Los misterios de la gran mancha roja de Júpiter
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Su color y el aparente cambio de tamaño no tienen todavía una explicación cierta pese a que es objeto de observación continua desde hace siglo y mediomauricio-josé schwarz
Sábado, 12 de junio 2021, 00:14
Una de las características visuales distintivas en nuestro sistema solar, junto con los anillos de Saturno, el plácido azul de nuestro planeta o el fiero color de Marte es la gran mancha roja visible en el hemisferio sur del gigante Júpiter.
No está claro ... ni siquiera cuándo se vio por primera vez esta peculiar característica, que al parecer el telescopio de Galileo no pudo resolver. Pero 22 años después de la muerte de este, el británico Robert Hooke, más famoso por sus observaciones microscópicas, describió una mancha en el planeta que podría o no ser la que conocemos como la gran mancha roja, nombre, por cierto, poco elegante para tan colosal elemento. Un año después, en 1665, el astrónomo italiano Giovanni Cassini describió una «mancha permanente» en Júpiter. Pero no hay modo de saber, tampoco, si era la que hoy estudiamos, pues la de Cassini aparentemente dejó de verse en 1713… o simplemente se dejó de escribir sobre ella.
En 1711, el pintor Donato Creti representó a Júpiter por primera vez con una distintiva mancha roja, pero que está situada en el hemisferio norte. Esta obra, que se encuentra en los Museos Vaticanos, es parte de una serie de pinturas sobre astronomía para las que contó con la asesoría del astrónomo Eustachio Manfredi, ni más ni menos que el responsable, junto con sus hermanos Gabriele y Eraclito, de la primera demostración de que la Tierra gira alrededor del Sol. Pero no fue hasta 1831 cuando el astrónomo alemán Samuel Heinrich Schwabe dibujó la gran mancha roja como la conocemos hoy, en el hemisferio sur del planeta.
Esta mancha ha sido observada sin cesar al menos desde 1878, cuando la describió el astrónomo estadounidense Carr Walter Pritchett. Es posible que las manchas observadas en los más de 200 años anteriores fueran otras tormentas, otras manchas, en otros puntos del planeta, que desaparecieron para que luego apareciera esta, o bien que se trate de un hecho meteorológico que tenga más de 300 años de antigüedad.
Y hoy, al parecer, esa distintiva característica joviana se está esfumando. ¿Qué es la gran mancha roja? La hemos descrito como una tormenta, pero en realidad se trata de algo más complejo. Para imaginarla más cerca de la realidad, hay que tener presente que Júpiter no es un planeta sólido como la Tierra o Marte, sino que está compuesto principalmente de materia gaseosa y líquida, más tenue cerca de la superficie y más densa debajo. Sus componentes principales son el hidrógeno y el helio, que forman el 99% del planeta, y el resto es una mezcla de metano, vapor de agua, amoníaco, compuestos de silicio y otros muchos rastros minerales. La misión Juno descubrió que tiene un núcleo sólido difuso.
Los gases y líquidos que forman Júpiter están en constante movimiento, formando las bandas visibles en la superficie que van en distintas direcciones y velocidades. En el punto donde está la gran mancha roja se encuentran dos grandes corrientes que van en direcciones opuestas, lo que forma una zona de alta presión, un anticiclón que gira por la influencia de las dos corrientes que lo alimentan, pero en sentido opuesto al que podría esperarse.
Lo enorme de su tamaño podría explicarse con un fenómeno que podemos ver en la Tierra: cuando dos tormentas chocan, pueden cancelarse mutuamente, o pueden unirse creando una tormenta mucho mayor. La gran mancha roja podría ser el resultado de la fusión de dos o más de las muchas tormentas que constantemente se producen en el mar de gases del planeta. A esto se conoce como 'efecto Fujiwara' y podría ser también uno de los factores que alimentan la existencia prolongada de este anticiclón.
Su color sigue siendo un misterio, y las hipótesis desarrolladas lo atribuyen posiblemente a compuestos de azufre, fósforo y materiales orgánicos. El conjunto de este colosal anticiclón se mueve en sentido contrario a las agujas del reloj, dando un giro completo más o menos cada siete días terrestres. Pero lo que se ha convertido en el mayor misterio de la mancha joviana es que en las últimas décadas se ha hecho cada vez más pequeña. Cuando se estimó su tamaño con precisión por primera vez en 1879, era una elipse cuyo diámetro mayor era de unos 48.000 kilómetros, de modo que podía albergar a tres planetas Tierra uno junto al otro. Hoy en día, la mancha apenas tiene espacio para un planeta como el nuestro en sus 15.000 kilómetros de longitud, además de haber ido adoptando una forma más circular, y sigue reduciéndose a un ritmo de aproximadamente 900 kilómetros al año.
Algunos expertos en dinámica de fluidos piensan que la vistosa tormenta no debería haber durado tanto, que debía haberse disipado en pocas décadas y eventualmente ser sustituida por otra, al estar rodeada de una vorágine de otras tormentas menores pero muy abundantes. Pero otros estudiosos están convencidos de que no está desapareciendo sino que esto se debe únicamente a que desprende nubes por la misma violencia de la tormenta, que no ha disminuido pero que en las próximas décadas resurgirá con más violencia y mayor tamaño.
Una sorpresa adicional es que al irse reduciendo la mancha, los científicos esperaban que aumentara su velocidad, del mismo modo en que un patinador girando aumenta su velocidad cuando acerca los brazos al cuerpo, por la conservación del momento angular. Pero la gran mancha sigue girando a velocidades que pueden alcanzar los 400 kms por hora, y está haciéndose más alta. Un ejemplo de este fenómeno lo tenemos en los tornos de cerámica, donde al aplicarse fuerza para hacer más pequeño el trozo de arcilla que gira, manteniendo la misma velocidad, la arcilla se hace más alta.
Y este es otro argumento para afirmar que a la familiar mancha solo la vemos reducirse en la superficie mientras que, debajo del manto de nubes, está creciendo como un embudo invertido, profundizando en la atmósfera de Júpiter para volver a crecer a nuestros ojos. Solo el tiempo lo dirá.
En 2016, un grupo de científicos determinó que la turbulencia de la gran mancha provoca potentes ondas de sonido que viajan cientos de kilómetros hacia arriba y crean un punto caliente en la atmósfera superior del planeta. Este sonido es adicional a los que produce el colosal campo magnético del planeta.
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