El arte más cotizado ya no es necesariamente masculino, occidental y heterosexual. La irrupción de mujeres, de creadores de regiones escasamente representadas hasta ahora en el mercado y de aquellos individuos que reflejan en sus obras una orientación gay o lésbica, evidencia que algo está ... cambiando. El último balance anual realizado por la web Artprice.com revela un escenario nuevo e insólito. En la lista aparecen once mujeres entre los veinte autores menores de 40 años con mejor balance de ventas y, además, cinco de los nueve varones proceden de lugares tan insólitos en el mundo de la plástica contemporánea como Ghana, Pakistán y Costa de Marfil. Hay propuestas que hablan de la identidad gay o queer, y algunos de los creadores son norteam ericanos o ingleses, pero de origen latino o nigeriano.
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El protagonismo de colectivos hasta ahora marginados resulta sorprendente porque no parece el fruto de una lenta progresión, sino de un súbito cambio de tendencias. En realidad, nos encontramos ante un asalto prácticamente inesperado y concentrado en los dos últimos años. «Se ha producido un interés hacia la minorías», explica Ignacio Múgica, de la galería bilbaína Carreras Múgica. El marchante asegura que el fenómeno, especialmente relevante en el ámbito anglosajón, también ha llegado a nuestro país. «Ahora, las instituciones nos demandan, sobre todo, obras de mujeres, por ejemplo».
Este fenómeno no es aislado ni interno. El mercado no resulta ajeno al contexto social y político. El eco de los movimientos Me Too y Black Lives Matter también ha llegado al circuito y ha surgido una cierta sensibilización ante las propuestas que escapan del eurocentrismo. «Antes, los coleccionistas ansiaban tener el mejor Picasso o Kiefer, mientras que ahora la diferencia radica en descubrir lo diferente, aquel autor y pieza que señala la distinción frente a lo convencional», asegura el especialista. Los resortes para conseguir proyección también han variado. En este nuevo escenario, el éxito no requiere del apoyo de una gran galería. «Ese afán por hallar la joya oculta favorece a las pequeñas que representan a valores emergentes».
Los asesinatos de ciudadanos negros en Estados Unidos pusieron de manifiesto la persistente marginación de las minorías étnicas en todos los ámbitos, incluido el cultural. Un estudio reveló que en las colecciones de los dieciocho museos más prestigiosos del país tan solo el 1,2% de las obras pertenecía a autores negros, el 9% a los de origen asiático y un 3% a latinos, que suponen el 18% de la población. Otra investigación demostró que entre 2008 y 2018 las exposiciones protagonizadas por mujeres alcanzaban un raquítico 14% y una tercera denunció la inexistencia de estudios y estadísticas fiables en torno al peso de los artistas queer. Frente a esta escasa representación han surgido organizaciones de defensa de las minorías como Art4Equality, Black Artist Fund o Black Trans Femme Arts Collective.
Los datos no dan cuenta de la dimensión de la discriminación. En realidad, la concurrencia de las minorías raciales y de género es mucho menor por el monopolio que ejercen ciertos nombres en seno de las minorías. En el caso de los afroamericanos, el 77% de su participación en el ámbito de las subastas estaba monopolizada por Jean Michel Basquiat, mientras que el 40% del femenino recaía en Joan Mitchell, una figura revalorizada en la última década, Yayoi Kusama, Louise Bourgeois, Georgia O'Keefe, y Agnes Martin.
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Los nuevos aires no solo afectan a los niveles sociales inferiores. Las elites también experimentan transformaciones. Además, de los coleccionistas norteamericanos, europeos, árabes y chinos, otros segmentos de la alta burguesía se suman al furor por comprar arte. A lo largo del pasado año, la venta en subastas de la obra de la japonesa Ayako Rokkaku recaudó casi 19 millones de dólares, récord para cualquier artista joven. El atractivo de esta representante del movimiento Hi-Lite demuestra la incorporación de coleccionistas nipones y surcoreanos crecidos en la cultura del anime y el manga, además del auge paralelo de mercados periféricos en Asia, caso de Seúl, Tokyo, Taipei y Singapur, empeñados en disputar la hegemonía a Hong Kong.
La reivindicación social y política constituye un aliciente, aunque no se trata de un revulsivo especialmente novedoso. La fascinación que genera Banksy no es ajena a esa demanda de compromiso. Además, en los últimos tiempos, la búsqueda de otras formas de expresión entrecruza propuestas estéticas originales y procedencias insólitas. El éxito del pakistaní Salman Toor en las subastas de Nueva York y Londres demuestra esa superposición de atractivos. Sus fantásticos retratos de jóvenes asiáticos en entornos gays le han encuadrado en el colectivo denominado New Queer Intimists, en el que también está inserto Devan Simoyama, artista norteamericano que, asimismo, establece una interrelación entre contextos raciales y sexuales.
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Los cuerpos descoyuntados de Christina Quarles también reflejan una perspectiva queer. La identidad sexual de sus figuras queda atrapada en la ambigüedad. Ahora bien, su proyección comercial se antoja de una claridad meridiana. Inscrita en la prestigiosa galería Hauser & Wirth, el pasado año participó en la Bienal de Venecia y una de su obras fue rematada por 4,5 millones de dólares, su record personal.
Ya no queda nada sagrado. La heterogeneidad formal y la mezcla irreverente de referencias a la historia del arte y la cultura popular, incluidos los televisivos dibujos animados, caracterizan la obra de Robert Nava, otro de los valores emergentes. Tal y como ocurre con otros artistas europeos y norteamericanos, este autor es hijo de inmigrantes.
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El eco infantil también se halla en los garabatos de Mr. Doodle, el británico Sam Cox, poseído por un 'horror vacui' que lo conmina a llenar todos los espacios posibles con rotuladores rellenos de tinta. Este autor es uno de los occidentales contemporáneos de mejor acogida en las subastas de Hong Kong.
La incorporación de los colectivos hasta ahora olvidados puede parecer encomiable, pero no resulta asequible cuando las cotizaciones se disparan y la crisis económica sigue afectando a los fondos institucionales. Los esfuerzos documentalistas y pedagógicos se acompañan de iniciativas para recomponer sus colecciones incluyendo la adquisición de obras de autores procedentes de estos colectivos.
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Con ese fin, algunas instituciones estadounidenses han adoptado medidas tan radicales como la enajenación de fondos. El Museo de Arte de Baltimore se halla en un área metropolitana con el 66% de población negra, y en 2018 vendió obras de Andy Warhol, Robert Rauschenberg y Franz Kline para completar una visión del expresionismo abstracto que acogiera a los afroamericanos Norman Lewis y Jack Whitten, y a jóvenes autores de la talla de Amy Sherald o Marta Bradford.
No se trata de hechos aislados. Esa política prosiguió dos años después con la puesta en el mercado de piezas de Clyfford Still o Brice Marden. Pero no es la única iniciativa de relieve. El Museo Everson de Syracuse se desprendió de un lienzo de Jackson Pollock, una de sus primeras manifestaciones del 'action painting'.
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Esta búsqueda de la equidad puede ser un movimiento sostenido en el tiempo o, quizás, una ilusión coyuntural. «En el arte hay tendencias», explica José Martínez Calvo, codirector del madrileño Espacio Mínimo, para quien este fenómeno sucede al que tuvo lugar con la creación china e india hace dos décadas. «El arte religioso y los retratos decimonónicos no están de moda, pero es que moda significa poner en conocimiento y si algo no lo conoces no puedes juzgarlo ni compararlo, descubrir su discurso y saber si te interesa más o menos».
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