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Sábado, 16 de marzo 2019, 02:09
Iñaki Ezkerra
AEdurne Portela le preocupa la violencia en todas sus formas. En su ensayo 'El eco de los disparos: cultura y memoria de la violencia' (2016), abordaba la cuestión del terrorismo de ETA contextualizándola con otros aspectos de la realidad vasca: como el de una violencia del Estado que –según su tesis– habría ido más lejos de los GAL; el de una interesada instrumentalización de las víctimas por parte de los políticos de distinto signo o el de una cultura social que no fue la de la resistencia. En su novela 'Mejor la ausencia', publicada al año siguiente, Portela volvía a abordar el tema del terrorismo etarra, esta vez contextualizándolo con otras violencias: la de la adolescencia de la protagonista contra cualquier representación de la autoridad o contra sí misma; la violencia del clima de tensa conflictividad social de la margen izquierda del Nervión en la década de los 80; la violencia de un padre maltratador y una madre medrosa; la violencia del paro laboral, del alcohol, de la droga, de la suciedad medioambiental… En 'Formas de estar lejos', su nueva novela, Portela aborda el tema de la violencia de género en una versión que no es física, sino puramente mental y sin contextualización alguna, como si en el desarrollo argumental se creara una campana de cristal narrativa y descriptiva en torno al nítido responsable de esta, un marido psicológicamente maltratador, y a su víctima, una mujer psicológicamente maltratada.
La víctima es Alicia, una joven que irrumpe en las primeras páginas, las dedicadas a un 'Prólogo' subtitulado 'Poco antes del final', en las que ya se encuentra sola en la casa que ha compartido hasta hace poco con quien era su pareja. La sensación de que se hubiera hecho el vacío en torno a su dolorosa experiencia conyugal resulta acrecentada por su miedo a moverse dentro del domicilio, en el que ya no están siquiera un par de gatas a las que echa de menos, sino una serie de ruidos que no sabe interpretar si son reales o imaginarios, si son ocasionados por los ratones, las cañerías, las maderas, la presencia de un extraño, su expareja o incluso su estado de miedo y ansiedad. La angustia llega al claustrofóbico extremo de hacerle rememorar su hábito de meterse en un armario. Ese vaciamiento de factores externos se acentúa aún más con la opresiva atención que presta a su cenestesia fisiológica. Tras ese capítulo en el que Alicia habla en primera persona, viene otro en el que toma la palabra Matty, el que ha sido su esposo, para informar al lector de su familia disfuncional, del padre racista que trabajaba en un matadero; que no aceptó la homosexualidad de uno de sus tres hijos y sometió a la madre a una situación de maltrato integral.
Y así pasamos a una primera parte del libro, la titulada 'Southville' en referencia al primer hogar que tuvo el matrimonio en el sur de Estados Unidos. En esas siguientes páginas queda rematada la tarjeta de presentación de los dos protagonistas. Ella, hija única, dejó, diez años atrás, la Universidad de Salamanca y la vida que podía haber seguido haciendo en el País Vasco para ultimar su trayectoria académica en el sistema universitario norteamericano. Él mantiene una relación ambigua de rechazo y a la vez de cierta exculpación con la figura del padre, del que ha heredado un comportamiento de maltratador que no reconoce porque no se manifiesta en una violencia física. Esa primera parte y la segunda, 'Northville', que alude a un cambio de casa de la pareja, son las que dan cuerpo a una convincente historia de posesión, celos y control inaceptables sobre su compañera por parte de un hombre que acaba perdiendo el dominio de sus emociones y que ni contempla la posibilidad de una ruptura ni asume la orden que le llega de alejamiento.
Pese a algunos cambios de tiempos o de la primera persona a la tercera omnisciente, 'Formas de estar lejos' es una novela lineal que respeta el clásico esquema de planteamiento, nudo y desenlace hasta cerrarse con un epílogo en el que este último se dirime explícitamente. Un drama herméticamente cerrado que solo halla ventanas en la relación de la protagonista con el País Vasco; con una amiga como Garbiñe o con Gorka, un etarra al que esa amiga adora pese a ser hija de un concejal socialista, y que da nuevo pie al fenómeno contextualizador o al retrato implícito de una mentalidad social que ve más clara la condena de la Norteamérica de Bush o de la violencia de género, aunque no sea física, que la de la violencia terrorista. Aunque esta también muestre una obvia brutalidad psicológica sobre sus víctimas.
J. Ernesto Ayala
Todos los datos que maneja la astronomía indican que el sol, el nuestro, el de nuestro sistema planetario, tiene vida hasta dentro de 4.500 millones de años. Y si esto fuera así, ese día también la Tierra desaparecerá con él. No me imagino ese día quién y cómo vivirá. Ni siquiera me puedo imaginar si hasta entonces quedaría en nuestro querido planeta algún vestigio de vida, la que fuera. En realidad, cuando la ciencia-ficción entra en el terreno de las conjeturas futuras no lo puede hacer más allá de unos cuantos años, tal vez centenares. Las predicciones desde la Astronomía, la Física cuántica, la Biología molecular o la Geología, apenas pueden predecir nuestro probable futuro hasta el segmento que va desde ahora hasta dentro de los dos mil años. Obviamente, cuando todo aquello ocurra, cuando ya no haya ni sol en nuestro sistema planetario, ni de nuestra amada Tierra quede apenas algún trozo que vaya a saberse a qué lugar del espacio irá a parar para generar otro planeta u otra estrella, nunca sabremos si estaremos, como especie humana, en algún otro lugar del universo. Seguramente quien lea 'La gran historia de todo', del profesor norteamericano David Christian, se planteará todos estos interrogantes.
Cuando nos hacemos ciertas preguntas sobre la historia de nuestro planeta, las respuestas que nos dan los textos especializados son siempre por compartimentos estancos. Nunca tenemos una historia total del mundo: cómo nace el universo, desde la entropía hasta el orden galáctico; cómo nace el primer organismo vivo; cómo se forma nuestra corteza terrestre; qué tuvo que ocurrir para que todo sea como es ahora. Por qué somos como somos y no otra cosa, ¿por casualidad?, o por esa especie de tira y afloja que dibuja la dialéctica entre la necesidad y el azar que definió Charles Darwin en su teoría de la selección natural de las especies. Pues bien, todos estos asuntos y más reúne el libro de David Christian. Un compendio asombroso de la Historia de la humanidad y la Historia natural. Desde el primer foco de energía libre en el espacio hace millones y millones de años, el no hace mucho formulado Big Bang, hasta la aparición de los primeros vertebrados y el homo sapiens que somos, siguiendo con los problemas demográficos con que nos enfrentamos y la manera de gestionar los recursos naturales.
'La gran historia de todo' es casi un libro de libros. En un solo volumen, su autor reúne el saber que necesitamos conocer para entender de dónde venimos y hacia dónde vamos. Vamos, que una maravilla.
Pablo Martínez Zarracina
Tres soldados salen a cumplir una misión en pleno invierno. Las temperaturas son gélidas, todo está cubierto por la nieve. La misión es rutinaria. Hasta el punto de que pueden permitirse entrar en una casa que parece abandonada para intentar prepararse algo caliente para comer: una sopa de sémola con un poco de salchichón. El frío y la humedad son tan intensos como precaria es su equipación. Los soldados necesitan echarle ingenio para conseguir un fuego que se mantenga el tiempo suficiente para cocer la sopa. Fluye entre ellos, de un modo natural, sobrio e intenso, la peculiar relación que suele establecerse entre los compañeros de armas: una mezcla de resignación y camaradería dominada por la certeza de que lo único importante es mantenerse abrigado, descansar un rato, asegurarse la próxima comida.
El lector casi reconoce una melodía familiar en esta historia. Al fin y al cabo, las guerras que los abuelos cuentan a sus nietos suele ser una reiteración de anécdotas concretas y prácticas: el rancho, las botas, la vez que hubo que arreglar aquel camión... Sin embargo, nada esta vez es anecdótico ni capaz de admitir un aire de inocencia. Los tres soldados que avanzan por la nieve son alemanes. Y el paisaje gélido es el de Polonia en la Segunda Guerra Mundial. Eso no refuta la naturaleza de la relación entre los protagonistas, pero la sitúa en el escenario del mayor horror del siglo XX. En esa frontera de lo humano Hubert Mingarelli pone en marcha una historia esencial, llena de exactitud e inteligencia narrativa. Una miniatura perfecta.
'Una comida en invierno' apenas sobrepasa las cien páginas y cuestiona al instante a todas esas novelas del momento que utilizan la Segunda Guerra Mundial, y especialmente el Holocausto, como una especie de escenario prestigioso. No hay en esta breve historia el menor adorno, el menor alarde, la menor infatuación. Lo que hay es una enorme labor de síntesis: Mingarelli concreta el nudo moral de la guerra en una historia tangencial protagonizada por hombres corrientes que tienen hambre y frío, que piensan en volver a casa, y en sus hijos, mientras reconocen y utilizan «la lengua universal de la maldad».
No daremos más detalles de la trama de una novela que consigue ser de una concisión extrema y estar al tiempo llena de matices. Todo encaja en ella de un modo asombroso. Narrada en primera persona por el único soldado de los tres protagonistas que permanece innominado, la historia avanza con un engañoso tono sencillo y coloquial. La escritura de Mingarelli es escueta y precisa, pero capaz de brillar. Un pequeño pueblo polaco hundido entre la nieve se describe «triste como un plato de hierro que nunca hubiese lavado nadie».
En las 'Conversaciones' con Ian McEwan publicadas recientemente por Gatopardo, el escritor inglés incluye 'Una comida en invierno' entre las novelas cortas capaces de rozar la perfección del estilo mientras «concentran el pensamiento», causando en el lector un efecto próximo al de la gran poesía. El diagnóstico es acertado. La novela de Hubert Mingarelli se lee con la fascinación que causa cualquier artefacto exacto. Y se termina con la renovación de una certeza que se agradece en las inmediaciones de la mesa de novedades: la ficción literaria es un instrumento de conocimiento sofisticado.
Jon Kortazar
Resulta estimulante leer los libros de dos autoras que se encuentran en una edad alejada. Rosa Berbel nació en 1997 y Elsa López en 1943. Para la primera 'Las niñas siempre dicen la verdad' es su primera aparición en el mundo literario. López, en cambio, posee una solida carrera y 'Últimos poemas de amor (A la memoria de Paul Elouard)' define de manera clara su calidad literaria. Educada en la escuela poética de Córdoba, Berbel ha escrito un libro maduro donde recorre con pulso firme el paso de la infancia a la juventud, y quizás más allá en unos planes de futuro que pueden hacer que la idea inicial de no ser como los padres no resulte tal como se imaginó.
Con una voz clara y una escritura sencilla, teñida de ironía, Berbel busca la expresión que de sentido a la sorpresa por el paso de la vida. Y lo hace en diálogo pleno con el círculo familiar que se ama, pero a la vez, se quiere lejos. La primera parte del libro se centra en la pérdida de la infancia. La segunda sección busca imaginarse el yo poético en el futuro, donde se marca «el peso de la vida con sus dudas».
Elsa López en un libro cuyo título recoge otro de Paul Elouard, busca y lo dice sin rodeos: «Es sólo una prueba de amor, un intento de entender mejor a quien está a mi lado». Mirada de hombre, escritura de mujer para dar cuerpo y existencia al deseo, en una poesía que desde la observación del paisaje luminoso pasa a la exploración de los sentimientos del amor, a veces de manera opina y otras con el silencio como una forma de formular la fuerza de la ternura, en poemas breves de rara intensidad y claridad.
Elena Sierra
Esta crítica hay que empezarla así: te vas a reír. Te vas a reír mucho. Sí, sí, pero también te va a dar un escalofrío cada ciertas páginas. Porque el portugalujo Santiago Lorenzo, retirado desde hace muchos años a vivir en el campo, te pega un zasca seguro. Qué mala leche, oiga, qué manera de señalar contradicciones, paradojas y maldades de la sociedad 'moderna'. Te vas a reconocer en esos comportamientos de urbanita que dice que va al rural a cargar pilas, a entrar en contacto con la naturaleza, a relajarse, a abandonar actitudes de termita de ciudad y en busca de paz y serenidad... Y termina poniendo aire acondicionado en el chamizo del pueblo, que ya no es más chamizo, claro, y haciendo barbacoas con familiares, amigos y conocidos a tutiplén porque, oye, el silencio del campo da miedito. Muy y mucho, que dijo aquel.
El sobrino del narrador da una puñalada en un portal a un policía que está por allí en ejercicio de sus funciones –la crítica a la política de los últimos años está muy presente– y se fuga al campo. Ay, pero el paraíso que muchos urbanitas creen que es eso no lo es tanto y la vida es muy dura, y ahí están autor y personajes describiendo qué significa realmente volver al pueblín (y al despoblado, más). El libro. Desde más o menos la mitad hasta el final, la narración es risa y zasca por igual.
Esta crítica tiene que terminar así: si te gustan las palabras te vas a regodear, probablemente en la misma medida en la que se regodea el autor con viejos términos y con otros de su invención. Hay páginas en las que no hay descanso, en las que su crítica acidísima necesita nuevas palabras para señalar las miserias de una sociedad como la nuestra. Lorenzo tiene su neolengua, necesaria para neotiempos.
Descendiente de suabos emigrados a Rumanía, Herta Müller se vio forzada a dejar su país en 1987 debido a la militancia que profesó en su juventud en defensa de los derechos de la minoría alemana y a la fuerte persecución de los servicios secretos de Ceausescu, que no pararon hasta lograr que fuera despedida de una empresa de ingeniería donde trabajaba como traductora. De esa persecución, que la obligó a instarse en Berlín 22 años antes de recibir el Nobel, versan los ensayos que reúne este libro y en los que habla de muchos aspectos autobiográficos; de su niñez y juventud; de su escritura y de los autores que fueron esenciales en su formación –Oskar Pastior, Elias Canetti, Jürgen Fuchs, Theodor Kramer…– así como de los efectos de la represión en la psicología y el lenguaje.
El protagonista de la novela es un adolescente que llega a Viena desde un pueblo cercano a Salzburgo, en los turbulentos tiempo de la anexión por Alemania. Su madre, viuda, lo ha mandado a la capital a ganarse la vida trabajando en un estanco, con un anciano a quien le falta una pierna pero tiene intacta su dignidad. Él será quien le dé algunas lecciones básicas sobre la vida y la libertad, lecciones que completará con las conversaciones que mantiene con otro anciano sabio que sufre:Sigmund Freud. Junto a ambos conocerá el amor y la desdicha, sabrá de la injusticia, conocerá el sufrimiento de los judíos y se enfrentará a los matones que arrasan con cualquier signo de resistencia, siquiera moral, a sus planteamientos totalitarios. Una novela sencilla, elegante y emotiva.
'El día que Selma soñó con un okapi' es una novela de la escritora alemana Mariana Leky cuyo título hace alusión a un curioso mamífero que parece formado por partes de diferentes rompecabezas: patas de cebra, cuerpo de jirafa, ojos de corzo y orejas de rata… El escenario en el que se desarrolla la acción narrativa es un pueblo situado entre Fráncfort y Colonia, donde la vida parece transcurrir más lentamente que en el resto del mundo y donde los lugareños giran en torno una anciana que, pese a lo que tiene de adorable, alberga un lado inquietante: cada vez que sueña con un okapi, alguno de sus paisanos muere en las veinticuatro horas siguientes. Cuando alguien llega de visita, todo el pueblo se comporta siguiendo los consejos de esa buena mujer.
En 'Sábado, domingo', Ray Loriga coloca a su protagonista en dos tiempos distintos. En un de ellos, es un adolescente que sale con un amigo una noche estival que se promete más que agradable (ligan con una camarera) y que acaba en un desastre del que no quiere volverse a acordar. Un cuarto de siglo después ese mismo individuo, convertido en padre, lleva a su hija a la fiesta de Halloween en el Colegio Internacional de Madrid, donde se pone a charlar con una desconocida que se oculta tras una máscara y cuya conversación aparentemente inocua le termina trasladando a aquel 'sueño de una noche de verano' que se convirtió en pesadilla y enfrentándole a su culpa. El título es una metáfora de esos dos tiempos complementarios de la existencia: el del error y el del pago por ese error.
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