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Nos pasamos la vida muy ocupados y quienes tienen una vocación original, pero que no garantiza un medio de vida regular, lo suelen fiar todo al momento en que tengan tiempo suficiente para dedicarse a ello más en serio, a fondo, con todo. Ya escribirá, ... ya pintará, ya actuará, tocará el piano, podrá dedicarse, cuando tenga tiempo, a esas vocaciones chispeantes y arriesgadas. No ya para tener un gran éxito, no suelen apuntar tan alto, pero al menos para vivir sin heroísmos de la escritura, la pintura, la música. La media de ingresos de los actores en España es de cuatro mil euros al año, cantidad decreciente a medida que aumenta la edad y suena menos el teléfono. Naturalmente viven también de otras cosas, trabajan en el taller, en la oficina, ponen copas.
Es muy arriesgado el salto en busca de los cien pájaros volando. Todo el tiempo del mundo no se tiene nunca, ni siquiera los jubilados, que suelen preguntarse cómo se las arreglaron para sacar el necesario para los estudios y el trabajo, la familia, las tareas corrientes, para leer y seguir aprendiendo, no se explican cómo les sobró algo de tiempo para escribir, pintar o actuar en los ratos libres. El poco dinero ganado con su vocación es el que más les satisface, pero no da para vivir. Es tan improbable vivir de los sueños, se excusan. No sólo hace falta ser brillantes, también caer en gracia, tener don de gentes, saberse mover por los vericuetos de la farándula, hacer pasillos, tejer complicidades, ser simpáticos, tiralevitas, pelotear en las redes sociales, se desahogan.
Casi peor le sale a la mayor parte de quienes se pusieron el mundo por montera y se lanzaron a una vida de riesgos diversos, no solo materiales -a veces son más duros el fracaso o la irrelevancia- debiendo recurrir a dibujar caricaturas a los turistas, escribir gacetillas o actuar en bares, o en anuncios, comprobando cada nuevo día la inexorable ley de los rendimientos marginales decrecientes mediante la cual cada cuadro, página o estreno nuevos no mejora el eco de los anteriores y puede conducir al despeñadero.
Hay algo aún más triste, y es comprobar cómo deja de intentarse cuando se dispone al fin de tiempo libre. Se hicieron más cosas antes, a salto de mata, que cuando se cuenta con todo el tiempo del mundo, pues se fue disipando por el camino el viejo afán, y un día se cae en la cuenta de que ya no importa. De buena me libré, piensan ahora.
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