Mujeres atrapadas en su destino
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Pilar Quintana, ganadora del Alfaguara con 'Los abismos', dice que ahora las escritoras pueden tratar temas que antes «no se tocaban»La escritora Pilar Quintana -último Premio Alfaguara de Novela con 'Los abismos'- nació y se crió en Cali, Colombia. Ya de mayor, cuando era una estudiante universitaria que vivía fuera y volvía solo de vacaciones a casa, vio que la suya era una ciudad «como ... perdida entre los árboles, como esas antiguas» que parecen de leyenda. Agua y árboles, todo muy verde, eso es lo que vio desde el cielo el día en que un amigo la llevó en avioneta. Quedó fascinada. A pie de calle, parecía otra cosa. «En el oeste de Cali, donde yo vivía con mi madre, mi padrastro y mis hermanas, hay un río y muchos árboles y un zoológico desde el que algunos días te llega el ruido del león», describe. Todo eso aparece en 'Los abismos', donde la naturaleza adquiere protagonismo tanto en la forma que adopta en esa parte de la ciudad como en las plantas que la madre de la narradora, una niña pequeña, tiene en casa -una verdadera selva, con hojas que se posan en los hombros de los personajes tristes o que piden que las cuiden en silencio al marchitarse, que es lo que hace también esa niña- y en las montañas de la ciudad, lugar en el que la familia pasa una temporada entre bosques, neblina, lluvias e historias de miedo.
La naturaleza, o cómo la tratan los personajes, cómo la sienten, hace que por momentos 'Los abismos' se tiña de una atmósfera gótica que no tiene, sin embargo, nada que ver con elementos fantásticos. «Pero sí hay fantasmas, los que todos tenemos en nuestras vidas. La niñez en un territorio poblado de miedos (a la orfandad, a quedarse solo y desamparado) y de cuentos de terror», explica Quintana, que reconoce que aunque la novela no es autobiográfica sí se nutre de muchos recuerdos de infancia. Cuando vivió un tiempo en una finca en las montañas -el ruido de los suelos de madera, la culebra en el cerco de pinos en el que jugaba y cómo le cortaron la cabeza y siguió moviéndose, todas las curvas de una carretera que recorrían en coche cada día y está construida en el espacio que dejan los precipicios-, vivió con miedos que le ha dado a la protagonista de esta historia. Ha conseguido volver a mirar desde esa altura, desde esa ignorancia, desde esos terrores a lo desconocido. Porque es lo que le ocurre a Claudia, la niña, ante lo que ve que sucede en su casa, con su padre y su madre.
Claudia madre es una mujer «como debe ser» para su época. La autora sitúa la acción en los años ochenta, y por entonces, y sobre todo en los núcleos de clase media-alta caleña, una mujer como Dios manda era una que se casaba y tenía hijos y se ocupaba de su familia. De hecho, Claudia madre le dice a su padre, siendo una adolescente, que quiere ir a la Universidad y se monta un escándalo. «Lo importante era mantener las apariencias, las formas. Y una mujer se viste, se peina, se comporta, habla de cierta manera y no de otra. La que se sale de eso es una mala mujer. La que no está bien puesta, la que viola la norma, es una marginada. A los hombres se les permite un poco más de libertad, pero también son marginados de su clase», describe Quintana.
Así que Claudia madre se casa joven con un hombre mucho mayor -bien posicionado y muy silencioso- y tiene una hija. Que no es feliz es evidente incluso para esa niña, aunque la pequeña no sabe muy bien por qué ni qué pasa de fondo. Abúlica, deprimida, cada vez que lee en las revistas que una mujer famosa ha muerto (la princesa Grace, la cantante Karen Carpenter, la actriz Natalie Wood) enseguida asegura que en ningún caso se trata de enfermedad o un accidente, sino de un suicidio. Porque esa es la única manera en la que una mujer puede descansar, afirma. Lo que ve son mujeres atrapadas. Como ella. «Y ve el suicidio como liberación. Es un destino bastante triste. Cuando vuelvo la vista atrás, cuando miro a la generación de mi madre y sus amigas y las madres de mis amigas, veo que eran mujeres atrapadas en un destino, con el imperativo de ser madres y esposas. Y aunque algunas trabajaran, como sus trabajos eran menos importantes o se pagaban mucho menos que los de sus maridos, no podían ser independientes».
Dice Quintana que eso ha cambiado en su generación (nació en el año 1972) y que por eso ahora se puede escribir sobre un tema que durante mucho tiempo no se tocaba. «No había madres escritoras. Ahora sí: y pueden ser artistas, divorciadas, lesbianas. Ahora en Latinoamérica se está volviendo la vista atrás para analizar esos roles y el rol de madre se volvió tema literario. Antes, cuando yo empecé a publicar, en 2003, se veía como un tema menor. La maternidad, el amor, las relaciones entre madres e hijas, eran temas menores y de mujeres. ¿Y si un hombre escribe de padres e hijos solo es un tema de hombres?», lanza una pregunta que no necesita respuesta. «No podíamos haberlo examinado antes por todo esto. El feminismo nos educó para poder hacerlo sin prejuicios. Y así surge una nueva literatura en la que hay más monstruosidad y menos idealización».
Es lo que hace ella en 'Los abismos', aparte de «conjurar mis miedos de niña». Y recomienda otras lecturas de autoras colombianas que exponen estos temas hasta hace poco considerados de la intimidad y no del Arte, y que ahondan en capítulos del pasado de Colombia con una perspectiva diferente. Elisa Mújica, una escritora del 'boom', ya contó en 1963 cómo era ser madre trabajadora en la novela 'Catalina' y lo que sentía una mujer que sufre un aborto en alguno de los cuentos de 'Ángela y el demonio'. «Era extraordinaria». Melba Escobar ha publicado 'La mujer que hablaba sola' y Sara Jaramillo Klinkert, 'Cómo maté a mi padre': el relato del impacto de la violencia de los años noventa en su familia, tras el asesinato de su padre por un sicario en Medellín.
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