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De adolescente, Nastassja Martin iba al psicólogo. No es tan raro. La enfermedad y la muerte de su padre siendo ella muy joven parecían buenas razones para no sentirse del todo bien y para necesitar que alguien, de fuera de su extensa familia, le echara ... una mano con sus emociones. Ningún problema, entonces, con la gente que tiene como oficio preguntar por las cosas del otro, a veces con cuestiones muy sencillas, muy superficiales, a veces consiguiendo abrir algún camino por esa vía. Pero la historia es muy diferente cuando, ya adulta, Martin se encuentra cara a cara con una psicóloga en un hospital. Si pudiera haber bufado, seguramente y por lo que cuenta en 'Creer en las fieras' (Errata naturae), lo habría hecho sin dudar.
Debe de ser muy raro que una ciudadana francesa con «zapatos con taconcitos cuadrados, falda estrecha, bata blanca, pelo rubio recogido en un moño» y todas «las formalidades» le pregunte qué tal y cómo lleva haber estado a punto de morir por los zarpazos de un oso en un rincón lejanísimo de Siberia. Más bien, y este es el detonante de esta memoria sobre el encuentro entre la mujer y el oso y también un ensayo sobre las fronteras que se traspasan (en muchos sentidos), la dualidad, las creencias y la llamada de lo salvaje, en la boca del animal. El oso se cruzó con la antropóloga en algún rincón de Kamchatka donde ella no debería haber estado -está prohibido por el Ejército ruso- y agarró su cabeza con sus fauces. Apretó, masticó, rompió huesos, hizo sangre... Y sin embargo la antropóloga volvió a casa. Salva, no sana, pero volvió.
Era el verano de 2015. Martin, nacida en Grenoble en 1986, licenciada en Antropología en la prestigiosa École des Hautes Études en Sciences Sociales de París y doctorada con una tesis dirigida por el célebre antropólogo Philippe Descola -dicen que el más destacado heredero del famoso Claude Lévi-Strauss-, llevaba tiempo conviviendo con miembros de distintas etnias que habitan la región, sobre todo con los evenos. Ya lo había hecho antes en Alaska, el lugar al que había viajado en 2011 para estudiar a los Gwich'in, allá por Fort Yukon, muy cerca del Círculo Ártico. Frío, todo; naturaleza salvaje, también, aunque acercarse a las comunidades indígenas era comprender que la gestión gubernamental los había convertido casi en figurantes de su propia tierra, orientada a los turistas en busca de aventuras. De ellos comenzó a estudiar la relación entre humanos y otros animales, sobre los espíritus y los tótems, entre el sueño y lo real, todas esas cosas que Occidente ve como exóticas pero que son el día a día de muchas vidas en todo el mundo.
A Martin, Alaska le dio para iniciar sus viajes a lugares inhóspitos, para escribir un libro, 'Las almas salvajes: la resistencia de un pueblo de Alaska frente a Occidente', para comenzar a preguntarse por todas esas cuestiones que eran su objeto de estudio y se terminarían haciendo carne en ella misma y para implicarse en las luchas sociales y ecológicas de los pueblos originarios de esos territorios. Quería más, más apartado, menos controlado, y puso rumbo a Siberia, a los evenos. Los hay que viven en ciudades, 'integrados', pero hay otros que han decidido volver a la vida de sus antepasados y echarse a los bosques con sus rebaños de renos y sus tiendas. Estos le pusieron de apodo 'matukha', osa. Ella empezó a soñar con osos, a dormir como le habían contado que dormían ellos, viendo en los sueños como ellos veían. Y un día hizo la mochila...
Y se topó con un oso de carne y hueso. Su mirada amarilla en su mirada azul fue el preludio del cambio. Lo dicho: consiguió salir viva del encuentro. Se revolvió y clavó un piolet al animal, que salió huyendo. Desde entonces es para los evenos 'miedka', mitad y mitad, en parte mujer y en parte oso. Se ha dado en ella una confluencia y una metamorfosis que no se puede explicar a una psicóloga francesa, se teme Martin. Haber sobrevivido es replantearse todo, incluso quién es ahora, qué la compone. Es saberse un territorio desconocido, inexplorado, un territorio en guerra, además.
En su cuerpo luchan los médicos rusos que la atienden los primeros días y los médicos franceses de las siguientes semanas; y en Francia, los médicos parisinos y los de Grenoble, los del centro y los de la periferia. Es Occidente contra el Este. No es una persona, sino un símboloque explora en 'Creer en las fieras'.
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