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Sábado, 9 de marzo 2019, 00:41
Iñaki Ezkerra
En 'La montaña mágica' Thomas Mann supo atrapar el alma de la burguesía ociosa y las clases rentistas anteriores a la Primera Guerra Mundial. Lo hace a través del carácter y el estado anímico de Hans Castorp, el protagonista, un joven ingeniero naval que se puede permitir todavía no saber lo que quiere hacer en la vida y para el cual da la impresión de que el tiempo no pasara o de que se puede dilapidar como una fortuna. Ese joven visita a un primo suyo enfermo de tuberculosis en un sanatorio de los Alpes suizos y esa excursión se transforma en una estancia de siete años en los que vive sumido en un estado de enajenación de la realidad, que es la sutil metáfora del mundo y de la manera de vivir a los que pondría fin la Gran Guerra del 14. Un propósito muy similar a ese es el que parece haber animado a Soledad Puértolas a la hora de escribir 'Música de ópera', su nueva entrega novelística, en la que sabe capturar y plasmar el 'zeitgeist', el 'espíritu del tiempo' que encarnaba cierta clase acomodada de provincias en la España inmediatamente anterior a la Guerra Civil.
La novela se sostiene sobre tres personajes femeninos, cada uno de los cuales representa a una generación. El primero de ellos, el que irrumpe en las primeras páginas del libro, es Elvira Ibáñez, la glamourosa viuda de Rafael Claramount, un industrial que había logrado levantar un emporio de fábricas, empresas y comercios en una ciudad que podría ser la Zaragoza en la que nació la autora, pero que no se nombra explícitamente en el libro. Doña Elvira es, sin duda el personaje más potente y la protagonista de esta historia familiar pues reúne del modo más redondo y arquetípico los vicios que heredarán los demás personajes, entre ellos una patológica y absoluta carencia de sentido práctico. Inmersa en su preocupación por las joyas, los zapatos y la ropa elegante, a la que se añade una afición a la ópera que es a la que hace referencia el título de la obra y que la lleva a viajar por Europa en compañía de fraulen Katia, una amiga alemana, doña Elvira muestra una divertida, genuina y verosímil perplejidad ante el afán que tuvo su marido de fundar negocios para hacer dinero y que fue el que le llevó a la tumba en la plenitud de su vida.
El siguiente personaje femenino es la sobrina de esta, Valentina, una muchacha huérfana, hija de un Claramount que era un 'bala perdida' y que vive en el mismo edificio familiar dependiendo de la generosidad de su tía. El tercer personaje femenino es Alba, una nieta de Doña Elvira, que ya responde a un nuevo y más abierto modelo de mujer que empieza abrirse paso en la década modernizadora de los 60 y cuando ha quedado atrás el clima opresivo de la posguerra. Alba, posee un carácter enfermizo y no exento de melancolía, pero es la que intenta entender la historia de los suyos a través de sus propios recuerdos infantiles, de los relatos que le han contado y de las cartas a las que ha tenido acceso.
Sin embargo, no son esos tres personajes correspondientes a tres arquetipos de mujer los únicos que tienen dificultades para enfrentarse a la vida real. Ese mal lo padecen los mismos hijos de doña Elvira, Justo y Alejo, que se muestran incapaces de dirigir el imperio empresarial paterno y permiten que este caiga en manos de un dudoso administrador, Antonio Perelada, que a su vez pertenece a una de las familias nobles de la ciudad, los Tello, y que da la excusa perfecta para dibujar las diferencias de matiz entre la clase aristocrática y la burguesía próspera en la España anterior a la guerra. Justo y Alejo, que reaccionan de forma diametralmente opuesta cuando estalla la contienda del 36 -uno huyendo a Francia, otro alistándose en el bando de Franco-, responden igualmente a ese enajenado 'estilo de vida' que dejó de ser posible para siempre con los cambios económicos y sociales de la España desarrollista.
Soledad Puértolas es una escritora que encuentra siempre su tono, su ser, su plenitud literaria en la sugerencia reveladora, en la omisión elocuente, en los puntos suspensivos. Por esa razón, su escritura es capaz de volver expresivo y explícito hasta lo que Luis Martín Santos llamó el 'Tiempo de silencio' sin desvirtuar ese tiempo, sin romper ese silencio, sin traicionar al retrato de esa época. Por esa razón también, 'Música de ópera' es una novela que consigue contarlo todo de la España de la guerra, la preguerra y la posguerra jugando con las mismos mutismos, las insinuaciones, las ocultaciones y las medias verdades que sirvieron para amordazarla.
J. Ernesto Ayala
Desde hace un tiempo, no sé si por casualidad, me he encontrado con novelas donde el nudo de sus argumentos hace referencia a los abusos sexuales a niños (sobre todo, a niñas) cometidos en el seno de sus propias familias. O dicho directamente, cometidos por sus progenitores varones. Y abuelos, que también. Si el lector ha tenido oportunidad de leer 'Charlotte', del escritor francés David Foenkinos, habrá observado que el abuso que sufre la pintora judía-alemana Charlotte Salomon por parte de su abuelo, ocurrió en los años cuarenta del siglo pasado. Esto sucedió siempre, solo que parece que la novela ha decidido romper el tabú. De la misma manera que comienza a hacerlo ahora la Iglesia, sabiendo que esos abusos también datan de hace muchos, muchos años.
En esta línea transcurre la primera novela del norteamericano Gabriel Tallent, 'Darling'. Turtle Alveston es una adolescente de catorce años que vive con su padre, Martin. Este es un tipo bastante rudo, lector muy selectivo, antiguo hippy reciclado y con una tara que lo lleva a desconfiar de su presente y su entorno humano. Martin está convencido de que el fin del planeta es ineludible, dada la voracidad del capitalismo y de la idea del progreso. Martin vive con su hija y ha creado en ella una situación de dependencia rayana en la patología. Ambos viven en los alrededores de Mendocino, un pequeño pueblo costero de California. La madre de Turtle se ha suicidado. Darling, que es como llama su padre a la protagonista, apenas va al colegio, circunstancia en la que el padre tiene gran influencia de que así sea, dada la desconfianza que Martin insufla a su hija respeto a los estudios reglados. Así la niña tiene más tiempo para andar sola por los bosques de Mendocino o frecuentar los acantilados de la zona. También tiene más tiempo para cuidar sus armas y practicar su uso. Algún día podrían serle útiles. Un día conoce a unos chicos y eso redunda en conflictos con Martin. Así sabemos que el padre necesita a su hija para él solo. Así sabemos que abusa de ella. Darling ha interiorizado esta terrible situación como lo mejor para ella, aunque sabe que algún día tendrá que tomar alguna decisión.
En 'Darling' importa mucho el tratamiento estilístico. Importan el ritmo, el uso de la escritura para describir los paisajes que nunca son solo escenarios para llenar líneas en la novela. Gabriel Tallen expone desde la ficción un modelo perverso de dominio. Y esa atmosfera de miedo que al final ilumina la oscura existencia de Turtle.
Pablo Martínez Zarracina
Éric Vuillard reproduce en esta novela la fórmula exitosa de 'El orden del día', el libro con el que en 2017 ganó el Goncourt. Esa fórmula tiene que ver con la ampliación literaria de un instante histórico. Se trata de un ejercicio veloz de síntesis y detalle que se articula en torno a una voz vibrante, plástica y conclusiva. Menos sofisticación que Michon y más discurso que Zweig. Si en 'El orden del día' Vuillard colocaba sobre su peculiar platina el ascenso de Hitler, en '14 de julio' se ocupa de la toma de la Bastilla.
La diferencia entre ambas novelas tiene que ver con la naturaleza de los sucesos que abordan. Mientras que lo ocurrido en los círculos de poder de la Alemania de 1933 tiene unos protagonistas concretos -personas de quienes además de sus nombres conocemos, en ocasiones con gran detalle, sus biografías e incluso sus temperamentos-, lo ocurrido en París el 14 de julio de 1789 tiene un protagonista borroso. La Bastilla fue asaltada por el pueblo de París, una «inmensa masa oscura que avanza desde el barrio de Saint-Antoine».
El afán por identificar a esa masa oscura, por dotar de rostro a quienes iniciaron la revolución, funciona como gran motivo de la historia. En la novela abundan las enumeraciones de nombres, edades, direcciones y profesiones. «Los nombres son maravillosos», llega a decir el narrador, que recuerda en algún momento que para los primeros en entrar en la Bastilla esquivar los libros de Historia fue una forma de esquivar el patíbulo. «Así que, adelante, no nos detengamos, nombremos, nombremos, recordemos a los famélicos, a los melenudos, a los napias, a los bizcos, a los tipos legales, a todo el mundo».
Ese interés se manifiesta en una especie de constante plano general de multitudes que se ve salpicado de fugaces 'zooms' a los rostros de los protagonistas. La muchedumbre avanza por las calles de París y Vuillard reconstruye con buen pulso esa energía colectiva para a continuación dibujar en dos trazos la biografía del individuo que coge un rifle o se encarama a un muro. Parece que la documentación a ese respecto es exhaustiva y cada apellido, cada movimiento, está justificado. No funciona sin embargo del todo bien el intento de dotar de identidad a los primeros revolucionarios. La velocidad es excesiva y en su tono más noble Vuillard alcanza la épica, pero no la emoción. Actúa como contrapeso una evidente carga de premeditación y cierta distancia irónica. Eso no obsta para que la novela tenga momentos magníficos, como la muerte de Sagault en la muralla de la Bastilla. Aun así, basta con releer los episodios del 14 de julio en 'Historia de dos ciudades' para entender la diferencia: Dickens no tiene mucha idea de filosofía de la historia, pero es un asombroso maestro en cualquier asunto que roce siquiera un corazón humano.
El resumen es que el modelo funciona algo peor en esta novela que en 'El orden del día'. El texto es sin embargo inteligente y se lee con interés. También para discutir con él. Bajo la reconstrucción del estallido revolucionario, hay en el libro una clara apelación al presente. «Cuando el tiempo es demasiado gris (…) deberíamos abrir los cajones, romper los cristales a pedradas y arrojar los documentos por la ventana», escribe Vuillard. «Sería bonito, y divertido, y regocijante». Son tres adjetivos reveladores.
Iñigo Linaje
Aparte de ser un referente en el ámbito del periodismo cultural de este país, Antón Castro ha cultivado un sinfín de géneros literarios que, en su caso, se complementan entre sí. De su abundante producción podríamos destacar -como títulos más sobresalientes- el poemario 'Seducción' (2014) y los relatos recopilados en 'Golpes de mar' (2006).
Uno de los rasgos más determinantes de su escritura es el trasvase de registros que encontramos en cada uno de sus libros. Y es que si su poesía tiene un evidente andamiaje narrativo, sus textos en prosa están salpicados de un acento lírico inconfundible, algo que marca la identidad de su literatura. Esto se hace especialmente patente en sus relatos, pero también en 'Cariñena', la novela corta que acaba de publicar.
Relato iniciático o novela de formación con tintes autobiográficos, el libro narra las andanzas de un joven que huye de su Galicia natal para establecerse en tierras aragonesas. Allí sobrevivirá precariamente ejerciendo trabajos eventuales y descubrirá los sabores y sinsabores de la vida adulta. Un aprendizaje no exento de alegrías y decepciones, pero guiado por una curiosidad insaciable: «La vida es una continua aventura. Te atrapan todas las historias, todos los personajes, todo lo que oyes o ves». Nutrido de experiencias donde se dan cita los amores reales o idealizados, los encuentros amistosos y otros descubrimientos (literarios o culturales) propios de la juventud, 'Cariñena' es un hermoso relato que brilla por su prosa ágil y sencilla, aunque también por ese halo neorromántico tan distintivo del escritor gallego: signo de vida y verdad que llena sus páginas de ternura y nostalgia.
Catalina Caballero
Vas un día al banco, tranquilamente, y ese acto tan simple te puede cambiar la vida por completo. Es lo que le pasa a David, un treintañero de Logroño que hace tiempo que vive en Madrid, que trabaja en una buena firma, al que le encantan los libros y el cine y que está deseando querer y ser querido. Bien querido, se entiende, un poco como en las grandes obras de la literatura o en las mejores películas clásicas, esas que tanto le gustan y a las que dedica tanto tiempo. Bebe mucho de libros y de pelis este David, el personaje creado por el abogado bilbaíno Santiago Zabaleta, que da la impresión de que le ha puesto mucho (muchísimo) de sus propias vivencias y gustos -de su trayectoria profesional, de sus lecturas favoritas y algunos de sus viajes- a ese hombre joven en busca de amor.
El título del libro deja bien claro qué van a encontrarse los lectores: es un diario, el de los meses posteriores al atraco al banco en el que David sale herido por proteger a una mujer; de un lector apasionado, que trufa de versos y frases señaladas en sus libros la narración de lo que va sintiendo, pensando y haciendo en esos meses, y en llamas, porque esa mujer del banco lo tiene loquito y está dispuesto a dar lo mejor de sí para conseguirla. Lo mejor incluye entender los tiempos de ella, no sobrepasarse, no ponerse pesado, desear compartir días y charlas aunque se intuya que no es tan fácil llegar a algo más.
Y así se le va pasando el tiempo y terminará tomando alguna decisión que marcará un antes y un después en su historia. David intenta conquistar pero no quema todas las naves, ni se da por vencido. El buen amor incluye amarse bien a uno mismo, está claro.
En 'La tierra desnuda', Rafael Navarro de Castro ofrece una novela de más de quinientas páginas que es un homenaje a la España agraria y que narra la vida de Blas, el Garduña, un típico hombre de pueblo cuya cultura reside en el conocimiento preciso del ciclo de las estaciones y del curso de un río local. El libro recorre desde el nacimiento de ese buen hombre hasta su modesto entierro pasando por su niñez, el descubrimiento de la sexualidad, la Guerra Civil o la experiencia del matrimonio, las injusticias de las que es testigo o las que él mismo sufre en sus propias carnes, las pequeñas alegrías de la vida y la gran tristeza que conlleva la extinción de un modo de vida, una forma de estar en el mundo. Navarro hace asimismo alarde de una prosa popular y precisa.
'Fóllame' es la controvertida novela que Virginie Despentes publicó en 1993, con apenas 25 años, y le dio fama internacional. La historia que narra es la de una prostituta y una actriz porno que se conocen casualmente en una estación de madrugada tras haber cometido un gravísimo delito. Manu obliga a Nadine a punta de pistola a que conduzca su coche rumbo a la Bretaña y pronto advierte con satisfacción que la amenazada no opone ninguna resistencia sino que más bien se muestra complacida. De esta manera, esas Thelma y Louise inician una rocambolesca y feroz aventura vial ilustrada con alcohol, sexo, pornografía y violencia criminal a través de toda Francia. Un trepidante relato que mezcla el 'hardboiled' con el clásico género de carretera.
'Kamasutra para dormir a un espectro' es un libro en el que Clara Janés alterna la poesía en verso con la prosa poética para profundizar en la experiencia mística del amor. El libro se divide en dos apartados: 'El color prohibido', fue escrito entre el verano y el invierno de 2016 mientras que el que da título a la obra, en la primavera de 2014. El Apéndice se elaboró en el otoño de 2013 y es una antología del poemario titulado 'O El jardín de las delicias'. A todo ese se añade una 'Apostilla' que reúne nueve poemas de un 'Minimo canzoniere' fechados en diciembre de 2017. Una peculiaridad del libro es que va de los textos más recientes a los más antiguos y que todas ellas se hallan relacionadas por la comunión amorosa como hecho vital.
'La ciencia de lo inútil' es un libro de breves y reflexivas prosas de Juan Manuel Uría y se plantea como la primera entrega de una trilogía en la que el autor se propone pensar el acto de escribir versos. En unos textos que rozan en unas ocasiones el apunte de dietario o la sentencia y en otras el aforismo, la greguería, el autor va desgranando lo que la poesía es y lo que no es. Y, así, al inicio del libro afirma: «Escribir para saber qué es la poesía. Aproximarse lo más posible como una mano se acerca al fuego, como un niño que aprende a hablar.» Y así también hay momentos en los que un renglón aislado se revela de pronto como un auténtico verso que contiene una metáfora de carácter metaliterario: «Los pétalos poéticos y siempre eternos de la palabra rosa».
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