Juvenil

La primera novela de la mallorquina Laura Gost (1993) no está en una colección juvenil, pero viene al pelo porque puede ser una lectura compartida por adolescentes y sus progenitores. Arroja luz sobre esos años tan raros que van de los doce en... a saber, dejémoslo en un simple 'en adelante'. Rosa sigue siendo tratada como una niña, pero ya no lo es. Está en otra fase: le gustan los chicos, se preocupa por su cuerpo –y por el acné–, quiere ir de fiesta, necesita intimidad. Encima tiene que compartir habitación con su prima mayor, que se ha quedado huérfana y es bastante rebelde, y la tensión en casa va aumentando. Gost ha sabido contar una historia pequeñita tal y como se ve cuando se está dentro –y se tienen doce o catorce años–: como si fuera enorme, porque lo es, es todo lo que se conoce. Y reflejar muy bien los cambios de humor de Rosa.

Viene aquí un clásico... pero un clásico pop. Y lo bueno es que es al mismo tiempo una novedad de la temporada. Es la última entrega de las andanzas, con todos sus tropiezos (como debe ser), de los agentes más famosos de la T.I.A., Mortadelo y Filemón. Puede que los Juegos se tengan que retrasar al menos un año en la vida real, pero a Francisco Ibáñez le ha gustado desde hace 40 rendirles homenaje humorístico –los personajes han estado en todos desde Moscú 80– y no iba a faltar a la cita esta vez. En esta ocasión, el Súper avisa de que una delegación de los países que participarán en los JJOO de Tokio 2020 va a usar una sustancia de nombre Tontimicina para volver tontos perdidos a los participantes rivales y manda para allá a Mortadelo y Filemón a ver si se enteran de quiénes son los saboteadores. Y estos dos ya, sin añadidos, hacen bastante el tonto.

Ideal para momentos cuasiapocalípticos como los que hemos vivido últimamente es la historia de Nell y Eva, dos hermanas de 17 y 18 años que han sido educadas en plena naturaleza, que son dos apasionadas de los libros y la música y los bosques, que viven a contracorriente por empeño de sus padres. Cuando el mundo ahí afuera colapsa –primero se notan solo síntomas pequeñitos, salvables en apariencia; luego ya se ve que esto no tiene remedio–, ambas intentan mantener la esperanza y siguen haciendo planes para cuando todo pase... Pero tal vez no pase, tal vez esto que tienen es lo que tendrán y con lo que tendrán que hacer sus vidas. Suena desesperanzador, dicho así, pero nada de eso: Nell y Eva muestran que se trata de coger las riendas y reconocer que la cosa no se acaba, sino que muta, como siempre se ha hecho.

Los libros ilustrados para gente de entre 6 y 8 años pueden tener tanto contenido –aparte de belleza, tanto en los dibujos como en las letras– como este. Y además, contar historias muy reales. Este de aquí recoge una parte de la vida de la artista colombiana Emma Reyes, su infancia en los años veinte del siglo pasado en Bogotá. Fue una niña de barrio pobre, huérfana, para la que la calle era el mejor escenario de juegos: chapas, basura, charcos y barro, escondites y carreras. Allí, pese a ser la más pequeñita y a que le dieran esquinazo los mayores, tenía amigos de nombres como El Cojo y El Piojo. Entre todos dieron forma a su propio muñeco, un compañero hecho de barro al que pusieron por nombre General Rebollo. El día que se despidieron de él se montó un funeral y un duelo en toda regla. Un cuentito (real) profundo y con unas imágenes preciosas.