El mar, al fondo de una tumba
Golpe a golpe ·
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Golpe a golpe ·
Vicente Huidobro desplegó su faceta más fieramente humana frente a los horrores de la guerra en 'Últimos poemas', ahora en una nueva edición de VisorCarlos Aganzo
Sábado, 11 de mayo 2024, 00:02
Abrid la tumba. Al fondo de esta tumba se ve el mar». Eso reza el epitafio de Vicente Huidobro, enterrado, según sus deseos, en lo alto de una colina, mirando al océano Pacífico. El creador y máximo exponente del creacionismo, uno de los grandes nombres ... de la poesía chilena de todos los tiempos, vivió sus últimos días en Cartagena, un balneario costero de la región central de su país, aquejado por un derrame cerebral que se atribuyó a las heridas de guerra. El mismo año de su muerte, su hija mayor, Manuela, recogió y ordenó en un volumen sus 'Últimos poemas', una recopilación de inéditos y textos publicados en revistas de Chile, México o Argentina a partir de 1936, con la primera gran herida de la guerra incivil española como anticipo de la Segunda Guerra Mundial. Una auténtica «transfiguración», o incluso una «conversión», en palabras del poeta, ensayista, crítico y profesor chileno Óscar Hahn, autor del prólogo y la edición que ahora presenta Visor de aquella obra en la que el autor de Altazor desplegó su faceta más fieramente humana, frente a los horrores del conflicto.
Vicente Huidobro (Santiago, 1893-Cartagena, 1948), hijo de una familia pudiente del Chile de finales del siglo XIX, mostró desde muy joven un espíritu inquieto. Su primer libro, 'Ecos del alma', de estética modernista, lo publicó en su país natal en 1911, pero enseguida viajó por Argentina y Francia, donde pasó buena parte de la Primera Guerra Mundial, cerca de Apollinaire, Louis Aragón, André Bretón, Jean Cocteau o Tristán Tzara, además de Modigliani, Picasso, Juan Gris, Miró, Francis Picabia o Max Ernst: el París mítico de entreguerras, en el que coincidieron algunos de los mayores genios del siglo XX. En Madrid, además, fue amigo de Cansinos Assens, Guillermo de Torre o Gómez de la Serna, en cuya tertulia del café Pombo presentó con gran éxito las tesis del movimiento creacionista: evitar descripciones, renovar el léxico y promover los efectos visuales, además del uso artístico de la tipografía… y sobre todo, situar al poeta como creador absoluto, como un pequeño dios a través de la palabra.
Tras un salto a su país en 1925, en el que entró en política proclamándose candidato (simbólico) a la presidencia de la República, regresó de nuevo a Europa, después de ser censurado, golpeado e incluso de sufrir un atentado, al explotar una bomba frente a su casa. Entre 1927 y 1931 volverá otra vez a París y Madrid, para regresar a Chile en 1932. Flujo continuo entre Europa y América, durante el que Huidobro será reconocido como uno de los grandes nombres de las vanguardias, esa suma de movimientos que Ortega denunció por su «deshumanización». Con los últimos días de la República española, con la que Huidobro se identificó desde el primer momento, comenzó sin embargo un proceso de cambio, de «transfiguración», no solo en la vida, sino también en la obra del poeta chileno. Frente al desdén o, al menos, el distanciamiento que Huidobro había tomado ante la Guerra del 14, ya desde el inicio del conflicto español se implicará activamente en la guerra, combatiendo con el bando republicano.
De vuelta una vez más a Chile tras la guerra española, su lucha contra el fascismo de Hitler y Mussolini continuará de manera incansable. Hasta el punto de que en noviembre de 1944 pondrá otra vez rumbo a Europa, en esta ocasión para unirse al ejército francés. Desde París transmitirá entonces sus célebres crónicas como corresponsal de guerra para 'La Voz de América', hasta entrar en Berlín acompañando a las tropas de los aliados. Con 63 años, y marcado por una vida de aventura y actividad incansable, su retorno definitivo a Chile tendrá lugar en 1946. Los últimos diez años a pie de guerra le han cambiado. El hombre, como el poeta, ha dejado de ser dios creador para convertirse en criatura doliente. La voz de la vida le invita a no dejar de buscar los mismos «astros venideros» de siempre, pero esta vez desde el dolor y la vulnerabilidad absolutos. «Pasar días y meses por sobre moribundos -dirá Huidobro en una entrevista en 1946- tiene que modificarnos».
Así, los 'Últimos poemas' de Vicente Huidobro se abren con estos versos: «Yo soy ese que salió hace un año de su tierra /buscando lejanías de vida y muerte (…) / Guiado por mi estrella / Con el pecho vacío / Y los ojos clavados en la altura / Salí hacia mi destino». Y su destino no era otro que el de testificar el principio y el fin de ese gran infierno del siglo XX. «Quiero desaparecer y no morir / Quiero no ser y perdurar / Y saber que perduro», escribe también el poeta. Perdurarán los versos de Huidobro, como sobrevivirá y perdurará el espíritu del arte, que rehará su rumbo desde las mismas cenizas de los sueños de la humanidad. Desde el terrible silencio de las bombas atómicas que le hacen escribir, siempre divino, pero al fin fieramente humano: «Podría dar un grito pero se espantaría la transubstanciación / Hay que guardar silencio. Esperar en silencio». El silencio que le quedó después de haberlo perdido todo. Incluso «hasta la muerte».
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