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El Victoria & Albert de Escocia muestra cómo el plástico ha pasado de un auge vertiginoso a ser sinónimo de contaminación en todos los contextos en apenas medio siglobegoña gómez moral
Sábado, 5 de noviembre 2022, 00:34
La historia del plástico no tiene principio y, de momento, tampoco fin. Mirando hacia atrás encontramos materiales de resonancia exótica como la gutapercha, procedente de un árbol con una savia maleable al calor y rígida a menor temperatura que los habitantes de Borneo, Sumatra o Indonesia ya usaban desde tiempo inmemorial en adornos y herramientas. Hacia mediados del siglo XIX llegó a Europa con la insigne función de recubrir los primeros cables telegráficos submarinos. En apenas unos años la gutapercha pasó del primitivismo a la modernidad absoluta de aquel momento y, aunque desde entonces se ha sustituido con otros aislantes, persiste en usos muy específicos: cada vez que un dentista hace una endodoncia, es probable que use un delgado filamento de ese material para llenar la cavidad.
Si la gutapercha consigue asociar las playas inacabables y los tifones de sus tierras de origen con la rutinaria visita a la clínica dental, el látex parece poseer el don de la ubicuidad, tanto en su procedencia -hay látex en la savia blanquecina de plantas tan comunes como el diente de león- como en su incuestionable categoría como imprescindible en medicina e higiene. La goma laca que ha protegido el arte desde tiempo inmemorial, también la ingerimos en el revestimiento de muchas medicinas; el carey de las conchas de tortuga empleado en lujosos peines de antaño evoca las portentosas cabelleras de las mujeres victorianas; el chicle, con los aromas siempre cambiantes de ahora mismo; igual que el caoutchouc o kawchu, que del idioma quechua y del taíno 'árbol que llora' pasó a ser el genérico caucho. El hule bajo el mantel en la mesa del comedor en casa de los abuelos. Todas son sustancias naturales con una larga y gloriosa historia que contar y todas forman parte de los antecedentes en la exposición sobre el plástico que el Victoria & Albert de Escocia, en Dundee, ofrece hasta el 5 de febrero.
Para el equipo de diseñadores, comisarios, técnicos y científicos que han tomado parte en el proyecto, nunca ha habido un momento más idóneo para tratar de comprender la historia de este material; para mirar atrás en la prolongada cronología del plástico y para poner el foco sobre el elenco de personajes que le han dado forma. Con el título 'Plástico: rehacer nuestro mundo' (Plastic: remaking our world) la exposición sigue el vertiginoso auge de este material, cuantifica su enorme popularidad y su poder destructivo en el tiempo relativamente corto de su existencia en forma sintética mientras examina el papel del diseño en esa multitudinaria historia.
Ante los ojos de quien visita la muestra se despliega la biografía de pioneros como Charles Goodyear (1800-1860), que, al someter caucho y azufre a alta temperatura, redescubrió, al parecer por casualidad, una técnica utilizada en la América precolombina desde una época más allá de donde alcanza la memoria y que, a pesar de no conseguir obtener ni un céntimo de su investigación, sí consiguió darle el nombre de 'vulcanizado', que aún lleva en honor al dios latino Vulcano.
Con las distintas olas de industrialización, el auge de la clase media y el aumento de la demanda llegaron los intentos por imitar sintéticamente las propiedades de los preciosos y escasos plásticos naturales, aunque al principio no hallasen más que fracaso comercial. Sorprendentemente, la imitación de las bolas de billar fue un éxito temprano, a pesar de que al chocar, en lugar de emular el elegante chasquido que produce el marfil, sonaran como un disparo. Los propietarios de muchos establecimientos en Estados Unidos se quejaban de que los clientes desenfundaban sus armas al oírlos y escaseaban las veladas tranquilas en los 'saloons' de Nueva Inglaterra, por no mencionar el medio oeste.
El paso de gigante llegó de la mano del químico belga Leo Baekeland a principios del siglo XX. La baquelita, que descubrió en 1907 después de trasladarse a Nueva York y mientras trataba simplemente de «hacer dinero», era ligera y maleable, pero dura, fuerte y resistente al calor, era un buen aislante y podía ofrecer un acabado atractivo. La baquelita, sintetizada a partir de fenol y formaldehido y con la impresionante denominación química de polioxibenzilmetilenglicolanhidrido, causó furor en artículos de lujo en los años 1920 y 1930. Pero cuando fue realmente catapultada al éxito fue durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la industria militar vio las posibilidades de explotar a gran escala su adaptabilidad y buen precio. Lejos de la épica del campo de batalla, para la historia privada de varias generaciones queda el olor inconfundible de la baquelita quemada cuando se calientan en exceso las asas de una cazuela. Es una prueba más del tiempo que llevamos conviviendo con el plástico; suficiente para haber desarrollado una vertiente emocional: el entrañable -e inflamable- celuloide conserva las cintas originales que vimos por primera vez en la oscuridad protectora de una sala de cine, el vinilo, las viejas canciones, etc.
Ante la escasez de materiales naturales, otros sintéticos se fueron haciendo hueco en la vida diaria. El nylon forma parte de la historia del siglo XX en muchos aspectos, pero en especial por ser capaz de sustituir a las imposiblemente delicadas y costosas medias de seda. El polietileno, el etileno, el tereftalato, el poliestireno, el cloruro de polivinilo, el isopreno y muchos otros materiales sintéticos surgieron o alcanzaron su mayor desarrollo alrededor de esa época y comparten la condición de polímeros termodinámicos igual que comparten nuestra rutina diaria. A algunos incluso los conocemos por su nombre 'de pila': neopreno, silicona, PVC… o tienen varios nombres -lycra, elastano o spandex- en función del país donde leamos la etiqueta. A día de hoy, se conceden nuevas patentes cada año, y a veces todavía es posible alcanzar gran aceptación con un material sintético: las mascarillas fabricadas con el tejido tecnológico patentado como AIRism por la marca japonesa Uniqlo, por ejemplo, fueron objeto de deseo durante la reciente pandemia.
Con el esfuerzo bélico entre 1939 y 1945, la producción de plásticos casi se cuadruplicó. Después de la guerra, enormes campañas de marketing, financiadas agresivamente por las empresas petroquímicas, hicieron que estos nuevos productos y materiales se adaptaran al uso doméstico masivo. Las cocinas se convirtieron en lugares de ensueño que se limpiaban con un paño apenas humedecido en agua. Radios, lámparas, relojes y teléfonos adoptaron curvas y colores cada vez más saturados, inasumibles para los materiales conocidos hasta entonces. Las sillas y las mesas se moldeaban con formas futuristas, y las bañeras o lavabos no tenían por qué ser blancos. El plástico era higiene, comodidad y Tupperware. En 1955 las fotografías de Peter Stackpole ilustraban un reportaje en la revista 'Life' con una familia de la época rodeada de todos los utensilios de un hogar medio: «Llevaría 40 horas de trabajo lavar y ordenar estos objetos cotidianos, pero no es necesario. Gracias al poder liberador del plástico, todo es de usar y tirar».
Fue durante la década de 1960 cuando la empresa química DuPont anunció su participación en el proyecto Apolo fabricando 20 de las 21 capas de tejido de los trajes espaciales de la expedición lunar y cuando los biólogos publicaron por primera vez artículos sobre las partículas de plástico encontradas en el mar. Desde entonces, el conocimiento de su impacto medioambiental no ha hecho más que aumentar de forma alarmante. La gratificación del plástico, sin embargo, sigue ahí. En muchos aspectos «continúa siendo el descubrimiento higiénico, económico, versátil y maravilloso que siempre fue». «Cualquier material o cosa en el lugar equivocado puede causar problemas. El material en sí no es el culpable, sino la forma en que lo utilizamos. Hoy por hoy, necesitamos los plásticos de muchas maneras: en medicina, en trasporte, en telecomunicaciones. Es un material versátil, ligero y duradero. Pero no lo necesitamos en los alimentos, el océano o el aire», resume uno de los diseñadores que participarán en diversas mesas redondas que acompañaran a la exposición. «El plástico se convirtió en un problema cuando nos dimos cuenta de los retos que suponía el reciclaje, la recogida, la clasificación y la biodegradación; cuando vimos el desastre que habíamos creado con nuestras propias manos. Convertimos una hermosa innovación en una amenaza», advierte una investigadora. Múltiples voces de todo el mundo -incluidos diseñadores, fabricantes, responsables políticos y activistas- analizarán las promesas y problemas del plástico a lo largo de su historia y abordaran las áreas que más preocupan en la actualidad, como la legislación, la justicia climática, el reciclaje y el potencial de un futuro post-plástico. Como telón de fondo, los primeros muebles con marquetería en plástico comparten las salas del edificio de Kengo Kuma con representaciones desde distintos puntos de vista sobre el abuso del plástico: botellas de refresco de piña con forma de piña alternan con abrumadoras series fotográficas como la que Richard John Seymour realizó en 2015 en Yiwu, ciudad catalogada durante años sucesivos como «el mercado libre de China» y como estandarte de la economía del país, «con una gran variedad de productos básicos de calidad a bajo precio».
El 'Plasticeberg' formado por una simple bolsa en el célebre montaje fotográfico de Jorge Gamboa da la voz de alarma sobre la inconsciencia de nuestro particular viaje en el 'Titanic'. Los días de consumo incontrolado quedan atrás, pero la abolición total parece impensable, al menos a medio plazo. Encontrar formas diferentes de legislarlo, producirlo, utilizarlo, diseñarlo y valorarlo es cada vez más esencial para nuestro futuro y el del planeta.
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