Una mujer observa varias casas dañadas en la localidad valenciana de Chiva. EFE
Arquitectura

La lección de Valencia

No es sensato plantear construcciones que en caso de desastres naturales o sobrevenidos generen graves daños a la población y al entorno

Javier Cenicacelaya

Sábado, 23 de noviembre 2024, 00:00

España entera está de luto por los trágicos sucesos ocurridos en Valencia. Una colosal devastación ha arrasado una extensa área en el territorio circundante de esta ciudad. Intensas lluvias y la ausencia de algunas infraestructuras han sido las causantes. No es la primera vez que ... un hecho de estas características ocurre. Las lluvias y las inundaciones han sido consecuencia de una dana (Depresión Aislada de Niveles Altos) o gota fría, como ocurrió en Bilbao en 1983.

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Hace nueve meses, en febrero de este año, Valencia sufrió otro luctuoso accidente con el incendio de las viviendas del Campanar; allí fue una fachada ventilada la que favoreció el ascenso de la llamas con enorme rapidez.

La primera lección de Valencia nos ha sido dada por los miles de voluntarios, mayoritariamente jóvenes, que se han entregado para ayudar, y por toda la ciudadanía, de Valencia y de toda España, así como por la ayuda del Ejército, de la UME, bomberos, Guardia Civil, policías urbanos y autonómicos, etc., en una muestra de solidaridad de la que podemos sentirnos orgullosos.

La otra gran lección de Valencia, a la que quiero referirme en este texto, se centra en la necesidad de prever hechos como los provocados por la gota fría y en informar a la ciudadanía con suficiente antelación, para que pueda protegerse.

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Valencia sufrió una graves inundaciones en 1957 cuando el Turia a su paso por la ciudad se desbordó. Tras este hecho se desvió el Turía a una posición más periférica, y se trazó una variante mucho más amplia que ha servido de barrera para el centro de la ciudad en estas inundaciones. De acuerdo a los expertos sobre el cambio climático, este fenómeno de la gota fría se hará más frecuente a partir de ahora, afectando muy particularmente a los territorios ribereños del Mediterráneo. De modo que convendría llevar a cabo aquellas infraestructuras que puedan amortiguar el impacto que la gota fría tiene en las ciudades y en el territorio.

Valencia volverá a levantar la cabeza, y continuará siendo la región creativa, industriosa y alegre que siempre ha sido. Hemos de ser conscientes que nuestras ciudades y el territorio se han vuelto más vulnerables en las últimas décadas; no parece sensato plantear construcciones que en caso de desastres como gotas frías, incendios, terremotos, huracanes, maremotos o tsunamis, etc. generen graves daños a las personas y a nuestro medio, urbano o rural. Y me viene a la cabeza la acelerada competición por ser la ciudad que construye la torre más alta.

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No nos olvidaremos nunca del derrumbamiento de las Torres Gemelas de Nueva York. Y en esa ocasión, los bomberos de esa ciudad, tras llegar por ascensor a la planta 40, fueron capaces de subir a pie 38 pisos; algo titánico y sin embargo no pudieron hacer nada, porque las torres tenían 110 plantas, y ya estaban exhaustos.

La carrera por construir la torre más alta del mundo no sólo no ha cesado, sino que se ha acelerado año tras año. Las Torres Gemelas de Nueva York (atacadas el 11 de septiembre de 2001), tenían una altura de 413 metros contando con 110 plantas. Fueron construidas en 1966. En la actualidad la torre más alta es Burj Khalifa en Dubai, con 829 metros de altura, y 163 plantas; esta torre fue construida en 2019, es decir 44 años más tarde que las Torres Genelas de Nueva York, y ya doblan la altura de las Gemelas. Y la carrera por la máxima altura continúa.

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Todo recuerda al sueño de la Torre de Babel que se cuenta en el Génesis. Se trataba entonces de alcanzar el cielo. Parece que ese sueño (o más bien pesadilla) sigue vivo. Es nuestra, y sólo nuestra responsabilidad, cuidar el planeta. Como ya se ha dicho: «La tierra es como un reloj, pero si se estropea, no tenemos relojero».

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