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La pedantería, si no es intrínseca y por tanto irremediable, no es más que una torpe prisa por gustar, que suele producir el efecto contrario al deseado. Quien se apresura a hacerse el interesante solo sale bien parado, en su caso, a pesar de ello. ... Algo así podríamos decir de la vanidad cuando es episódica. A veces una pequeña muestra de vanidad no es más que un erróneo intento de compartir la alegría por algo que nos ha salido bien y de lo que nos sentimos al fin por un instante satisfechos. Lejos de alegrarse con nosotros, aquellos a quienes hacemos partícipes de nuestro éxito, incluidos ingenuamente algunos presuntos amigos, sospechan que tratamos de hacerles de menos por comparación, lo que no nos van a perdonar nunca, y eso si no descubren la gracia de lo que les mostramos y nos lo disputan a dentelladas.

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