
Lorenzo Silva o el crimen en la pandemia
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Un 'noir' no falto de humor y lírica. Ni de las reflexiones filosóficas y sociológicas de un Bevilacqua íntimo y maduro.Secciones
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Un 'noir' no falto de humor y lírica. Ni de las reflexiones filosóficas y sociológicas de un Bevilacqua íntimo y maduro.Novelas cuya acción está ambientada en una pandemia no son difíciles de encontrar. Está 'La peste' de Albert Camus como gran obra de referencia y ... están otras muchas de menor rango literario, pero no desconocidas, como 'El libro del día del Juicio Final' o 'La plaga', de las estadounidenses Connie Willis y Ann Benson respectivamente. Diríase que constituyen casi un género lindante con el distópico cuando no participan de ambos simultáneamente. Lo que ya resulta mucho más escasa es la combinación del temática vírica con el género negro, como sería el caso de 'Pandemia', la novela que el francés Franck Thilliez publicó en 2015 y donde el terror de los contagios se mezclaba con el del tráfico de órganos, o sea, el drama con la trama. Es en esa misma combinación del 'noir' con la pandemia como telón de fondo en la que ya se ha adentrado Lorenzo Silva en dos ocasiones. La primera fue en 'La forja de una rebelde', novela publicada en 2022, y que pertenece a la serie de obras protagonizadas por la inspectora Manuela Mauri, que el autor español ha venido escribiendo en colaboración con Noemí Trujillo desde 2019 y que en este caso enfrentaba a esa heroína a un doble crimen cometido en Alcalá de Henares. La segunda ocasión en la que Silva mezcla ambos temas, la trama policíaca y el drama pandémico, es 'Las fuerzas contrarias', la nueva entrega del ciclo protagonizado por el subteniente Bevilacqua y la brigada Chamorro, que hace ya el número 14 y que acaba de aterrizar en nuestras librerías.
Un escenario como el que se creó en 2020, de tragedia y caos colectivos a escala mundial, es el idóneo para que afloren la nobleza y los ejemplos de heroísmo, así como la vileza de quienes tratan de aprovechar la confusión general y el dolor ajeno para sacarles provecho y perpetrar sus tropelías. Es a ese hecho triste, tanto como irrefutable y propio de la condición humana, al que el escritor le saca esta vez partido novelesco. El texto arranca en la misma víspera de que el Gobierno de España estableciera las medidas del estado de alarma. Y es en ese contexto en el que la célebre pareja de guardias civiles se las tendrán que ver con dos casos: el de la desaparición de una mujer en Badajoz y el de la muerte de una vecina jubilada de la localidad toledana de Illescas, donde a su vez ya se habían producido otros fallecimientos. Más que atribuir todas esas defunciones al covid, el argumento se desliza en la dirección opuesta: en la sospecha de que ha intervenido una mano negra en todos esos casos acumulados, aunque dicha tesis tropieza con la frustrante imposibilidad de proceder a la autopsia de los cadáveres, porque éstos ya habían sido incinerados.
Las pesquisas se inician y desarrollan por uno y otro lado en el enrarecido clima del confinamiento general, que da lugar a algunas novedades con respecto a la tónica tradicional de la serie. Por una parte, adquiere una relevancia bastante mayor que en otras anteriores entregas el trabajo en equipo, así como la división de funciones y responsabilidades. Una vez más, pero quizá más que nunca, Lorenzo Silva tiene oportunidad de mostrar su conocimiento pleno de la manera en que trabaja la Benemérita y en la relación profesional que ésta mantiene a lo largo de sus investigaciones con el estamento judicial o con el propio poder político. Por otra parte, la novela hace acuse de recibo del paso del tiempo en los dos protagonistas. Entre el primer caso al que tuvieron que enfrentarse y este último ha transcurrido más de un cuarto de siglo. Rubén Bevilacqua ya anda por la sesentena y este hecho permite que en el correr de la acción argumental se preste especial atención a las jóvenes generaciones que tomarán el relevo, lo cual sirve también para dar al lector un retrato de familia de la Guardia Civil y de los cambios producidos durante las últimas décadas en el Instituto Armado. Asimismo cobra un peso en el texto la confianza que se ha fraguado durante años entre Bevilacqua y Chamorro, que se acentúa más y adquiere unos tintes íntimos en el contexto excepcional de la pandemia. A todo ello es preciso añadir que ésta sirve para encontrarnos con un subteniente Bevilacqua (Vilas para los amigos) más reflexivo de lo acostumbrado, lo cual le permite, técnicamente, la primera persona en una narración no exenta, sin embargo, de ágiles y convincentes diálogos. Al aspecto filosófico y al sociológico de la novela cabe sumar el humorístico (hay alusión explícita al consumo voraz de papel higiénico) y también la vertiente lírica en ese título tomado de una canción de Franco Battiato.
Iván Orio
Haruki Murakami (Kioto, 1949) es un apasionado de la música y un adicto al jazz, un género que escuchó desde su adolescencia y que conoce como pocos. De entrada, puede dar la sensación de que 'Retratos de jazz', su última novela en colaboración con el pintor también japonés Makoto Wada, es un libro exclusivo para los amantes de ese estilo rítmico y sus variaciones, pero nada más lejos de la realidad. Por sus páginas pasan los grandes intérpretes y vocalistas del jazz con ilustraciones de una sutileza extraordinaria. Pero no estamos ante un diccionario de jazz. Sus leyendas sirven a Murakami para reflexionar sobre la música y también para abrirnos las puertas a un rincón hasta ahora oculto, «el calor de la madriguera» en el que disfruta escuchando los vinilos con los ojos cerrados para transportarse a su juventud, cuando, a la salida del trabajo o de la universidad y sin haber decidido aún dedicarse a la literatura, frecuentaba locales oscuros con ceniceros rebosantes de colillas para deleitarse con su 'banda sonora' preferida. La obra atesora un lirismo desbordante y demuestra la capacidad de Murakami para convertir las notas musicales en una prosa inigualable que nos envuelve en su melodía particular hasta convertirnos en parte de ella. Más de medio centenar de músicos recorren un libro diferente que también habla sin edulcorantes de la soledad y de vidas depresivas destrozadas por las drogas y el alcohol.
Iñaki Ezkerra
En 'Una belleza terrible', Edurne Portela y José Ovejero reconstruyen la historia de un grupo revolucionario creado en torno a la figura de Trotsky y liderado por Raymond Molinier, discípulo y ayudante del político ruso. Junto a él comparecen, en este texto a caballo entre el documento biográfico y la ficción literaria, personajes como Jean van Heijenoonrt, que se haría secretario y guardaespaldas de Trotsky, o Jeanne Martin des Pallières, la segunda mujer del hijo mayor de éste. En contraste con las páginas narrativas que nos sumergen en la aventura existencial de esos seres, están las que, siguiendo la fórmula del documental, dejan asomar a los autores del libro, que se abre con una Edurne Portela deambulando por Le Marais, el barrio en el que nació Molinier.
El libro no entra en análisis ideológicos. Exalta el romanticismo de sus protagonistas, su espíritu de sacrificio, su lucha contra las injusticias y la persecución que sufrieron de sus enemigos. No entra en los resabios tardíos de la herencia estalinista ni en los aspectos totalitarios del marxismo-leninismo, del que nunca renegó Trotsky, ni tampoco en las huellas de la Revolución Permanente que hoy puedan detectarse en el asambleísmo populista. Pero, pese al tono hagiográfico del texto, se dejan ver duros episodios que rompen el mito, como ése en el que reniega de su nuera y recurre a la 'justicia burguesa' para lograr la custodia del nieto.
Julio Arrieta
Jacques Collin de Plancy (1794-1881) fue un escritor francés autor de obras sobre lo oculto, lo insólito y misterioso, temas que abordó desde un punto de vista escéptico y anticlerical antes de convertirse al catolicismo y renegar de todo ello. Es recordado sobre todo por tres libros, 'Diccionario infernal' (1818), 'El diablo pintado por sí mismo' (1819) y la 'Historia de los vampiros' (1820) que presenta ahora El Desvelo Ediciones en traducción de Jesús García Rodríguez. Se trata de una extensión de las cinco páginas que dedicaba el autor a los vampiros en su 'Diccionario infernal' y, como este, es una galería literaria de rarezas, leyendas y creencias asombrosas que encajaría perfectamente como apéndice en el 'Drácula' de Bram Stoker. Su empeño racionalista se diluye en un despliegue apabullante de informaciones curiosas como, por ejemplo, que en Grecia a los vampiros se les llamaba vroucolacas, que un señor acabó convertido en espectro porque pidió ser enterrado en la puerta de su cocina para oler desde la tumba los platos que cocinaba su mujer y que el método de unos monjes ortodoxos para matar a un vampiro consistía en trocearlo y hervir las partes en vino. Collin de Plancy pretendía apagar la moda vampírica que Polidori había desatado con 'El vampiro' y que consideraba perniciosa, pero no solo no lo logró, sino que su obra presuntamente desmitificadora se convirtió en fuente para una legión de autores de literatura gótica, empezando por Sheridan Le Fanu.
J. Ernesto Ayala-Dip
Revisando los títulos de autores japoneses sobre los que he escrito en este nuestro querido Territorios desde comienzos del siglo actual, independientemente del género que cultivaran, resultó que fueron seis, entre ellos uno que, habiendo nacido y vivido en Japón, escribió en alemán una hermosa novela protagonizada por osos. Los otros cinco son autores de novela de género. Hoy reseño 'El misterio de la mujer tatuada', de Akimitsu Takagi (1920-1995). Todavía no estaba traducida al castellano, aunque en su idioma original salió en 1951 y consiguió una difusión mayúscula en todo el mundo. Está considerada como una obra de referencia del género negro japonés. Si la leen, verán el porqué.
En esta obra convergen fundamentalmente los criterios intuitivos antes que los lógicos de investigación. Aclaro esto porque en las últimas décadas se dieron casos de autores japoneses entregados claramente a los razonamientos lógicos para desentrañar enigmas policiacos. Takagi desgrana en sus novelas algunos de sus débitos literarios en materia de género negro. Cita 'El halcón maltés' y 'Adiós, muñeca', clásicos del género y campeones de la intuición o las «corazonadas». Es normal que esto ocurriera. Esta novela se escribió a principios de los cincuenta del siglo pasado. Era la época en la que los lectores se rendían a Dashiell Hammett o Raymond Chandler.
Takagi ambienta su novela en plena posguerra. Japón ha sido derrotado. Pese a la destrucción de los bombardeos americanos, las calles de Tokio muestran el ajetreo de una ciudad que quiere y debe levantarse sí o sí. En sus calles también sobrevive el delito, entre otras cosas como una manera de supervivencia. Pero, además, el autor saca en su argumento el tema de los tatuajes, una práctica clandestina, contraria a la moralidad imperante y a la vez practicada en determinadas círculos sociales de alto poder adquisitivo. El tatuaje en todo el cuerpo es un rito que se pone de moda, proveniente de las zonas más oscuras de la sociedad japonesa.
Es entonces cuando entran en liza Daiyu Matsushita, del Departamento Metropolitano de Policía y su hermano menor Kenzo, médico forense. Un día aparece descuartizado el cuerpo totalmente tatuado de una bella mujer. Se da la circunstancia que Kenzo conocía a esta mujer y estaba enamorado de ella.
En esta novela las psicologías se cruzan en claro contraste con la compleja investigación. También llama la atención la decisión del principal investigador de no hacer caso de la belleza de los paisajes naturales de Tokio, ante los que se enfrenta durante sus peripecias en busca del asesino. Muy curioso después de confesar que ha leído 'Musashino', uno de las grandes obras maestras de la literatura japonesa del siglo XIX, de Kunikida Doppo, que hizo de las descripciones paisajísticas el leitmotiv de su obra. Solo un reproche a esta edición, que no se haya traducido directamente del japonés.
Pablo Martínez Zarracina
El irlandés Paul Murray amplifica en su tercera novela la historia de una familia hasta completar con ella una extensa saga entre el melodrama y la tragicomedia. La familia son los Barnes y viven en un pequeño pueblo cercano a Dublín. Disfrutan allí de una tranquila situación privilegiada. Dickie Barnes heredó de su padre la gestión de un próspero concesionario de coches y se casó con Imelda, una de las chicas más guapas de los alrededores. Sus dos hijos, Cass y PJ, atraviesan edades complicadas y muy confusas: Cass, la hija mayor, se va a ir a estudiar a la universidad y ansía una vida independiente mientras juzga a sus padres con dureza; PJ es en cambio un preadolescente que confunde la realidad con la pantalla de su teléfono y tiende a culparse a sí mismo de lo que ocurre a su alrededor.
El acontecimiento que desencadena la narración es la crisis de 2008. Los problemas económicos amenazan con quebrar el concesionario y eso pone patas arriba el mundo de los Barnes, aislando a los personajes en sus respectivas burbujas mientras se van revelando las costuras de una familia llena de secretos de un modo particular. Murray avanza en la trama mientras llena de relato un árbol genealógico complicado que incluye el fantasma de un hermano irreemplazable, un suegro poderoso y una tía abuela medio bruja. Lo hace alternando a los cuatro personajes principales como narradores con desigual fortuna. Si el acercamiento del autor al mundo juvenil de Cass y PJ es brillante, el monólogo interior de Imelda nunca termina de funcionar y hace inesquivable uno de los problemas de la novela, que tiene que ver con una extensión entre excesiva y descabellada.
La apuesta del autor es en ese sentido tan consciente como ambiciosa. Se diría que remite a las grandes novelas familiares y consiste en contarlo todo porque es un narrador que se sabe capaz de contar casi cualquier cosa con interés. A su favor hay que reconocer que estamos ante un escritor sólido y fluido dotado además con un encanto peculiar.
Murray es muy bueno, por ejemplo, detectando lugares donde la inocencia entra en contacto con la crueldad. También reconstruyendo esos momentos en los que un joven cree tomar posesión plena de su vida y tener un sinfín de posibilidades frente a él. Lo que hace el tiempo con esas ilusiones en términos de demolición es, en cierto modo, el tema de esta novela que tiene algo de serial estilizado -hay momentos en los que la acumulación de giros y peripecias bordea el abismo- pero también algo muy original de himno melancólico, profundo y apelante. Un canto que se eleva en honor de las existencias comunes, que son, Paul Murray lo sabe, inevitablemente extraordinarias si se observan con la suficiente cercanía.
Ibon Zubiaur
Tras el éxito de 'Tiempo de magos', Wolfram Eilenberger sigue extendiendo la fórmula de entrecruzar a cuatro filósofos del siglo XX en el que quizá sea su libro más personal. Su abordaje narrativo revela el anclaje existencial de apuestas en principio dispares, y la estructura contrapuntística previene contra la parcialidad y el dogmatismo. Aquí repasa las trayectorias de Adorno, Sontag, Foucault y Feyerabend y resalta su común carácter antidoctrinario y su recelo a derivar linealmente una praxis política del pensar. Frente a los reproches de falta de compromiso y de relativismo disolvente, este ensayo aboga por leerlos como exploradores de una Nueva Ilustración que «empieza por no aceptar el mundo tal y como se presenta» y busca «cartografiar y limitar críticamente las pretensiones de saber con el fin de crear un espacio para la acción autodeterminada».
Eilenberger recalca cómo esta actitud no responde a un estupendismo intelectual, sino a una «valentía nacida de la pura desesperación biográfica»; «las cuatro metarrevueltas filosóficas lo eran contra ese clima intelectual plúmbeo y cada vez más indolente de su tiempo». Dado que el clima intelectual no ha mejorado, quizá su lectura resulte más fecunda que seguir descalificando a esos autores como enemigos de «la» razón y creerse custodios de esta. Los cuatro apuntan salidas de la inanidad y de la «inmadurez autoculpable»: justo el proyecto ilustrado que planteara Kant.
Elena Sierra
Leo que Fernando Navarro fue guionista de la película de terror 'Verónica', en la que el duelo, los cambios y miedos de la adolescencia y la sobrecarga emocional y física en general producen tanto horror como la posible presencia demoníaca bajo la cama (si es que no son la misma cosa). En 'Crisálida' estamos ante una niña en camino a la adolescencia a la que se le rompe todo cuando sus padres, dos personas con problemas de adicción, mentales y para enfrentar la realidad, deciden irse a vivir a la montaña, a la intemperie. Un padre que hoy sería etiquetado de 'survivalista' comanda una pequeña tropa de menores abandonados por todos: escuela, vecindad, servicios sociales, familia y hasta desconocidos con los que se cruzan. Lo que quiera hacer con sus retoños es un asunto interno, él sabrá, y así acaban estos cachorros sufriendo en lo más profundo del bosque.
La voz de Nada o Ná -así ha terminado llamándose la niña- va desvelando esa vida de abuso a la que los condena el padre, por presencia y por ausencia. Es una voz a veces graciosa, a menudo terrible, que narra desde la inconsciencia toda la violencia en el seno de una familia. Da miedo. Mucho. Y tristeza. En teoría lo cuenta cuando ya está lejos de ello, pero ¿y si ya nunca puede salir de ahí? ¿Y si el duelo por tanta pérdida es un bucle mental del que es imposible escapar? ¿Y si los personajes de terror son recreaciones de una misma? ¿A qué está remitiendo cada historia de Nada? Fascinante, de verdad.
Javier Ortiz de Lazcano
El anciano Stotz es un millonario que fue un hombre muy poderoso. A sus 84 años, este sibarita consume los últimos días de su existencia en una villa a las afueras de Zúrich rodeado de retratos de una joven mujer. Es Melody, de origen marroquí. La conoció como empleada de una librería y decidieron casarse pese a la diferencia de edad y a la negativa de la familia de ella. Pero poco antes de la boda, hace cuarenta años, desapareció sin dejar rastro.
¿Se arrepintió al final, fue secuestrada por su familia, de estricta obediencia islámica? Stotz nunca llegó a recuperarse del golpe y ha dedicado su vida a buscarla inútilmente. Ante la evidencia de que apenas le quedan unos meses, contrata a un joven licenciado en Derecho en paro.
Melody es una obra maravillosamente romántica, pero tan bien conducida por Martin Suter (Zúrich, 77 años) que no cae en ningún momento en la cursilería. Todo lo contrario. Deja claro que el amor tiene muchas aristas, que en una relación pocas cosas son lo que parecen y que casi todas tienen un lado oscuro que un día emerge a la superficie. Eso permite al escritor suizo convertir una historia romántica en un emocionante thriller que se sigue con avidez por su interesante trama y la peculiar relación que se establece entre el anciano y el joven al que contrata. Este pasa de la admiración a preguntarse si lavida de Stotz ha sido tal y como la cuenta y, sobre todo, por qué desapareció Melody. Muy recomendable.
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