Martín-Santos, retratado por Rafael Ruiz Balerdi en 1963. Colección Particular. Foto: Pablo Linés
Cultura

Todo un laboratorio narrativo

Vuelta de tuerca ·

Desde sus primeros cuentos hasta la inacabada 'Tiempo de destrucción', su escritura fue un campo de experimentación formal

Juan José Lanz

Sábado, 9 de noviembre 2024, 00:03

Pese a lo que la crítica primeriza y algunos manuales siguen sustentando, Luis Martín-Santos no es autor de una única obra, 'Tiempo de silencio' (1962). Más allá de algunas publicaciones en revistas, la aparición de 'Apólogos' (1970), daba una muestra de su narrativa breve, ... antes de la publicación de aquella novela inacabada (inacabable, quizás) en la que trabajaba cuando murió en accidente, 'Tiempo de destrucción' (1975), con una encomiable labor filológica de José-Carlos Mainer, y que se ha reeditado en una versión definitiva en 2022, de la mano de Mauricio Jalón. A ello habría que añadir el relato 'Condenada belleza del mundo', uno de los últimos textos del autor, que, publicado en 'Griffith' (1965-66) y en 'El Urogallo' (1986), aparecería en forma de libro, junto con el facsímil del original en 2004. La aparición en 2020 de 'El amanecer podrido', junto a Juan Benet, dio a la luz un nuevo conjunto de relatos breves. Pero además sabemos que Martín-Santos había escrito al menos otras dos novelas antes que 'Tiempo de silencio', 'El saco' y 'El vientre hinchado', que quedaron inéditas a su muerte y que se anuncian de inminente aparición en la edición de 'Obras completas' (Galaxia Gutenberg), que coordina Domingo Ródenas de Moya.

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La edición reciente de la 'Narrativa breve', dentro de las 'Obras completas' mencionadas, ha permitido el acceso a algunos de los primeros cuentos y esbozos, que se remontan a junio de 1945, y que apuntan algunos rasgos y personajes de su obra posterior. El cuento y el relato corto fueron práctica habitual en la escritura literaria de Martín-Santos y campo de experimentación formal, y a los textos reunidos en 1970 se han unido una serie de nuevos apólogos, además del relato 'Condenada belleza del mundo' o las prácticas que desde la propuesta del bajorrealismo hicieron él y Benet en 'El amanecer podrido', hacia finales de los años cuarenta. Los 'Apólogos' son un conjunto heterogéneo de textos de cariz fundamentalmente narrativo, aunque también se incluyen reflexiones próximas al ensayo breve, que se desarrollan como un verdadero laboratorio narrativo, incorporando elementos diversos que van desde la parodia de estilos tipificados, hasta la evocación nostálgica, la reflexión psicológica, etc. Son textos escritos desde 1948 aproximadamente a lo largo de quince años, que oscilan entre los dos modelos estéticos en que se incardina la poética del autor (el bajorrealismo y el realismo dialéctico) y que apuntan a la evolución lógica del primero al segundo.

En carta al crítico Ricardo Doménech comentando 'Tauromaquia', publicado en 1963, señalaba Martín-Santos: «Temo no haberme ajustado del todo a los preceptos del realismo social, pero verás un poco en qué sentido quisiera llegar a un realismo dialéctico. Creo que hay que pasar de la simple descripción estática de las enajenaciones, para plantear la real dinámica de las contradicciones en actu». El progresivo proceso de avance y consolidación de ese modelo de realismo dialéctico desde el bajorrealismo inicial puede observarse en los relatos de 'El amanecer podrido' y 'Apólogos' y se consolida de modo evidente tanto en 'Tiempo de silencio' como en 'Tiempo de destrucción'.

Análisis del pasado

'Tiempo de destrucción' supone un avance definitivo y con paso seguro con respecto a 'Tiempo de silencio' y adopta una perspectiva complementaria a esta y superadora en muchos aspectos. Si Pedro en 'Tiempo de silencio' es un personaje 'in fieri', en proceso de formación, de cuyo pasado no se nos dice nada a lo largo de la novela, de Agustín, el protagonista de 'Tiempo de destrucción', se cuenta su pasado e incluso el de sus ancestros, narrando los acontecimientos de la vida de Demetrios, su padre, o la genealogía familiar. La de Agustín es una vida narrada, relatada, de acuerdo con la concepción existencial de ser en el mundo; el personaje no solo es lo que hace, sino también es el resultado de lo que han hecho sus ascendientes, de su relación dialéctica con el contexto histórico y social propio y del que procede. De hecho, una buena parte de 'Tiempo de destrucción' ha de leerse como una especie de bildungsroman, como una novela de formación desde una perspectiva social y dialéctica. Aquí también se trata de configurar a un protagonista que sufre en su propia carne la imposibilidad de un vivir auténtico en su circunstancia histórica, pero desde un análisis más complejo, que culmina en una dimensión autodestructiva del lenguaje en su propia enunciación.

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'Tiempo de destrucción' es una novela de (auto)conocimiento, pero también es una novela sobre la autorrealización; el personaje de Agustín trata de responder a la gran pregunta: «¿Qué ha pasado aquí?» Y eso le lleva a una serie de determinaciones, a llevar a cabo una serie de elecciones derivadas precisamente de ese «hacerse cargo» de la situación; la responsabilidad de ejercer su libertad en una sociedad marcada por su coerción. Quizás sea esa perspectiva de análisis del pasado (¿qué ha pasado?), para comprender la situación presente y proyectar la realización de una construcción utópica, lo que diferencia la perspectiva adoptada en 'Tiempo de destrucción' frente a 'Tiempo de silencio'.

Podría decirse que, frente a 'Tiempo de silencio', 'Tiempo de destrucción' ha interiorizado la conflictividad de aquella, le ha dado una vuelta de tuerca en una espiral auto-cognoscitiva, pero también auto-crítica y, en última instancia, autodestructiva. Los tres elementos (conocimiento, crítica y destrucción) aparecen, así, vinculados en la novela que al mismo tiempo encarna el sentido paradójico de su discurso: un lenguaje cuyo poder generador se ensalza, pero cuyo carácter destructivo se exhibe. Si en 'Tiempo de silencio' la tensión se establecía entre lenguaje y silencio, e incidía de este modo en los fundamentos de una escritura elíptica e irónica, en la nueva novela esos rasgos se proyectan en la tensión entre capacidad generadora y potencialidad autodestructiva del lenguaje. De ahí, quizás, el que el libro lleve en su interior el embrión de su propio fracaso, el fundamento de su propia destrucción y tal vez el sentido de su inacabamiento, de su infinitud; un libro destruido, más que inacabado. ¿Cómo concluir un relato que lleva en sí infartada su propia destrucción?

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Tiempo de silencio, Tiempo de destrucción…, planteados como un proceso dialéctico, tal vez apuntaban a un tercer tiempo irrealizado, truncado por la muerte, que quizás anunciaba «Condenada belleza del mundo», el relato escrito en la primavera de 1963. La muerte prematura nos privó tanto de la conclusión de Tiempo de destrucción como del planteamiento y desarrollo de ese «tercer tiempo» que anunciaba en sus últimas conversaciones.

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