
Mary Oliver, poemas de la devoción
Golpe a golpe. ·
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Golpe a golpe. ·
La antología bilingüe de la poeta estadounidense refleja su manera de entender el mundo, y a sí misma, a partir de los pequeños grandes sucesos de la NaturalezaCarlos Aganzo
Sábado, 29 de marzo 2025, 00:01
Observaciones, atenciones, admiraciones, hallazgos, develaciones…, «devociones» todas, en cualquier caso, dignas de ser cantadas en el poema. Como un salmo o un pequeño himno en ... el que la Naturaleza, con sus maravillas concretas, promueve una espiritualidad permanentemente encendida. Así es la obra de Mary Oliver, una de las más celebradas poetas estadounidenses de la segunda mitad del siglo XX, quien se afanó en dejar terminada su propia «antología definitiva» en 2019, a los 83 años, bajo el título de 'Devotions', publicada por Penguin Press en Nueva York. La misma obra, 'Devociones', que ahora aparece en versión bilingüe inglés-español, con traducción y prólogo de Andreu Jaume y bajo el sello de Lumen.
Poeta premiada y muy popular en los Estados Unidos, Mary Oliver nació en 1935 en Maple Heights, un pueblecito de Ohio, en el seno de una familia que hoy llamaríamos desestructurada, donde sufrió abusos sexuales, un trauma que no superaría hasta bien entrada en la vejez. Algo que no fue óbice en absoluto para desarrollar una extraordinaria carrera de más de cincuenta años de escritura, por la que recibió algunos premios como el Pulitzer, con su libro 'Primitivo americano' (1983), y el National Book Award, con sus New & Selected Poems (1992). Tampoco para que su obra consiguiera situarse entre los grandes nombres de la poesía norteamericana de la «devoción» por la Naturaleza, como Thoreau o Walt Whitman. Si bien con nombre de mujer.
Durante largos años, la poeta vivió junto a su pareja, la fotógrafa Molly Mallone Cook, que fue también su agente literaria, en Provincetown, Massachusetts, donde consignó en sus versos algunos de los maravillosos paisajes de su libertad, pero sobre todo de su manera de entender el mundo a partir de los elementos naturales, y de interpretarse de paso a sí misma. 'Felicity', traducido al español como 'Alegría', fue el título de su último libro de poemas, publicado cuatro años antes de morir en Hobe Sound, en Florida, el 17 de enero de 2019. Una vida entera dedicada a la poesía, según sus propias palabras, como «atención»: una mirada contemplativa, definitivamente fuera del tiempo, que en sus poemas se concibe como «oración natural del alma». Alma que se sorprende y se asombra, antes de trascenderse, ante los pequeños grandes sucesos de la Naturaleza.
Y atención que se convierte en devoción en esta selección poética, que la propia autora propone como lectura contra cronológica, es decir, desde el último ('Alegría') hasta el primero de sus libros ('Ningún viaje y otros poemas'), publicado en 1963, cuando tenía 28 años. Poesía taxativamente «transparente», como dice Andreu Jaume en el prólogo: «Su voz -afirma- está hecha de una extrema intimidad que sin embargo reprime una y otra vez la invasión de la subjetividad para dar espacio a todo lo que queda fuera del ego». La confrontación del yo poético con la Naturaleza. Y en esa misma confrontación, la reflexión sobre la relación del yo con el otro. La condición humana en comunión y al mismo tiempo en contradicción con lo natural.
Una espiritualidad vibrante que se aparta del ruido humano para tratar de entenderlo. O al menos para sublimarlo a través de la experiencia de los pequeños grandes acontecimientos de la natura. También, en gran manera, un neo romanticismo que se remonta a las lecturas de la poeta de autores como Shelley o Keats. O sobre todo Emerson, cuando este propugna no el escape de las acciones del hombre para esconderse en la Naturaleza, sino la propia acción humana, en connivencia con la Naturaleza, como modo de reconciliar, de reconstruir el mundo. Aquello que surge cuando «un simple acaecer vecinal», como la ruptura del huevo por parte de un polluelo, se convierte en «milagro·. También en categoría de la condición de los hombres, que nacemos, como los pájaros, sin siquiera saber que tenemos alas. Todo ello envuelto en poemas de una exquisita factura, donde la forma termina siempre por definir la propia orientación del contenido del poema.
Muchos libros tal vez para complementar un solo gran poema. Ese que se insinúa ya con su primer libro cuando la escritora dice, pensando en aquellos viajeros que buscan su identidad fuera de casa: «En cuanto a mí, creo que mi vida anhelante / no implora novedad alguna ni disfraz de distancia / (…) En un catre junto a una ventana abierta, me echo y recuerdo / mientras cantan los pájaros en los árboles el círculo del tiempo». Que sigue en esa misma concepción del poema (y de la vida) cuando publica, en 1990, 'Casa de luz', y se pregunta: «¿Es el alma sólida como el hierro? / ¿O es tierna y quebradiza como / las alas de una polilla en el pico de un búho? / ¿Quién la tiene y quién no?». Y que estalla en alegría en su última entrega, antes de marcharse, cuando Mary Oliver escribe: «Me he negado a vivir / encerrada en la pulcra casa / de las razones y las pruebas. / El mundo en el que creo y vivo / es más amplio que eso. Y en fin, / ¿qué hay de malo en quizás?» Una invitación constante. Una interrogación permanente.
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