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En su libro 'Heil Hitler, el cerdo está muerto', Rudolph Herzog recopila una extensa muestra de humor durante el nazismo, sobre todo chistes orales que ... se contaban (en voz baja, claro) en la Alemania del Tercer Reich. Los mejores son los de judíos, con humor negrísimo. Uno que me encanta dice que Hitler, aún con la guerra a su favor, contempla desde la costa francesa, con cara de frustración, el Canal de la Mancha, el trozo de mar que lo separa de Inglaterra y dificulta la invasión de la isla. Entonces se le aparece Moisés y le dice: «Si trataras mejor a mis judíos, te contaría el truco del Mar Rojo». Si uno visualiza mentalmente ese buen chiste, es probable que imagine a Moisés con la luenga barba y el pelazo de Charlton Heston en 'Los diez mandamientos' en la versión de Cecil B. DeMille de 1956. La caracterización del actor se basó en la célebre escultura de Miguel Ángel, en la que el rostro del profeta tiene un parecido razonable con Charlton. Para cerrar el círculo, Heston fue después un iracundo Miguel Ángel, que tiraba al Papa Julio II del andamio, en 'El tormento y el éxtasis' (Carol Reed, 1965).
Charlton Heston nació en Evanston, Illinois, en 1923, y murió en Beverly Hills, California, en 2008. Se cumple por tanto en 2023 el centenario de su nacimiento. Desde luego, no todos sus roles se centraron en superproducciones de corte colosalista, pero sí los más emblemáticos. Su mandíbula cuadrada, mirada noble, alta estatura y cuerpo atlético (que mostró con prodigalidad exhibicionista en sucinto taparrabos todo lo que le dejaron), fueron idóneos para encarnar a héroes épicos. Fue Ben-Hur en la película de William Wyler de 1959, que acaparó una docena de premios Oscar. La espectacular secuencia de la carrera de cuadrigas asombra todavía hoy por su fuerza, ritmo y perfección. Y solo Charlton Heston podía ser El Cid en la muy estimable película que Anthony Mann rodó en 1961 con características de wéstern medieval. También en la época de las producciones de Samuel Bronston rodadas en España (salía más barato que en Hollywood, el régimen franquista se deshacía en facilidades y hacía buen tiempo) fue un oficial norteamericano en la China de la rebelión de los bóxers recreada con enormes decorados que se construyeron a las afueras de Madrid. Por allí correteaba con gorrito cónico el numeroso personal mesetario contratado para hacer de extra. '55 días en Pekín' (1963), que sacó adelante Nicholas Ray, fue algo irregular en su resultado pero de una espectacularidad apabullante. Con 'Kartum' (Basil Dearden, 1966), donde interpretaba al mítico general Gordon que defiende la ciudad de las hordas de El Mahdi, cierro el apartado de Charlton Heston en el cine con elefantiasis.
Ha quedado la imagen reaccionaria de Charlton Heston en sus últimos años como miembro de la poderosa Asociación Nacional del Rifle. Sin embargo, durante los años sesenta reivindicó la defensa de los derechos civiles y era partidario de la integración racial. En 1958, en el cénit de su carrera, impuso que Orson Welles, que iba a ser contratado solo como actor, dirigiera 'Sed de mal'. Heston era el recto policía mejicano Vargas y Welles el corrompido y abotargado capitán Quinlan en esa memorable película. Ha pasado a la historia del cine el interminable trávelin inicial en que la cámara sigue a una pareja en un descapotable en el que han colocado una bomba de relojería. Así mismo, se puso a favor de Sam Peckinpah cuando protagonizó 'Mayor Dundee' (1965) y la Columbia se la quiso destrozar.
Y con Franklin J. Schaffner en la dirección, Charlton Heston fue el protagonista de dos excelentes películas. Tanto como el trávelin de 'Sed de mal' es famoso el final de 'El planeta de los simios' (1968), cuando el astronauta que interpreta Heston descubre que ese lugar en el que los primates han esclavizado a los humanos es la Tierra; de la arena de la playa emerge una parte de la inconfundible Estatua de la Libertad. Y resulta muy especial el halo romántico de 'El señor de la guerra' (1965): la historia de un caballero normando en el siglo XI, al que han encomendado evitar los ataques de los frisones desde una torre fortificada y con sus escasas tropas. El señor ejerce el derecho de pernada con una joven que va a casarse y cuya belleza lo ha hechizado. Tras la noche de amor correspondido, se niega a devolverla a su pueblo y estalla el conflicto de trágicas consecuencias.
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