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En Francia, o en francés, cuando se habla de libros escritos en esa lengua se habla de Literatura Francesa y de Literaturas Francófonas. Resumiendo un poco, en el primer cajón entran títulos y autores franceses y en el segundo, títulos y autores de alguna de ... las antiguas colonias francesas. Hay creadores que, pese a la ampliación de esa frontera literaria, se quedan fuera, como con un pie colgando al otro lado de algo, y Laura Alcoba es una de ellos. Escribe en francés, trabaja en este idioma -en la Universidad y en el sector editorial-, y lleva viviendo en el país vecino desde que era una niña, pero su experiencia es muy diferente a la de quienes, desde otras puntas del mundo, comparten un cierto contexto histórico, político o económico con los franceses. Ella es argentina, lo que relata es argentino. O es Argentina. Porque, como en la 'Trilogía de la casa de los conejos', recientemente publicada en español por Alfaguara, ese es el contexto.
Lo de estar a medio camino de un sitio y de otro en la vida de Alcoba (1968) no es algo nuevo, en su historia personal se remonta al mismo momento de su nacimiento. La escritora nació en Cuba, la isla de promisión a la que sus padres, jóvenes montoneros argentinos, habían acudido a formarse política y militarmente -eran parte de un grupo revolucionario conocido como 'Los cinco de La Plata'-. Pero en los papeles oficiales, aparece como nacida precisamente en La Plata. Cuando regresaron a Argentina, sus padres le consiguieron a la niña un certificado de nacimiento en el que todos los datos eran reales... menos el del lugar en el que vino al mundo. Tampoco importaba mucho, dadas las circunstancias en las que llegarían a vivir: en la clandestinidad, con nombres falsos, en la que hoy es conocida como 'casa de los conejos' que da título a su trilogía (la vivienda del matrimonio Mariani-Teruggi que fue una casa operativa de la agrupación Montoneros, desde donde se imprimía una publicación contar el régimen).
Las memorias de Alcoba tratan de todo eso. La primera parte, 'La casa de los conejos', habla de cómo llegaron a vivir en la clandestinidad, de cómo el cerco en torno a ellos iría estrechándose. Y lo hace desde el punto de vista de una niña, la que no puede saber que eso que vive en realidad no es una niñez 'normal' ni todas las implicaciones que tiene lo que viven. No pueden hacerse fotos, por ejemplo, porque eso es peligroso. Para volver a ese pasado, solo puede contar con sus recuerdos; y es lo que va trabajando a partir del año 2003 en sucesivos viajes al país que abandonó siendo una niña.
Porque, como cuenta en la segunda parte, 'El azul de las abejas', todo salta por lo aires a mediados de la década de los setenta. Su padre es encarcelado en 1975 -tuvo mucha suerte, y, a diferencia de los miles de asesinados y desaparecidos, pudo salir a la vida tras varios años de prisión-, su madre marcha al exilio en Francia en 1976 y la casa de los conejos es atacada en noviembre de ese año en lo que se recuerda como una de las operaciones más cruentas de la dictadura argentina. Los agujeros de las paredes de este lugar convertido en museo de la memoria dan fe de lo que ocurrió. Alcoba puede contarlo porque estaba ya con sus abuelos, con los que se quedaría a vivir hasta que en 1979 la mandaron, de forma legal, a vivir con su madre a este lado del Atlántico. Su padre le escribía entonces cartas una vez por semana, y como correspondencia es como se lee esta segunda novela. Desde que era niña y hasta que comenzó a escribir, las había guardado todas pero no había vuelto a leerlas nunca.
En París comenzó una nueva vida en todos los sentidos: escolarizada en francés, esa se convirtió en la lengua en la que desarrollaría su carrera profesional (es profesora en la Universidad de París X Nanterre) y literaria, como traductora (ha traducido a Calderón de la Barca, Ivan Thays y Yuri Herrera, entre otros) y como escritora. El idioma fue para ella un territorio nuevo, libre, a salvo. En la última parte, 'La danza de la araña', se va acercando a la adolescencia con un pie todavía a cada lado del mundo, entre la normalidad parisina que su madre y ella van construyendo y todo lo que han dejado atrás pero sigue resonando en sus vidas. Todo eso que, con el paso de los años y el ejercicio de la escritura, Laura Alcoba ha tratado de olvidar un poco para poder seguir adelante.
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