Miguel Hernández, vida y obra en tiempos de guerra
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Golpe a golpe ·
Una antología muestra su entrega absoluta como soldado, comisario político y poeta de trinchera, dejando atrás cualquier añoranzaCarlos Aganzo
Sábado, 13 de enero 2024, 00:06
La guerra incivil española, además de tantas otras cosas, partió en dos la cultura nacional, con una radicalidad que pocas veces se había anotado antes. Los amigos, los compañeros de letras, incluso los hermanos, se vieron forzados no solo a elegir, sino también a amoldar ... su propia producción literaria a las circunstancias. Unas veces forzados y a regañadientes, otras desde una auténtica transformación personal. Otras, desde la implicación absoluta, hasta el punto de llegar a entregar vida y obra a la causa. Este último es el caso de Miguel Hernández.
Si en la obra de Antonio Machado, sobre todo por decisión propia, los escritos de la guerra forman un corpus plenamente identificable antes y después del estallido del conflicto, en lo referente a Miguel Hernández la línea es más difusa. De estas coyunturas literarias, y por ende vitales, habla la antología 'Miguel Hernández. Libro de la guerra' publicado en edición de Elena Medel por Seix Barral, que se suma a otros estudios sobre el mismo tema desde una perspectiva novedosa: la imbricación de lo personal y lo literario al hilo de las trágicas circunstancias. Un libro, dice Medel, «de fe absoluta en la literatura y sus posibilidades» y, al mismo tiempo, «un libro desolador que cuenta el fracaso de un hombre que creyó que la literatura cambiaría el mundo». Sin duda lo iba a cambiar, si bien mucho tiempo después, como hoy todos sabemos. Pero él no estaría ya para comprobarlo.
El arranque de la antología se fecha en junio de 1935, definitivamente lejos ya de la primera etapa literaria, en la que Miguel Hernández había publicado 'Perito en lunas' (1933). Una etapa previa al conflicto armado, pero plenamente ya afectada por la violencia, en la que el escritor participa en las Misiones Pedagógicas de la República, colabora con Cossío en su enciclopedia taurina o escribe el auto sacramental 'Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que fuiste'. Y, sobre todo, acaba de presentar en la Feria del Libro de Madrid, la última antes de la guerra, 'El rayo que no cesa'.
Si en los compases previos ya se pone en evidencia el afán de ruptura de Hernández con su mundo anterior, desde el inicio del enfrentamiento militar su literatura se 'dispara'. El poeta abandona definitivamente cualquier tipo de añoranza o vínculo lírico con el pasado para centrarse únicamente en el presente. En la urgencia del presente. Un presente acuciante que se muestra ya en la concomitancia del primer texto 'de guerra' que recoge el libro: una carta a Cossío, fechada el 12 de septiembre del 36 en Orihuela, en la que le pide a su protector consejo para trasladarse o no a Madrid y en el que le pregunta: «¿Es cierto, cierto lo de Federico García Lorca?». El escritor se afiliará al Partido Comunista en los primeros días del conflicto, será soldado, comisario político y poeta de trinchera. Incluso viajará a la URSS, en el mismo tiempo en el que se decide a fundar su propia familia al lado de Josefina Manresa, con la que se casará en 1937. El mismo año en el que nace y muere prematuramente su primer hijo. Y en el que publica 'Viento del pueblo', 'El labrador de más aire' y 'Teatro en la guerra'. Una producción que se detiene en gran manera en el año 38, donde, además de cartas, escribirá los textos que conformarán 'El hombre acecha': diecinueve poemas precedidos de una dedicatoria a Pablo Neruda que el poeta dejará listos para publicar en 1939, si bien no aparecerán, en edición facsímil, hasta 1981. Un cierto cambio de voz, donde Hernández cede a la interiorización doliente de la guerra frente a la inflamación épica.
Ese mismo año, 1939, nacerá su hijo Manuel Miguel, Manolillo, y la policía portuguesa le detendrá camino del exilio, entregándolo a los nacionales. Camino de América, le había delatado el joyero al que vendió un reloj de oro que su «hermano» Vicente Aleixandre le había regalado, para costearse el viaje. Los tres años de calvario, de cárcel en cárcel, cerrarán la última etapa de su escritura, definitivamente marcada por la derrota. Pero también por la ternura vestida de esperanza ante el nacimiento del hijo. Cartas y más cartas, los cuentos para Manolillo, y los poemas finales de 'Cancionero y romancero de ausencias', que quedará inacabado. Y las últimas palabras, las que garabatea en una nota a Josefina el 27 de marzo de 1942, un día antes de marcharse: «Manda una caja de inyecciones Bronquimar». Esperanza inútil.
Entre las fotografías y documentos que acompañan a los textos, el 'Libro de la guerra' incluye una significativa plana de la revista Escola Proletària, órgano de la Federación Catalana de Trabajadores de la Enseñanza, en la que se reproduce el poema 'Canción del esposo soldado'. Un poema en el que Miguel Hernández dice, pensando sin duda en su paternidad: «Para el hijo será la paz que estoy forjando, / y al fin, en un océano de irremediables huesos, / tu corazón y el mío naufragarán quedando / una mujer y un hombre gastados por los besos». La confusión completa, en el poema, del ser personal y el ser colectivo, en la mejor poesía de guerra de Miguel Hernández.
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