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Viernes, 1 de marzo 2019, 22:53
Iñaki Ezkerra
La fórmula literaria que estrenó Umberto Eco en 'El nombre de la rosa' ha tenido más fortuna que una receta culinaria. Y entre los ingredientes de esta hay que destacar tres materias primas que garantizan el éxito del plato novelesco: la busca de una impagable joya cultural, que puede ser un texto, una antigüedad o una obra de arte; el ámbito enrarecido y claustrofóbico de una comunidad en la que todos tienen cara de ocultar algo, como ocurría con los monjes de la abadía benedictina donde ambientaba Eco su colección de asesinatos; y finalmente la trama criminal que se monta en torno a dicho tesoro, bien para hacerse con él o bien para impedir que se lo apropien otros. Con esa receta perpetraron Dan Brown 'El código Da Vinci', publicada en 2003, y Javier Sierra 'El fuego invisible', agraciada en 2017 con el Planeta. La mina no se ha agotado y marca tendencia en nuestros premios literarios más comerciales. En esa moda hay que ubicar 'Los crímenes de Alicia', la novela con la que el argentino Guillermo Martínez ha obtenido la última edición del Nadal y que responde ortodoxamente a ese esquema en sus básicos componentes, como también en los de segundo orden.
Vayamos por partes. El bien preciado a poseer, cuyo valor es incalculable, no es la 'Poética' de Aristóteles, ni tampoco el Santo Grial, sino una hoja que revela todos los secretos ocultos de la relación que mantuvo Lewis Carroll con Alicia Liddell, la niña que le inspiró el célebre personaje literario de sus cuentos. Ese papel y su morboso contenido estuvo en manos de la sobrina nieta del gran escritor y matemático británico del siglo XIX y ahora ha acabado llegando a las manos de una joven investigadora llamada Kristen Hill, que lo guarda celosamente con el fin de atribuirse el mérito de su descubrimiento. La comunidad cerrada e inquietante que mantiene una estrecha relación con el valioso hallazgo no tarda en aparecer. Es una Hermandad de estudiosos de Lewis Carroll, que desea publicar los diarios privados de este y con la que Kristen, actuando de nexo argumental, ha concertado una entrevista a la que no podrá acudir porque sufre un accidente que difícilmente puede interpretarse como casual. De este modo, llegamos ya al tercer ingrediente de la receta: el de los crímenes que se cuecen a partir de ese suceso y que responden a un patrón cuyas claves están en el propio relato de 'Alicia en el país de las maravillas'.
Guillermo Martínez recupera, para resolver este caso, a los protagonistas de 'Crímenes imperceptibles', la obra que publicó en 2003 y que fue llevada al cine por Álex de la Iglesia bajo el título 'Los crímenes de Oxford'. Y, así, traslada al lector a esa pintoresca ciudad universitaria del Reino Unido y al año 1994. Así también, utiliza a ambos personajes para establecer unos vínculos verosímiles y técnicamente eficaces con los tres elementos citados del guiso policíaco. El joven estudiante argentino de Matemáticas que protagonizaba aquella exitosa novela se sentirá atraído por Kristen, la becaria. Y su mentor, el sagaz y elocuente profesor de Lógica Arthur Seldom, comparece como miembro de la propia Hermandad Lewis Carroll. Entre ambos fluye ese discurso con apelaciones culturalistas a la filosofía, a las ciencias matemáticas o a una retórica deductiva que a veces amaga las conclusiones más rebuscadas que lo que se dice brillantes del Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle.
¿Alguien quiere impedir por todos los medios que salgan a la luz unos detalles hipotéticamente escabrosos sobre el extravagante diácono anglicano del siglo XIX que ha pasado a ser uno de los grandes de la literatura universal y que en vida buscaba la amistad de las niñas o son todos los personajes de esta novela, empezando por el discípulo de Seldom, que adopta la voz narrativa en primera persona y terminando por un guadiánico inspector Petersen, los que quieren que hubiera pasado algo entre esas niñas y ese genio literario para justificarse como personajes en estas 334 páginas? No es la primera vez que en nuestra época se fabula sobre Lewis Carroll. Richard Wallace llegó más lejos que Guillermo Martínez al sostener, en un libro que publicó en 1996, que el padre de 'Alicia en el país de las maravillas' fue Jack el destripador en persona y que en la obra de este se hallaba el código de todos sus asesinatos esperando a ser descifrado. ¿Se trata de un caso de bullying secular y en diferido contra el que simplemente es diferente, como pasa en los colegios? ¿No será esta obsesión con Carroll de algunos autores el verdadero misterio a resolver?
J. Ernesto Ayala
El exterminio de seis millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial ha generado una ingente bibliografía. La Shoa o el Holocausto o Auschwitz son sinónimos de crímenes contra la humanidad. Nada hay más espantoso que solo imaginar estos hechos. El que escribe estuvo en Cracovia y vio el barrio judío. El que había sido y se había convertido en su propio gueto. Y vio tambien cómo a sólo cien kilómetros estaban las instalaciones donde miles de personas, entre ancianos, mujeres y niños entraban, sin saberlo, a las infernales cámaras de gas. En el mismo hay una tienda con multitud de libros sobre el Holocausto.
Hoy comento un libro nuevo que se suma a los anteriores. Este tiene su singularidad. Estoy hablando de 'Auschwitz: Investigación sobre un complot nazi', de Florent Brayard. Todo el que haya leído sobre esta materia sabe de las infinitas teorías, hipótesis y pruebas irrefutables que se cernieron sobre el Holocausto. Últimos ensayos ya prueban cómo parte de la población alemana fue cómplice pasivo del exterminio judío. El libro de Florent Brayard ofrece una teoría muy sugerente. Lo adelanta el subtítulo de su libro, 'Investigación sobre un complot nazi'. Lo que sostiene el estudioso francés es que todo un jerarca del nazismo como Josep Goebbels es altamente probable que no estuviera muy al corriente del exterminio físico de los judíos. No sería hasta muy entrado el año de 1942, cuando el siniestro ministro de Propaganda del Gobierno de Hitler pudo haberse enterado a ciencia cierta de las cámaras de gas. Si esto fue así, se debió a que ya en la tristemente famosa reunión de Wansee, enero de 1941, se acordó no publicitar el alcance real de la 'Solución final'. Florent Brayard lee y relee exhaustivamente los diarios de Goebbels. Y en ellos encuentra que no se trata de poner en cuestión el odio feroz que sentía por los judíos como de estar convencido siempre de que los judíos debían desaparecer del área germana y ser expulsado a territorios lo más al este posible de Europa. Goebbels, según entiende Brayard que se desprende de sus diarios, conocía los progromos que se sucedían en las hoy repúblicas bálticas. Él siempre defendió una distinción entre judíos alemanes y judíos eslavos o de Europa del Este. Resumiendo, que la 'Solución final' para los judíos fue una decisión que sólo compartieron los principales artífices del exterminio. Apasionante teoría que yo no dejaría de consultar.
Pablo Martínez Zarracina
La protagonista de esta novela es una joven adinerada que, durante el verano de 2000, con 26 años y sin causa aparente alguna, comienza a 'hibernar' en su apartamento del Upper East Side. Esa particular hibernación consiste en alternar largos y desordenados periodos de sueño inducidos por combinaciones pirotécnicas de ansiolíticos, somníferos y narcóticos con duermevelas en el sofá dedicadas al visionado obsesivo de películas comerciales («Gracias, Dios, por Whoopi») y breves escapadas a la tienda de la esquina en busca de café y galletitas. Así, día tras día, hasta constituir una rutina de implicaciones suicidas, que sin embargo se pone en marcha sin el menor dramatismo y sin generar el mínimo discurso, con una indiferencia casi inhumana.
La protagonista de Ottesa Moshfegh es una joven inteligente, atractiva, segura de sí misma. Sus padres, ya fallecidos, le han dejado el dinero suficiente para vivir sin preocupaciones en un edificio con portero y «un elegante ascensor con los botones dorados». Podría salir y triunfar en el Nueva York efervescente y superficial de la época, pero desprecia «ese rollo». Le basta con anotar sus rutinas narcóticas como si se tratasen de tablas gimnásticas en busca de un sueño que no es tan reparador como arrasador. «Eso era justo lo que quería, que mis sentimientos pasaran como luces que brillan delicadas a través de la ventana, que me sobrepasaran, que iluminasen algo vagamente familiar, luego se desvanecieran y me volvieran a dejar en la oscuridad».
Alrededor de la joven, cuyo nombre no se detalla, orbitan unos pocos personajes: Trevor, «un exnovio recurrente»; Reva, una amiga de la universidad propensa al melodrama; y la doctora Tuttle, una criatura frenética, de efectos cómicos, que recuerda a un dibujo animado: piensen en una psiquiatra que expende somníferos como un cajero automático, aumenta las dosis como quien puja en una subasta enloquecida y es capaz de olvidar datos de cierta relevancia sobre sus pacientes, como por ejemplo si sus padres se suicidaron o no.
Con este material aparentemente disparatado Ottesa Moshfeg compone una novela que tiene mucho de manifiesto nihilista generacional. Se trata de un manifiesto llamativamente hueco y vistoso. No hay gran cosa dentro de él, pero no deja de brillar una capa superficial de ironía gélida, inconmovible, demoledora. Espectacular a su manera. Nada altera a la protagonista y narradora de este libro, que persigue la ataraxia química tumbada en un sofá carísimo mientras en el exterior la historia acelera hacia un punto crítico: el 11-S. «Allí arriba se está muy tranquilo», le dirá Reva a su amiga al comentarle, a comienzos de 2001, un traslado profesional que la llevará al World Trade Center.
Si hay demasiado efectismo en 'Mi año de descanso y relajación' –hasta el punto de que el lector llega a temerse el advenimiento de una especie de 'chick-lit' con pretensiones–, la escritura de Ottesa Moshfegh presenta una evidente calidad y un atractivo singular. Además de precisa y por momentos brillante, la autora estadounidense consigue ser cáustica sin autosatisfacción, lo que resulta tan infrecuente como estimulante. Conocer una voz capaz de alcanzar un registro que mezcla con enorme naturalidad la inteligencia, la oscuridad y el humor es lo mejor de esta novela.
Elisabeth G. Iborra
'True Love' lleva por subtítulo 'Todo lo que necesitas sber sobre el amor', y sorprende muy gratamente porque, gracias a sus ilustraciones, consigue que aprendamos de una manera muy amena cantidad de cuestiones interesantes en torno a ese sentimiento universal que, a pesar de disfrutarlo y padecerlo, no acabamos de entender. La autora es Verónica Coloma, una diseñadora gráfica que trabaja como 'free lancer' en Valencia y que ha diseñado campañas para un puñado de marcas importantes.
Con la investigación, el diseño gráfico y la manera sencilla de transmitirlo de Verónica Coloma, resulta más fácil comprender por qué nos enamoramos, por qué de una persona y no de otra, cómo funcionamos internamente, tanto a nivel mental como fisiológico; e incluso por qué duelen tanto las rupturas. Además, llega a provocar carcajadas con las curiosidades y rarezas que recopila, como, por ejemplo, las leyes que regulan el sexo en Estados Unidos. O las acepciones de palabras aparecidas a raíz del 'boom' de las redes sociales, con las que seguro que se identificarán muchos lectores. Y lo mejor de todo está en el final, donde la autora da las claves para amarse uno mismo como fundamento para poder amar a otra persona (y viceversa, porque no debe considerarse un libro femenino aunque la portada sea rosa).
Elena Sierra
Paúl Fernández de Areilza habla solo. Habla solo casi todo el tiempo, y la mayor parte del resto del día y de la noche, le habla una vocecita –su intuición, se supone– y él le responde. Por su vera pasan, o pasa él por la vera de los otros, todo tipo de personajes en una danza que podríamos llamar enloquecida. El chino de la tienda de trajes, el mafioso chino que pasa por la tienda de trajes, la camarera, el tipo de la recepción del hotel, un bedel, un viejo amigo de la facultad, uno nuevo que hace en el autobús que lo lleva de Bilbao a Madrid para comenzar su nueva vida. En la anterior también se ha juntado con gente rara: un amigo editor le publicó un libro y lo metió en un lío porque la versión editada no tenía nada que ver con el original. Paúl Fernández de Areilza tiene estudios y ha sido bróker, se supone que es un tipo ágil mentalmente y que sabe de leyes, pero, qué cosas, se la meten doblada y su reputación queda destrozada.
Cualquiera diría que el autor (de Bilbao) se ha saltado las normas básicas de la construcción de personajes. Es difícil de creer, partamos de esa base, que el bróker con intuición no sabe leer un contrato y posteriormente actuar contra un editor abusón. Pero si los lectores pasan de ahí y la idea les gusta –la de las situaciones rocambolescas–, encontrarán una lectura sencillísima, que va a toda prisa, que contiene algo de humor (el de un tipo de Getxo que está como un silbo) y sin pretensiones.
Es la tónica de esta novela que el autor publicó hace años por capítulos en un blog, después autoeditó en un volumen y ahora vuelve a publicar. Sus razones tendrá.
En 'La mejor madre del mundo' la cántabra Nuria Labari disecciona el mito de la maternidad y profundiza valientemente en la experiencia de ese trance tan físico como psíquico sin miedo a contradecir las mentiras y los tópicos dictados por la moral clásica o la actual corrección política. Los ingredientes novelescos se mezclan, de este modo, con los biográficos e incluso con los ensayísticos a través de un personaje femenino que tiene 35 años cuando decide, pese a su condición de estéril, ser madre. La llegada de dos hijas a su vida la situará frente a un texto en el que la escritora y esa madre en la que se ha convertido no son buenas aliadas sino que han de luchar para imponerse una a la otra. En ese duelo, a menudo el humor se mezclará con el dolor.
Nacida en el año 1542 y educada en la corte francesa, culta y poseedora de una gran belleza, María Estuardo se precipitó hacia un destino trágico desde que decidió volver a Escocia para ocupar el trono. Primero fue la guerra y después la abdicación, el exilio, el cautiverio durante dos décadas y la decapitación en el castillo de Fotheringay, acusada de planear el asesinato de su prima, la reina Isabel I de Inglaterra. Coincidiendo con la llegada a los cines de 'María, reina de Escocia', la película de la británica Josie Rourke, Gatopardo recupera la excelente biografía que Alexandre Dumas escribió sobre este controvertido personaje histórico en el que confluía la condición de católica con la leyenda del ser intrigante y entregado a pasiones turbulentas.
En 'Una cierta edad', Marcos Ordóñez realiza una incursión en el género del dietario con un tono irónico pero inevitablemente pesimista desde el momento en que esta nueva travesía literaria parte de una toma de conciencia de paso del tiempo y la caducidad de la vida. Escritos entre 2011 y 2016, los textos reunidos van desde el apunte de diario al microrrelato, pasando por crónicas periodísticas, amagos poéticos, evocaciones culturalistas o extemporáneas reflexiones que a menudo adoptan el tono del aforismo. «Una tentación frecuente en los artistas: tratar de hacer coincidir la propia decadencia –escribe Ordóñez– con la del mundo que les rodea o la del arte que practican. (Me temo que a partir de cierta edad, tiende a ser general, como los apagones)».
Autor de numerosos libros centrados en la lectura y la escritura, Daniel Cassany brinda en 'Laboratorio lector' un ensayo entretenido e interdisciplinar cuyo objetivo es hacernos tomar conciencia del modo en que leemos y en el que podemos llegar a leer, eliminando determinados vicios y trampas que a menudo se nos escapan. El texto propone diversos juegos de carácter pedagógico que llevan implícita una lección sobre cómo descubrir los automatismos del cerebro, cómo discernir las webs fiables de las fraudulentas, cómo usar los traductores informáticos o ponerse en guardia frente a los plagios; una serie de experimentos que, superados, harán al lector más perspicaz en esta época regida por la intoxicación informativa y la llamada 'posverdad'.
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