Para ser un monstruo bueno
Asumir la diferencia ·
Emil Ferris concluye la monumental obra que la ha consagrado como historietista de excepciónSecciones
Servicios
Destacamos
Edición
Asumir la diferencia ·
Emil Ferris concluye la monumental obra que la ha consagrado como historietista de excepciónJuan Manuel Díaz de Guereñu
Sábado, 15 de junio 2024, 00:04
Emil Ferris (Chicago, 1962) se estrenó como historietista cumplidos los cincuenta y tantos, en 2017, publicando el primer tomo de 'Lo que más me gusta son los monstruos'. Siete años después, completa la obra con un segundo tomo que se ha hecho esperar (también editado ... por Reservoir Books en español). Las más de ochocientas páginas que suman los dos volúmenes dan idea del carácter monumental del libro, compuesto mientras la autora se recuperaba de las secuelas de una grave infección que le causó parálisis e incapacidades serias. Pero es preciso adentrarse en su densa imaginería para comprender cabalmente la ambición y la tenacidad creadora de Ferris.
'Lo que más me gusta son los monstruos' cuenta la historia de Karen Reyes, una niña de diez años que en el Chicago de 1968 afronta las dificultades de la vida imaginándose niña lobo. En la licantropía encuentra cierta sensación de seguridad al tiempo que afirma con ella su diferencia cuando debe resolver cuestiones de identidad o de valores.
Rodean a la protagonista y configuran su mundo unos pocos personajes cercanos. Los primeros, una madre gravemente enferma y un hermano mayor, Deeze, cuya turbulenta existencia de hombre de suburbio duro y mujeriego no le impide transmitir a Karen su amor al arte. Disfruta con ella los cuadros favoritos del museo y sobre todo se ofrece como ejemplo en la tarea creativa. Vecinos con historias sombrías -una víctima del Holocausto, un músico de jazz desesperado o un cabecilla mafioso loco de celos- y compañeros del colegio con los que simpatiza o a los que detesta completan el entorno de Karen y complican su peripecia.
El relato se inicia el 14 de febrero de 1968, cuando aparece el cadáver de Anka Silverberg, vecina de Karen Reyes, muerta de un disparo. La niña toma prestados una gabardina y un sombrero de su hermano Deeze para revestirse de detective y averiguar la verdad de lo sucedido. 'Lo que más me gusta son los monstruos' narra su investigación, que es un proceso de aprendizaje, de maduración.
Karen Reyes no solo protagoniza la historia. También la narra. Su voz da cuenta de encuentros y diálogos, de escuchas y fisgoneos. Su voz, en suma, conduce el relato. Excepto cuando toma el relevo la de Anka Silverberg, grabada en cintas de casete para dar testimonio de su experiencia del Holocausto, que Karen escucha en el curso de su indagación.
Su función de narradora le atribuye también el dibujo con que narra. La historia está dibujada en cuadernos como los que usa la niña, en hojas de papel rayado en azul y con perforaciones en el borde interior. Dichas marcas recuerdan en cada página el presupuesto formal de la obra, la clave de su artificio narrativo. La muy cambiante distribución del texto y de los dibujos en cada página sirve a la misma atribución, pues elabora la apariencia de que es fruto de una tarea apresurada, improvisada sobre la marcha. También participan de este supuesto narrativo las modestas herramientas del dibujo, ejecutado habitualmente mediante lápices y bolígrafos de colores al alcance de la niña.
El meticuloso acabado de los dibujos amenaza, sin embargo, la verosimilitud de tal artificio ficcional. Emil Ferris dibuja demasiado bien para que resulte creíble que su relato sale de las manos de una niña. En particular cuando incorpora material gráfico a modo de cita: esmerados detalles arquitectónicos de Chicago, portadas de historietas de terror que se intercalan en todo el relato y muy en especial obras pictóricas del museo que los dos hermanos admiran y comentan.
La autora confirma de vez en cuando la autoría de su narradora recurriendo a un dibujo más precario que el suyo, más propio de una niña que dibuja bien para su edad. Y siempre la presencia de la protagonista, autorretratada como niña lobo, remite a su fantasía inicial y a su empeño de contar la historia de sus averiguaciones.
La pesquisa detectivesca de Karen descubre que quienes le importan, en particular su hermano Deeze, son seres contradictorios, a los que es difícil juzgar y más difícil aún condenar. Su peripecia de buscadora de la verdad desemboca en una percepción clara de las complejidades de toda realidad humana, incluidas las suyas propias, que parece equivalente a un principio de madurez.
Karen Reyes vive la tragedia de la orfandad temprana, la angustia de la soledad irremediable, el desconcierto de descubrirse una orientación sexual descalificada por sus mayores. En sus intentos de desvelar y comprender vidas ajenas, se descubre a sí misma y comprende que su empeño en ser un monstruo era un modo intuitivo de asumir su diferencia.
Claro que Karen Reyes sabe que no todos los monstruos son buenos. Sin duda coincide en esto con su creadora. Emil Ferris distingue los monstruos malos, a los que guía el propósito de controlar y subyugar, de los buenos, a quienes caracteriza la lucha y «la sabiduría adquirida a un alto, doloroso precio». Su personaje pugna por definirse asumiendo tales valores. Karen Reyes busca en sus dibujos un camino para vivir como un monstruo bueno.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Noticias recomendadas
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.