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Miel y sangre de Federico García Lorca
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Miel y sangre de Federico García Lorca

Golpe a golpe ·

Luis Antonio de Villena traza una biografía viajera del poeta llena de experiencias y lugares, plenitudes y angustias

Carlos Aganzo

Viernes, 13 de octubre 2023, 23:35

Solo vivió treinta y ocho años, pero su vida fue hipersensitiva y plena. Llena de experiencias, de lugares, de personas, de mucha miel y sangre, de plenitudes y angustias, acaso porque, en todo poeta mora el germen fuerte de la melancolía». Así comienza 'Los mundos infinitos de Lorca', la penúltima entrega de Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951), una pequeña biografía viajera del autor de 'Poeta en Nueva York' donde el escritor camina a la zaga de la huella de su memoria, sus ciudades, sus pasiones, sus circunstancias y su legado. Un Lorca en gran manera inédito, más ligado a sus pulsiones vitales, a su propia trayectoria existencial, que necesariamente al valor de su poesía, de una escritura que sin duda constituye uno de los grandes testimonios de la literatura española de todos los tiempos.

Publicado por Tintablanca e ilustrado por el artista plástico Juan Vida, 'Los mundos infinitos de Lorca' tiene, efectivamente, el aire y aroma de esos libros de viajes de grand tour. Abunda, desde la propia filosofía de la edición, en esa elegancia que tanto Federico como el propio Villena, representan de un modo natural ligado al quehacer poético. Eso que Villena define como germen de la melancolía, y que Lorca vivió siempre desde el límite de los abismos de la tragedia. Una tragedia que se desencadenó con toda su fantasmagoría al final, en la hora del asesinato del poeta. Pero que se fue forjando a fuego lento, con toda su verdad y su fuerza vital y literaria, desde los primeros pasos del escritor, tal como va desvelando Villena a lo largo del libro.

«Viajó mucho, pero sus viajes más conocidos fueron Nueva York, que le inspiró una de sus grandes composiciones poéticas, Cuba y Argentina», dice Luis Antonio de Villena, y añade: «una sombra de luz y foscor que recorre lugares, personas, continentes y sueños». Desde su Fuente Vaqueros natal en la Granada de 1898 hasta su muerte y desaparición en el camino de Víznar a Alfacar, en la España ensangrentada de 1936. Deteniéndose, como caminante, en la que sin duda fue una de las experiencias viajeras, vitales y literarias que marcaron su vida. Esa larga estancia en Nueva York, la ciudad a la que llegó por la bahía del Hudson el 25 de junio de 1929, a bordo del transatlántico 'Olympic', gemelo del 'Titanic', acompañado por su maestro y mentor Fernández de los Ríos.

'Poeta en Nueva York' estaba listo a finales de 1930, pero no se atrevió a llevarlo al editor hasta 1936

«Entonces Nueva York era un milagro», escribe Villena. Un milagro que de entrada deslumbró al joven Federico, que acababa de cumplir los 31 años, quien enseguida aprendió inglés e hizo amigos, como les cuenta a sus padres. Un poco por su fama de poeta, otro poco por su enorme simpatía y bastante, además, por su capacidad de convertir cualquier encuentro en una fiesta en cuanto se sentaba al piano. Siete dólares a la semana su habitación de estudiante, y la posibilidad de comer con esos amigos en el centro de Manhattan por un dólar. Fascinación de entrada ('Nueva York es la ciudad más atrevida y más moderna del mundo'), pero muy pronto un inmenso desencanto. Y al final, un espanto. Esa visión profética de Lorca, que todavía hoy casi podemos leer literalmente, sobre lo que le esperaba a nuestro mundo, a nuestra cultura, bajo el influjo de la jungla de cemento y aristas de una ciudad «brutal y cruel (pese a sus modernas bellezas)», en palabras de Villena.

La experiencia sensorial y vital que desembocó, de manera inevitable, en la búsqueda de un nuevo lenguaje (jazzístico) que rompía de manera extraordinaria con todo lo escrito anteriormente por el poeta. Un lenguaje que sirvió para modernizar buena parte de la literatura española que vino tras 'Poeta en Nueva York'. El libro que Lorca tenía listo a finales de 1930, con sus cuatro dibujos originales, pero que no se atrevió a llevar al editor hasta 1936, quizás, piensa Villena, por «la vigilancia y lo muy conservador moralmente de su familia». Listos para la imprenta, en las ediciones del Árbol del sello Cruz y Raya, se quedaron los poemas de Lorca, hasta que, ya muerto Federico, en México los rescató José Bergamín, quien los publicó en 1940. Una peripecia que, además de en el texto de Villena, se puede seguir en las extraordinarias ilustraciones de Juan Vida. Ninguno como él, quizás, para darle a la pura vibración estética del dibujo ese aire literario, y hasta filosófico, en un libro que vuelve a hacer pensar sobre la forja con la que se elaboran los grandes mitos de nuestro tiempo.

Un mito, como dice Luis Antonio de Villena, que para constituirse como tal debe cumplir al menos dos condiciones, que en Lorca se unen de manera indiscutible: la alta y contrastada calidad de su obra, y el sello de «algún hecho dramático o muy significativo». Trágico, en todo el sentido de la palabra, en el caso de Federico García Lorca. Un viajero de mundos infinitos cuya leyenda se forjó, en el preludio de la guerra incivil española, en el mismo momento en el que sepultaron su cuerpo en algún lugar secreto del barranco de Víznar. Su cuerpo, que no su memoria.

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