El músico que vivió por la paz
Pau Casals ·
50 años después de la muerte del gran violonchelista, su legado sigue vigente gracias a sus obras, sus grabaciones y su firme defensa de la democraciaSecciones
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Pau Casals ·
50 años después de la muerte del gran violonchelista, su legado sigue vigente gracias a sus obras, sus grabaciones y su firme defensa de la democraciaDe su padre heredó el gusto por el arte y de su madre los valores de la justicia. Los genes de Pablo Casals estaban labrados de la fuerza de la música y de la búsqueda radical de la paz. Como violonchelista llegó a ser el ... mayor de su época y, como hombre, luchó por el bienestar de la humanidad en un mundo que vivía los ciclos de la guerra y las amenazas a la libertad. No se rindió y hasta su muerte siguió detrás de las enseñanzas de sus mayores: «Mi contribución a la paz del mundo puede ser exigua, pero habré dado todo lo que puedo para conseguir un ideal que considero sagrado».
Casals nació en el municipio tarraconense de El Vendrell en 1876. Tenía ocho años cuando su padre le construyó su primer violonchelo y once cuando inició sus estudios en la Escuela Municipal de Música. Pronto le sorprendió el descubrimiento en Barcelona de las seis 'Suites para violonchelo' de Bach, al que siguieron una beca concedida por la reina María Cristina, sus primeras giras españolas, sus colaboraciones musicales con Granados y, como fecha destacada, su actuación privada ante la reina Victoria de Inglaterra en el verano de 1899.
Con el nuevo siglo realizó sus primeros viajes a América y llegó a ser invitado a tocar en la Casa Blanca por el presidente Roosevelt. Su reconocimiento como violonchelista no paraba de crecer y se inició en la dirección de orquesta. En los albores del disco, cuando solo lo excepcional tenía cabida, realizó numerosas grabaciones mientras sus ideales políticos comenzaban a cruzarse en su carrera musical: en Rusia decidió no volver a dar conciertos tras la Revolución de 1917, de igual manera que años después rechazaría tocar con la Filarmónica de Berlín por el ascenso de Hitler al poder. Se negó a actuar en Alemania mientras «su vida musical no sea libre».
Pero nada alteró su carrera musical tanto como el estallido de la Guerra Civil española. El 18 de julio de 1936, durante un ensayo con su orquesta en el Palau de la Música Catalana, fue informado del riesgo de un alzamiento en Barcelona, por lo que hubo de despedirse de sus músicos sin saber cuándo volverían a encontrarse. Dos años después daría su último concierto en Cataluña y en enero de 1939 comenzó su largo exilio, que le ofrecía el sentimiento del dolor junto a la promesa de la esperanza y, posteriormente, la determinación de no dar conciertos en países solidarios con la dictadura.
Afincado en primer lugar en Prades, una localidad francesa en los Pirineos Orientales, Casals se convirtió desde el principio en una figura incómoda para el régimen franquista. Su ayuda a los refugiados y su posicionamiento público en contra de las dictaduras eran paralelos a la admiración que seguía despertando entre el público. Con el paso del tiempo abandonaría Prades para encontrar un nuevo hogar en Puerto Rico, donde se instaló en 1956 junto a Marta Montañez. Tenía ochenta años y afrontaba la última etapa de su exilio, durante la cual no cesaron ni su carrera musical ni su defensa a ultranza de la paz. Entre los hitos finales de su biografía despuntan su famoso manifiesto denunciando la carrera nuclear (1958) y el estreno de su 'Himno a las Naciones Unidas' en Nueva York en 1971.
A Casals no le gustaba hablar de España en sus últimos años. En una entrevista publicada en 'El Diario Vasco' en 1970 reconocía que «cada día muero un poco, pero no de viejo, sino de nostalgia». La muerte le sobrevino tres años después en Puerto Rico, donde sus restos fueron enterrados hasta que la vuelta a la democracia permitió su traslado a El Vendrell. En el municipio tarraconense su recuerdo sigue presente a través de su casa natal, el auditorio, el festival de música y el museo ubicado en su casa de verano, pero su huella se extiende mucho más allá de las fronteras catalanas. En Prades y en Puerto Rico permanecen los festivales que fueron creados por él, además de museos y espacios de música. Los hay también en Alemania y en Japón. Son innumerables las ciudades, entre ellas Bilbao, que le han dedicado calles o avenidas. Y en el hall de la Asamblea General de las Naciones Unidas puede verse un busto realizado por el escultor Robert Berks.
Aun así, no hay legado más accesible que sus composiciones y sus discos, desde las legendarias 'Suites para violonchelo' de Bach grabadas en los años treinta (y que abrieron el paso a todo lo que vino después) hasta las realizadas con la Orquesta del Festival de Marlboro, pasando por las 'Sonatas de Beethoven' junto a Wilhelm Kempff o el Concierto de Dvorák con George Szell. O cualquiera de las interpretaciones que hizo de la melodía popular 'El cant dels ocells', tan unida a él como un árbol a su raíz. Nadie que escuche a Casals en estas obras dudará del valor dado a la expresión, del sentido otorgado a cada frase, de su idea de que «la música, este maravilloso lenguaje universal, debería ser una fuente de comunicación entre los hombres».
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