El autor de la primera gramática de una lengua romance era un humanista dispuesto a enfrentarse a la Inquisición y corregir la mismísima Biblia con tal de garantizar la correcta transmision del conocimiento desde sus fuentes originales
No es que no supiera latín o griego, es que ni español y, como me contó el monaguillo, empleó la fórmula de los esponsales en lugar de la del bautismo, de manera que muchas veces he dudado si no debía volverlo a bautizar». Nebrija ironizaba ... para criticar el paupérrimo dominio de las lenguas clásicas que tenían quienes, se suponía, pertenecían a la élite culta. Religiosos, juristas o médicos repetían fórmulas que habían memorizado sin llegar a entender y se perdían infinidad de matices de materias en que deberían ser expertos por no comprender plenamente los textos que transmitían sus conocimientos. Aquello le exasperaba así que quizá sí se quedara con ganas de llevar de nuevo a su primogénito a la pila. Al fin y al cabo, no sería su primer rebautizo.
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Antonio Martínez de Cala, que ese era su nombre real, nació en 1444 en Lebrija. En Nebrissa Veneria, hubiese dicho él, orgulloso como estaba del pasado latino de la localidad. Tanto, que en su etapa estudiantil decidió emparentar con una de las familias más notables de la antigua Bética; la de los Aelii, la de los emperadores Elio Trajano y Elio Adriano. De ahí que, siguiendo los usos de los patricios romanos, le conozcamos con tres nombres: el de su pretendida familia, el heredado del padre y el que indicaba su procedencia. Esto es, Elio Antonio de Nebrissa, después derivado a Nebrija .
Su familia no era rica pero sí propietaria de las tierras que trabajaba, lo que permitió enviar a Salamanca al segundo de los cinco hijos, quien, a decir del cura que le enseñó las primeras letras, valía para estudiar. El muchacho podría colocarse en la administración local con solo aprobar el menor de los grados universitarios, que sería el equivalente a la actual secundaria. Pero, si además alcanzaba uno de los superiores, quizá pudiera ocupar algún cargo eclesiástico.
Escribió libros fundamentales pero al final de su vida tenía tantos enemigos como fama
Salamanca y Bolonia
Así que con 14 años, Nebrija llega a una Universidad cuya biblioteca no tiene más de doscientos volúmenes y en la que todas las materias se imparten en latín -de hecho, los primeros cursos se dedicaban a su aprendizaje y se suponía que era la lengua que debían emplear los estudiantes entre ellos- y con el tinte religioso propio de la época y un centro en el que la mayor parte del alumnado iba para clérigo.
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A los 19, tras terminar ese primer grado, logra una beca de la diócesis de Córdoba para estudiar teología en San Clemente de los Españoles, colegio mayor adscrito a la más prestigiosa de las universidades, la de Bolonia. Allí debe estar, según el compromiso adquirido al ser becado, los ocho cursos necesarios para doctorarse. Según escribió años después el propio Nebrija, estuvo diez, pero los historiadores creen que solo fueron cinco, que adornó su currículum para dar relevancia a la estancia en una de las cunas del Humanismo.
Regresa respondiendo a la llamada de Alonso de Fonseca, arzobispo de Sevilla, quien busca preceptor para su sobrino. Su muerte, en 1473, le deja sin oficio ni beneficio, como se ya decía de quienes no ejercían ninguna profesión manual ni tenían rentas familiares o eclesiásticas, lo que le devuelve a Salamanca.
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Mueve hilos y en 1475 la Universidad le contrata para dar dos lecciones diarias -una de poesía y otra de oratoria-, con la suerte de que a finales de año queda libre una cátedra de Gramática. Nebrija oposita y, con el apoyo de antiguos profesores, logra la plaza pese a carecer de titulación superior, lo que en teoría le obligaba a licenciarse y obtener el título de maestro o doctor en seis meses. No hay constancia de que lo hiciera hasta 1484, tres años después de publicar el que durante cuatro siglos sería el principal libro de texto de los estudiantes de latín, las 'Introductiones latinae'.
Podía haber impartido solo una lección diaria y darse más tiempo para investigar, que aunque no era lo habitual en su opinión debía de ser la obligación de los profesores, pero no pudo permitirse dejar las clases de poesía y oratoria. «Arrastrado por la incontinencia» había preferido pasar por el altar a tener barragana, como era frecuente en el clero. El matrimonio tuvo nueve hijos, pero más de una vez manifestó su arrepentimiento por haber dejado su condición (y paga) de clérigo.
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En 1486 la corte itinerante de los reyes Isabel y Fernando -aún no tenían el título de Católicos- se instala en Salamanca, lo que da ocasión a la reina, mala estudiante de latín, de hacerle un encargo. Quiere que traduzca las 'Introductiones' para que «las mugeres religiosas y vírgenes dedicadas a Dios, sin participación de varones, pudiesen conocer algo de la lengua latina». La petición lo reafirma en la creencia de que hay que facilitar el aprendizaje del latín, aunque él tiene otra idea para lograrlo; va a redactar una gramática española, un texto que razone las estructuras del idioma que el lector ya habla para, a partir de ellas, simplificar la comprensión de las latinas. La reina no ve mucho sentido a la propuesta -quién iba a consultar la gramática de una lengua vulgar, sin rango, que además «se aprende sola»-, así que se lo vende como un instrumento para que «vizcaínos, navarros, franceses italianos y todos los otros que tienen algún trato y conversación con España» aprendieran (bien) nuestra lengua.
Una corte de humanistas
La estancia real también le permite conocer a Juan de Zúñiga, maestre de Alcántara. El joven -tenía 16 años- está creando su propia corte de humanistas y ofrece un puesto en ella a Nebrija, que no duda en llevarse a la familia a tierras extremeñas. Los veinte años que pasó a su servicio fueron de lo más fructíferos. A la 'Gramática', publicada en 1492, se le unieron reglas de ortografía, diccionarios bilingües de latín y español, glosarios legales y médicos, tratados de botánica, cosmografía, educación...
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En 1502, otro traslado de los reyes, esta vez a Zalamea de la Serena, le permite conocer a Francisco Jiménez de Cisneros, entonces arzobispo de Toledo. También viaja con la corte Diego de Leza, que prácticamente estrena el cargo de Inquisidor General y se alarma al saber que su meticuloso compañero de estudios revisa la única versión autorizada por la Iglesia de la Biblia, la traducción al latín de los textos hebreos y arameos realizada un milenio atrás por San Jerónimo y que después se conoció como la Vulgata.
Para uno predicar la palabra de Dios a partir de textos «corruptos» por siglos de amanuenses, erratas y malas interpretaciones resultaba imperdonable. Para el otro lo infame era sugerir que en la Biblia había corrupción, aunque fuera ortográfica. El dominico prohibió al gramático tocar las Sagradas Escrituras, pero Nebrija, soberbio, no hizo caso. Estaba convencido -y esto ya lo había discutido con médicos y juristas indignados por sus intromisiones- de que él, como experto en filología latina, estaba por encima de cualquiera en la interpretación de las fuentes. El trabajo de los demás iba detrás del suyo.
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En 1504 muere Zúñiga y Nebrija, a punto de cumplir los 60, regresa a Salamanca, donde vuelve a lograr una cátedra de Gramática. Dos años después se establece en Alcalá para participar en la Biblia Políglota que patrocina Cisneros y tiene listas para imprimir sus anotaciones sobre la Biblia. No llega a enviarlas. La Inquisición se le echa encima amenazando con excomulgar a autor e impresores y acusándole de haber consultado partes con judíos conversos, lo que era cierto. Diego de Leza ordena que se le procese y embarga la obra.
Pese a que abandona el proyecto de la Biblia Políglota precisamente porque Cisneros no le deja incluir sus correcciones de la Vulgata, ambos mantienen una buena amistad y con el nombramiento del arzobispo como nuevo Inquisidor General en 1507 se anula el proceso y puede publicar el texto. Vuelve a Salamanca, donde otra cátedra salía a oposición. No la gana porque acumulaba tanta fama como enemigos y estos, a través del voto de los alumnos, logran que la plaza sea para un recién licenciado. No le sirve ni ser el autor del libro de texto, el ya entonces conocido como 'el Antonio'. Vuelve a su tierra natal y pasa un año dando clases en un colegio sevillano hasta que, en reconocimiento a sus méritos, Cisneros le recluta para su Universidad, la de Alcalá. Allí fallece de una apoplejía el 5 de julio de 1522.
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