
Lea Vélez: «La literatura se presentaba como alternativa emocional al franquismo»
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Publica ‘La Olivetti, la espía y el loro’, donde muestra la trastienda del programa ‘Encuentros con las letras’Durante una mudanza en una casa familiar, Lea Vélez y su marido encontraron unas cajas de cartón que contenían quinientas cintas magnetofónicas en perfecto estado. En esos viejos soportes permanecían grabadas las entrevistas que autores como Julio Cortázar, Marguerite Duras, Jorge Luis Borges, Italo Calvino, Juan Carlos Onetti o Susan Sontag habían concedido al mítico programa ‘Encuentros con las letras’, dirigido por el padre de Vélez, y emitido en TVE en los años de la Transición. A partir de ese material, surge ‘La olivetti, la espía y el loro’, un ensayo publicado por Sílex, en el que, además de extractos de aquellas entrevistas, se muestra la trastienda del programa y el ambiente político, intelectual y emocional de aquellos años.
– Algunas de esas entrevistas se habían perdido…
– Del archivo de TVE se habrá perdido muchísimo material. Yo trabajé en televisión y vi con mis propios ojos algunas de las cintas de ‘Encuentros con las letras’ cuando se grababa en dos pulgadas, metidas en sus latas, pegoteadas, perdidas. La emulsión se había estropeado y aquello se había deteriorado de forma irremediable. Ahora, lo que yo tengo es aún mejor que lo que hay en el archivo, porque son grabaciones de los brutos antes del montaje. Esas cintas magnetofónicas pertenecían a la espía del título. Una mujer que puso micrófonos en aquel plató del año 1976 para poder llevar a cabo su misión de divulgación cultural.
– Dice usted que el libro es un homenaje a las hemerotecas.
– Vuelvo a la espía, que era mi madre. Ella era la documentalista del programa y la jefa de prensa de ‘Encuentros’. Desde casa escuchaba lo que sucedía en el plató para poder escribir sus crónicas semanales y mandarlas a la prensa, para promocionar a los autores y que el programa estuviera en los periódicos y generase debate. Mi libro es un homenaje a esos trabajos invisibles que son fundamentales para volver a entender épocas pasadas.
– Podía haber elaborado un libro ya interesante con la simple transcripción de las entrevistas; sin embargo, lo ha planteado como si fuera un documental escrito.
– Yo soy escritora, soy autora. Transcribir una entrevista cuando además no la has hecho tú, es lo más aburrido del mundo. Además, tenía un plan mejor: contar una buena historia de forma literaria. Además, hay 500 cintas. Jamás podría ser una sucesión de entrevistas. Quise rescatar los momentos estelares, pero haciendo un puzle que tuviera una finalidad propia, que contase una época, pero también unos hechos, un drama, una felicidad, como quien escribe un libro añadiendo los fragmentos de otros libros que ha ido subrayando a lo largo de la vida, y al mismo tiempo, dándole a todo una narración con un hilo conductor, una tensión.
– ¿Y cómo fue el proceso de estructuración y escritura?
– Empecé a escuchar las cintas, que están trufadas de risas y de tomas falsas y entonces me di cuenta de que su propia existencia, la de esas cintas que escuchaba mi madre en casa y la Olivetti que ella tecleaba sin parar, me habían convertido en escritora. Tenía un tema, mi propia vocación, mi propia infancia. Entendí que no podía ser una narradora al uso. La solución era mostrar ‘Encuentros con las letras’ tal y como fue y dejar que juzgue el lector por sí mismo.
– Sobre ‘Encuentros con las letras’ dice: «Nunca se la ha dedicado tanto espacio a la literatura y al pensamiento en televisión, nunca se le volverá a dedicar». ¿Qué supuso aquel programa para el panorama cultural español?
– Aquel programa, junto ‘La Clave’ y ‘A Fondo’, constituyó el foco de debate de la intelectualidad de 1976 a 1981. Era un catalizador de la cultura, que fomentó la venta de libros, el interés por la industria editorial, la formación de revistas y grupos de acción cultural. La cultura se presentaba como aspiración, como alternativa emocional al régimen anterior. Todo aquel que estuviera interesado en la literatura, en el pensamiento, en rescatar la memoria reprimida, en saber más de edición, traducción, en acceder al pensamiento de personas como Cortázar, Duras, Sontag, Alberti, Larrea… solo tenía que encender el televisor.
– Se les acusó de elitistas, pero usted no está de acuerdo. Cita a Marguerite Duras y su desafecto por el «didactismo».
– Sí, la acusación constante era la del elitismo o que era poco comprensible. El programa se convirtió en un mito porque tenía una línea editorial muy clara: tener expertos en distintas materias literarias y presentar la literatura seria y profunda al mayor público posible. Fue la opción acertada, porque ahora coges esas entrevistas a Cortázar, Vargas Llosa, Onetti, Rosa Montero, y lo que se dice en ellas es extrapolable a cualquier época. Pensar que solo las élites tienen intereses culturales, es justamente lo que es el elitismo.
– Entendían que esa postura no favorecería a nadie.
– Nadie fomenta la cultura menospreciando al receptor. Esto es lo que les pasa ahora en los colegios a tantos niños a los que se les dan los contenidos mascados, troceados, sin contexto, pensando que son tontos, como si no tuvieran criterio. Si menosprecias a un niño, el niño te menospreciará a ti. Lo que dice Marguerite Duras entre risas en mi libro es «¿Te imaginas a un Baudelaire didáctico?» Nos hace reír esta idea. La gracia de la literatura es precisamente, que sea literaria, no literal. La ficción, la metáfora, son esenciales en nuestras vidas. Si no, no veríamos series, no haríamos chistes, no jugaríamos a nada. Si uno habla de literatura con pasión, apasiona. Si uno no menosprecia al espectador, si lo considera un igual y no lo trata como a un ignorante… si uno habla de cosas ‘difíciles’ sin ejercer el elitismo, el paternalismo o el didactismo, ejerce la verdadera democracia cultural.
– Por su libro, además de los grandes autores, desfilan amigos de sus padres y se respira el ambiente de aquella época, ilusionante para muchos, convulsa aún.
– Todo en casa estaba mezclado. El humor, la literatura, la poesía, el fútbol, la novela y la amistad. Los amigos eran escritores, artistas, periodistas, políticos y futboleros. Los escritores que no eran amigos entraban en casa en las conversaciones, en las cintas magnetofónicas. En las cenas se hablaba de política, de la trastienda de algunos hechos importantes y yo todo aquello lo vivía con fascinación, escuchando desde la puerta del pasillo.
– ¿También la política?
– Uno de los amigos íntimos de mis padres era el padrino de mi hermano, Eduardo Navarro, que fue el segundo de Adolfo Suarez. Él relataba lo que se vivía en la trastienda del CDS. Todo lo que contaba en casa Eduardo era para mí como tener en la mano la historia viva de la transición. Ojalá hubiera tenido grabarlos para poder escuchar ahora todo lo que decían sobre el Rey, sobre Franco, sobre Suárez, sobre Carrillo, pero entendiendo mejor el contexto. Es un poco lo que he tratado de hacer interrogando a mi madre para este libro.
– Y aparecen conversaciones entre dos testigos de la época de aquel programa: su madre y la niña que usted fue. El lector tiene la sensación de estar con ustedes en la cocina mientras hablan de historia, de política, de aquella época, en definitiva.
– Nuestros padres son nuestra memoria. Son los que nos escriben escenas olvidadas de la infancia en la mente. Era necesario para mí reafirmar mis recuerdos, así que empecé a preguntarle cosas a mi madre y ella comenzó a contarlo todo con detalles tan humanos, tan inesperados, como cuando me cuenta el día en que se echó a llorar en el coche a causa de la matanza de Atocha, que entendí que este libro era la historia de todos los españoles a través del testimonio de una sola familia.
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