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No existen fondos comparables a los que poseería una entidad ilusoria que reuniera los tesoros culturales desaparecidos a lo largo de la historia, ya sea de forma involuntaria o por deseo expreso. El saqueo de la Biblioteca de Alejandría, las villas romanas y las iglesias ... europeas, o la barbarie perpetrada por el Estado Islámico en Oriente Medio, entre otros fenómenos, han devastado un ingente patrimonio, aún hoy sujeto al acoso. El historiador del arte Noah Charney ha llevado a cabo una sistematización de todas las formas de atentar contra ese vasto legado y su fascinante libro 'The Museum of Lost Art' (Phaidon) ofrece estimaciones desoladoras de esa rapiña con un estudio pormenorizado. El balance resulta estremecedor. Según sus investigaciones, tan sólo una pequeña fracción de la producción de los artistas anteriores a la Industrialización ha sido conservada y, por ejemplo, se ignora la suerte de decenas de lienzos de figuras de la talla de Leonardo da Vinci y Caravaggio.
El vandalismo fruto de la ignorancia y la iconoclastia provocada por las ideas más radicales convergen en la destrucción, pero el trabajo de este experto en los delitos en torno a los bienes culturales va más allá de la casuística. Además de narrar los diversos procedimientos para eliminar la creación plástica o, tal vez, conducirla al circuito clandestino de bienes artísticos, el ensayo pretende destacar el valor de esas grandes piezas, narrar su dramática peripecia y explicar cómo aún enriquecen, desde la memoria documentada, la Historia universal del arte.
Las pinturas de Roger Van der Weyden para la Cámara Dorada del Ayuntamiento de Bruselas, cuatro enormes alegorías en torno a la justicia, fechadas a mediados del siglo XV, resultan paradigmáticas. Este hito del Renacimiento fue su obra más conocida y resultó completamente destruido durante la Guerra de los Nueve Años. Las descripciones, como las que realizó Alberto Durero, y las copias contemporáneas, incluidos unos tapices de precisa fidelidad, nos permiten imaginar su extraordinaria complejidad.
El extravío o el robo también han afectado a lienzos de esta categoría. Tal es el caso de 'Salvator Mundi' de Leonardo da Vinci, perteneciente a la colección del rey inglés Carlos I, desaparecido durante siglos y recuperado en 2005. Aunque existió cierto debate en torno a su autenticidad, el fallo favorable de los mejores expertos permitió que se convirtiera en la obra más cara vendida en una subasta tras alcanzar, el pasado mes de noviembre, su remate por 385 millones de euros.
La depredación militar ha propiciado acarreos masivos de obras de arte entre los territorios conquistados y la potencia vencedora. Charney incluye diferentes capítulos de ese derecho al botín entre los que figura la invasión de las colonias griegas en Sicilia por la Roma republicana, las Cruzadas o el saqueo sistemático llevado a cabo por los nazis. Pero existe otro flujo actual que atiende a estrictos motivos económicos. Según sus estimaciones, decenas de miles de piezas son sustraídas cada año y nutren el más lucrativo negocio ilícito tras los tráficos de drogas y armas.
Algunos de los golpes son espectaculares. En 1976, la mafia corsa se hizo con 118 'picassos' expuestos en el Palacio Papal de Avignon, aunque pudieron ser recuperados poco después. Pero este feliz desenlace supone una rara excepción. El asalto al Museo Isabella Stewart Gardner de Boston en 1990 refleja un grado de vulnerabilidad mucho mayor de lo que cabría pensar. En esta ocasión, los ladrones, camuflados como policías, se hicieron con cuadros de Rembrandt, Vermeer, Degas y Manet, que aún permanecen en paradero desconocido. El golpe está considerado el mayor en tiempos de paz porque el valor de esas piezas ronda los 428 millones de euros. Se ha barajado la posibilidad de que fuera un encargo realizado por aficionados sin escrúpulos, pero no existe ninguna pista sólida sobre su destino.
Escasa recuperación
Este desenlace es el habitual. El autor advierte que menos del 1,5% de los robos denunciados finalizan con la recuperación de los objetos y e juicio de sus responsables. La falta de presión social y una extraordinaria demanda hacen posible este comercio, en opinión del autor, que también reclama una legislación que penalice convenientemente la adquisición de bienes robados. El libro aporta curiosidades significativas. Lawrence y Barbara Fleischmann, grandes coleccionistas de arte romano y griego, fueron fotografiados en su apartamento con un mosaico extraído ilegalmente de Pompeya cuando posaban para el catálogo de su exposición en el Getty Museum.
La esquilma provocada por el robo, en cualquier caso, no puede compararse con la generada por los hechos bélicos. El saqueo proporcionaba obras de arte que se convertían en capital, favores en un sistema clientelista o meros trofeos de guerra. La memoria colectiva china nutre su furia antioccidental con el recuerdo de las razzias de los ejércitos inglés y francés durante las guerras del opio en el suntuoso recinto del Palacio de Verano de Pekín. La tropelía de jóvenes reclutas constituyó todo un escarnio ya que destruyeron todo lo que no pudieron llevarse. Ahora bien, también es preciso recordar que el desastre se acrecentó con la furia de las masas exaltadas durante la Revolución Cultural.
El Imperio romano practicó diligentemente el pillaje a través de su expansión en Oriente, donde se hizo con tesoros como la estatua de Zeus, obra de Fidias, figura de doce metros de altura elaborada en marfil y que estaba considerada una de las siete maravillas de la Antigüedad. Probablemente, la obra fue destruida durante un incendio en Constantinopla, adonde había sido conducida tras la conquista de Olimpia, su emplazamiento original. Los saqueos de Roma, llevados a cabo por batallones de mercenarios que reclamaban su paga, dispersaron muchas de aquellas obras procedentes de toda la cuenca mediterránea. Una situación similar se ha producido más recientemente con el asalto al Museo Nacional de Bagdad y la desaparición de miles de piezas, herencia de las civilizaciones asentadas entre el Tigris y el Éufrates.
El caso nazi da cuenta de otro expolio a gran escala. Los jerarcas del régimen se beneficiaron del control sobre las colecciones de los magnates judíos y, aún hoy, existen dudas sobre el destino de miles de lienzos. La aparición de más de 1.400 cuadros en la casa del hijo del historiador y marchante Hildebrand Gurlitt, alienta la esperanza de que muchas de estas creaciones no hayan sido destruidas y sigan ocultas por los descendientes de sus beneficiarios. También hay daños irreversibles. La desaparición de la Cámara de Ámbar del Palacio de Catalina en Tsárskoye Seló o la Gelmäldegalerie de Dresde, durante la misma contienda, recibe la categoría de daño colateral en el estudio de Charney.
Los accidentes son otra forma de atentado contra el patrimonio. Los incendios han devastado regularmente palacios y residencias señoriales causando daños irreparables tanto en el continente como en su rico contenido. El libro menciona el incendio del Real Alcázar de Madrid en 1734 como uno de los más penosos porque las llamas se cebaron con medio millar de lienzos y otros tesoros bibliográficos. 'La expulsión de los moriscos', una de las obras maestras de Velázquez, se consumió en este percance. Mejor suerte han corrido las piezas hundidas en el océano tras naufragios, principalmente objetos de cerámica y estatuaria.
Los vastos espacios del Museo del Arte Perdido también deben mucho al espíritu iconoclasta. El siglo XV asistió a diferentes manifestaciones de esta fuerza radical. Al este, los mosaicos de Santa Sofía fueron cubiertos por los ocupantes musulmanes tras la definitiva ocupación de Constantinopla, mientras que, al oeste, en Florencia, seguidores del monje Girolamo Savonarola alimentaron una gigantesca hoguera de las vanidades en la que perecieron maravillosas pinturas de Sandro Botticelli, cedidas por el propio autor tras ser arrebatado por el credo del religioso.
La purificación a través de las llamas fue, asimismo, el método utilizado por los seguidores de Hitler contra el denominado 'arte degenerado', aunque la mayoría de estas obras fue convertida en marcos y dólares a través de subastas en la galería suiza Fischer. La posición del Estado Islámico resulta similar. Los yihadistas consiguieron atención mediática con la destrucción del yacimiento de Nimrud, entre otros, pero, como sucedió en el Tercer Reich, también suministraron numerosas piezas al tráfico ilegal. La voladura del Buda de Bamiyán en 2001 por los talibanes afganos es otra demostración de ese odio religioso y cultural.
Fenómenos naturales
Los fenómenos naturales han contribuido con estragos a gran escala. Los terremotos se han llevado consigo el Coloso de Rodas, el Mausoleo de Halicarnaso y el Faro de Alejandría, la humedad y las mareas amenazan Venecia, una ciudad que es una joya en sí misma, y un volcán arrasó Pompeya y Herculano. El agua tampoco se ha apiadado de obras excelsas. El 'Crucifijo' de Cimabue, una de las piezas maestras del arte medieval italiano, resultó muy afectado por una inundación.
La temporalidad es una de las aportaciones más singulares del arte del siglo XX y Charney destaca el hecho de que muchas creaciones actuales nacen hoy sin ánimo de pervivir. No se trata tan sólo de la pretendida fugacidad material de los medios audiovisuales, sino del hecho de que su naturaleza es efímera desde la propia voluntad del autor. Las instalaciones de Christo y Jeanne-Claude constituyen una muestra espectacular de este quehacer, ya manifiesto en los virulentos años sesenta a través de otras iniciativas que también compartían este eco de la performance, como el 'Homenaje a Nueva York' de Jean Tinguely, dotado con mecanismos de autodestrucción.
La destrucción del arte se antoja una manifestación mórbida del ser humano. Pretendemos la belleza, pero somos capaces de aniquilarla, incluso cuando la poseemos. Charney dedica el último de sus capítulos a aquellos que arrasaron con sus valiosas posesiones, autores y propietarios, unos movidos por el afán de perfeccionismo y otros por problemas personales que castigaron fatalmente su patrimonio.
Picasso, Malevich o Monet repintaron obras primeras que no satisfacían sus ideales estéticos, mientras que John D. Rockefeller mandó derribar el mural 'El hombre en el cruce de caminos', solicitado a Diego Rivera para decorar el vestíbulo del Rockefeller Center. La pasión también comporta el delirio. La desaparición del 'Retrato del doctor Gachet', adquirido por el japonés Ryoei Saito, hace albergar las peores suposiciones. El millonario nipón había manifestado su intención de que el cuadro de Van Gogh fuera incluido en su incineración. Algunas voces alegan que se trataba tan sólo de una manifestación metafórica de su amor por la obra, pero otras temen que el fallecimiento del dueño haya supuesto la sentencia de muerte para el magnífico lienzo del pintor holandés.
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