Memoria viva en las fosas comunes del franquismo

Josefa Celda, Pepica, es hija de José Celda, agricultor, fusilado en 1940, cuando ella tenía ocho años. Ya octogenaria, se empeña en recuperar los restos de su progenitor, enterrados en una fosa común del cementerio de la localidad valenciana de Paterna, y depositarlos en la misma tumba en que descansa su madre.

Como tantos otros descendientes de sepultados en fosas anónimas de todo el país, emprende un viacrucis de rechazos, obstrucciones y desinterés de las autoridades locales. También encuentra solidaridad y compasión, la empatía que tan rara fue en aquellos días para los familiares de los ejecutados, convertidos en parias. La empatía agranda la figura de Leoncio Badía, republicano y enterrador improvisado en la época de los fusilamientos, quien procuró identificar a los muertos y guardó pequeños recuerdos para los allegados: un botón, unas gafas, un mechón de pelo que aliviaran algo la pérdida.

Las peripecias individuales de José Celda, su hija Pepica y Leoncio Badía, engranadas por el fusilamiento del primero, constituyen el eje del relato. En torno a ellas se ordenan el desvelamiento de un periodo atroz de la historia del país y la denuncia del desinterés actual por limpiar la mancha que arroja sobre la memoria compartida la existencia aún de fosas comunes.

'El abismo del olvido' despliega su asunto también mediante recursos no estrictamente narrativos, más bien argumentativos. Una voz externa a lo narrado, con una tipografía diferenciada, de caja baja, expone los hechos, establece comparaciones con otros países, argumenta la tradición de honrar en familia a los muertos recordando las honras fúnebres de Patroclo y la muerte de Héctor en los versos de Homero.

Ese componente expositivo es tributo quizá inevitable a un asunto que aún suscita insólita controversia. Hay quienes pretenden convalidar el olvido, aunque ello comporte llevar a término la aniquilación del adversario que buscaban las ejecuciones. Familiares como Pepica se esfuerzan por que eso no suceda.

Paco Roca aporta su oficio y su talento a esa causa de la memoria, que es la de algunos individuos con sus padecimientos y su esperanza. Compone una obra capaz de integrar los ingredientes argumentativos en relatos de vida y muerte, que conmueven y despiertan el interés del lector. El dibujante acude al formato apaisado que ya empleó en 'La casa' y 'Regreso al edén', un campo propicio para desplegar las historias que dibujan el pasado que nos define. Concibe esquemas de página que a veces distribuyen las viñetas en columnas y que dan notable flexibilidad a la composición.

El fusilamiento de José Celda es el acontecimiento en torno al que se articulan los demás en el relato. Está narrado dos veces, al inicio y al final de la obra, la primera desde la perspectiva de uno de los reclutas obligados a formar parte del pelotón de fusilamiento y la segunda desde la del asesinado. Pues, más que la precisión de los hechos narrados, importan sus efectos en quienes los vivieron.

Para implicar al lector en la narración, Roca y Terrasa emplean la voz de los muertos, que acompaña algunos pasajes del relato. Su testimonio es un acicate para la empatía. Al recuperar la voz que los asesinos quisieron acallar para siempre, se muestran en su humanidad plena, reviven su desesperación, su miedo y también recuperan su dignidad.

Paco Roca dibuja esta historia compleja y aún inconclusa con un trazo muy reconocible. Línea escueta y color contribuyen a la claridad del relato, a su intensidad. 'El abismo del olvido' se presenta con una ilustración de cubierta que luego encuentra su lugar en el relato. Los muertos de una fosa común salen de ella y se reencuentran como seres vivos a la luz del día, con gestos de simple normalidad. Uno se abotona la chaqueta, otro se alisa la corbata, otro se peina, algunos forman corrillos o ayudan a los rezagados que suben aún de la fosa. Nadie alborota ni se agita. Les basta con estar ahí, como cualquiera, en la paz del cementerio, en la memoria viva de los suyos.