de la vida en la Tierra, hasta el punto de determinar la propia configuración de ésta. Lo que nos cuenta en este documentado y ameno ensayo es el largo devenir de ese impacto del fuego en la atmósfera, las temperaturas, la vegetación y la vida animal, el modo detallado en que ese elemento primigenio ha causado extinciones masivas de especies animales y vegetales, pero también ha hecho germinar y propagarse nuevas variedades de fauna y flora. Lo que plantea Scott a modo de conclusión y de síntesis es que el ser humano debe aprender a domesticar y a manejar el fuego como comenzaron a hacerlo los primeros homínidos que poblaron el planeta.

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Gavieras

I. E.

'Gavieras' es el libro de poemas con el que Aurora Luque (Almería, 1962) ha obtenido el XXXII Premio Loewe, una colección de textos de un culturalismo ideológico y militante que van del verso libre a la prosa poética y de la composición de corta distancia a la de largo aliento. Así, la primera de ellas nos brinda a modo de introducción y con ciertos ecos de la 'Oda marítima' de Pessoa, una relectura feminista de los mitos del mundo clásico que será una constante en todo el volumen. El poema, de un contenido irracionalismo imaginista y de una sintaxis entrecortada incluso gráficamente a base de espacios en blanco en cada verso, habla de «delfines y ariones», «telémacos confusos» y «ulises negros». Como era previsible, dado el planteamiento temático, Safo asoma por una de sus páginas: «Pues nos falta muy poco/ para estar muertas./ Tráeme, Safo, alas…» Las alusiones macabras son otras de las constantes del libro y superan el simple efectismo en poemas como 'Eurídice iracunda': «Escuchadme: no quise volver./ ¿La serpiente? El veneno era mío…».

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