Sábado, 29 de octubre 2022, 00:00
El género literario de la distopía se caracteriza por dar por consumada una amenaza nítida y concreta que, aunque quizá de manera desdibujada y borrosa, ya se insinúa en el presente. Así, las distopías clásicas de referencia ('Un mundo feliz', 'Fahrenheit 451', '1984'…) advertían del ... peligro totalitario. Así también, 'El cuento de la criada' de Margaret Atwood dibuja un futuro en el que la mujer es convertida en una esclava sexual o la 'Sumisión' de Michel Houellebecq planteaba en 2015 un 2022 en el que el Islam se hubiera hecho con el poder político en Francia. En esa tradición habría que incluir en principio la novela póstuma de la escritora española Almudena Grandes que debe entenderse como una suerte de testamento literario, moral e ideológico. Lo que sucede con ella, sin embargo, es que la amenaza que nos propone, como ya consumada, en un porvenir próximo es algo más difusa y supuestamente sutil que en las obras citadas.
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'Todo va a mejorar' nos presenta como negro un futuro que se revela más bien gris desde sus primeras páginas, desde la irrupción en escena de Juan Francisco Martínez Sarmiento, el hombre que encarna esa amenaza y que responde al clásico estereotipo de vástago de la clase trabajadora que se ha hecho a sí mismo y se ha convertido en un próspero empresario. Juan Francisco, hijo de un ferretero del popular barrio madrileño de Tetuán y de una modesta ama de casa, ha llegado donde ha llegado (a director ejecutivo de una empresa energética, líder nacional en renovables, y a vicepresidente de la CEOE) a base de «luchar como una fiera por cada beca, por cada puesto, por cada ascenso». Sin duda, puede cuestionarse ese modelo social, pero resulta algo más difícil infundir con él un pavor orwelliano. Pese a haberse ganado a pulso un apodo de hispánicas resonancias bélicas (el Gran Capitán) su proyecto ideológico y económico, que es el que constituye la pesadilla propiamente distópica de la novela (la iniciativa privada como única receta para crear riqueza, el emprendimiento, el libre mercado, el consumismo frenético, la corrupción como lastre implícito, un partido político respetuoso con la democracia…) no provoca a simple vista el temor que pudieran inspirar los regímenes que Hanna Arendt consideraba totalitarios: el nazi y el comunista.
El verdadero elemento que se presenta como distópico en el libro es el de la variedad de plagas víricas que se ciernen sobre la población en versiones sucesivas (Primera Pandemia, Segunda, Tercera…) y que restringen los movimientos más básicos de los ciudadanos, o sea, un fenómeno ciertamente represor, pero al que le resta tintes tenebrosos el hecho de que hayamos tenido ya de él una amplia experiencia.
Hay otro factor que convierte 'Todo va a mejorar' en una versión no solo heterodoxa sino descafeinada del género distópico, y es la ausencia de una auténtica escenografía de plasticidad apocalíptica. Las novelas distópicas suelen contar con un gran despliegue de catástrofes físicas así como con unas espectaculares fantasmagorías arquitectónicas y paisajísticas. Almudena Grandes, en cambio, fue una escritora de cercanías, de la distancia corta y el tuteo con las gentes llanas de barrio; una cronista de la existencia diaria, cotidiana y rasante. Ese es precisamente uno de sus innegables encantos como novelista. Su textos no se despegan nunca del suelo costumbrista pese a que mostró también, desde sus primeras obras, una natural facilidad para manejar una ingente galería de personajes. Es en esa facilidad para las caracterizaciones psicológicas de un realismo rasante, a pie de calle (de ello da fe el simpático grupo resistente de 'hackers' y jubilados que aquí se oponen al sistema) en lo que reside el aspecto más reconocible y valioso de esta novela que, por otra parte, no acaba de cuajar en el plano de la ficción y la ideología.
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La propia ironía que late en el optimismo electoralista del título podría alcanzar verosimilitud en una crítica a los sueldos miserables del presente español, pero no en la profecía de un derrumbe inminente del capitalismo o de un partido como el Movimiento Ciudadano ¡Soluciones Ya!, que es el que crea en estas páginas el Gran Capitán con la ayuda de una campañista trepa como la joven Megan García y que llega a la inverosímil osadía de limitar el acceso a Internet en un país de la Unión Europea. Es posible que sea execrable un héroe con una esposa rubia que bebe whisky en vasos de cristal tallado o que duerme con un pijama de algodón egipcio en una mansión de Somosaguas. Pero de ahí a la distopía totalitaria va un trecho.
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