
Juan Bas o la historia de una amistad
Una conversación. ·
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El escritor bilbaíno dialoga con Fernando Marías, su gran amigo a lo largo de más de cincuenta añosEntre las historias de referencia que tenemos de una gran amistad entre hombres, probablemente la más ilustrativa sea la de Michel de Montaigne, el padre ... del género ensayístico, con Étienne de La Boétie, el filósofo que murió por la peste en 1563, y que hoy es recordado por el 'Discurso sobre la servidumbre voluntaria'. Lo sabemos por las palabras que escribió Montaigne para definir esos lazos de afecto y el sentimiento inconsolable que le dejaron de duelo: «Desde el día en que lo perdí no hago sino languidecer; los placeres mismos que se me ofrecen, más que aportarme algún consuelo, redoblan el sentimiento de la pérdida del amigo. Dado que lo compartíamos todo, tengo la sensación de estar robándole la parte que a él le correspondía».
Si aquella relación duró solo cuatro años, pero dio para tanto, no resulta extraño que a un escritor le inspire un libro una amistad que duró más de medio siglo. Es ese exactamente el caso de la que mantuvo el novelista bilbaíno Juan Bas con su paisano y colega de oficio Fernando Marías, fallecido el 5 de febrero de 2022. El libro, que Bas presenta como una novela, es en realidad una larga conversación con el amigo ido sobre lo que los dos compartieron. Su título, 'El pensamiento vuelve a la sangre', es una frase que Marías escribió durante los días en que agonizaba en uno de los varios 'wasaps' que se intercambiaron ambos y en la que aludía a una mejoría que fue solo pasajera y auguraba el peor desenlace.
Juan Bas inició la redacción de estas páginas veinte días después de ese adiós y las concluyó el 22 de marzo del pasado año. En ellas habla con absoluta naturalidad de las dificultades emocionales e incluso técnicas que encuentra para avanzar en ellas. Ese es uno de los encantos de este testimonio: la total desinhibición que muestra el autor ante su ausente interlocutor como si lo tuviera delante en todo momento, como cuando colaboraban en la escritura de diversos proyectos literarios, y le pudiera consultar incluso cómo acabar el texto: «Creo que lo adecuado será un final escueto y sobrio», dice una vez que ha llegado el capítulo de la despedida y la recta final del libro.
Uno de los proyectos en los que los dos amigos trabajaron juntos fue 'Páginas ocultas de la historia', un desternillante ciclo de falsos documentales que La 2 emitió en 1999 y para la que se inventaron desde una inédita novela de Kafka hasta una tercera Maja de Goya pasando por una segunda muerte de Federico García Lorca basada en 'La luz prodigiosa', la primera novela que había publicado Marías en 1990. En ese mismo año, la editorial Destino publicó un libro de relatos basados en aquellos guiones y firmado por los dos coautores.
El libro de Bas es la historia de una amistad escrita en segunda persona, en la que los momentos tristes y trágicos se compensan con los divertidos, con las complicidades en los libros, en las canciones y en los gustos cinematográficos, sin olvidar los dry martinis que los dos escritores disfrutaron en el JK, una histórica coctelería bilbaína que echó la persiana hace años y que estaba ubicada en la calle Iturriza, justo debajo del domicilio de Marías, como si fuera una paradisíaca extensión de la biblioteca que albergaba éste para que los combinados se alternaran, ya desde la juventud, con las grandes lecturas de la vida. Y es que estamos ante dos escritores que han hablado con toda sinceridad sobre la afición al alcohol, como también sobre la necesidad de apartarse de las magias báquicas que nos imponen la edad, la salud, la vida en suma.
Ese fue el tema de 'Una cuestión de alcohol', novela que Bas publicó en 2021, y de 'Arde este libro', un texto estremecedor que Marías publicó también en ese mismo año y en el que narraba la relación con la bebida de la que él se apartó, pero que llevó a la muerte en Marsella, hace ahora trece años, a la que había sido su pareja durante más de tres décadas. A Fernando Marías le llegó una hepatitis autoinmune cuando llevaba muchos años alejado del alcohol y el tabaco, de los que también se acaba distanciado su amigo e interlocutor, el autor de este excelente libro al que ninguno de ambos denominaría 'autoficción'.
No lo harían no ya solo por la aversión compartida hacia ese término, sino porque no hay absolutamente nada de ficticio en su material vivencial y narrativo. No pertenecen a la ficción ninguno de los personajes que circulan por estas páginas, en las que el mayor e impagable acierto es el tono desenfadado y cómplice con el que el autor da vida al amigo del alma que se ha ido.
Eduardo Laporte
Ahora que proliferan las novelas sobre el trauma resultan balsámicos para el espíritu libros como el diario que publica el periodista gallego Ramón Loureiro (Fene, La Coruña, 1965). No es el clásico relato de una vida con sus rumias y pejigueras. Tiene aliento a miscelánea de apuntes y comentarios, salpimentados de alguna confesión más o menos radical: «Me he dejado llevar por la voluntad de otros muchas veces».
Filones de la existencia, que diría Pavese, pero también literatura de la observación con su pátina poética, como el silencio de los campos cuando los grillos del valle del río de Sáa dan por concluido el verano. Hay empatía hacia el mundo (con alusión a terremotos en Haití o el volcán de La Palma), pero donde brilla especialmente el diario es en la mirada cargada de bonhomía con que Loureiro describe lo que ve. Y lo que recuerda. Como cuando reseña «la carrera más bella del mundo», la final de los diez mil metros de los Juegos de Múnich de 1972, lo que empuja a buscar vídeos de Mariano Haro. Quedó cuarto, la mejor marca mundial de todos los tiempos de un atleta español en dicha prueba. Haro murió el 27 de julio, pero Loureiro no registra la efeméride. No hay un orden preciso ni predecible desde su observatorio astronómico de la «Última Bretaña». Contribuye así a hacer más mágico el hecho de que, de vez en cuando, cientos de estrellas nuevas atraviesen el cielo. «Ojalá alguna, antes de desaparecer, dijese nuestro nombre y nos bendijese». Amén.
Iñaki Ezkerra
Camila Sosa Villada irrumpió en el panorama literario en 2019 con una excelente novela, 'Las malas', que abordaba la vida de los travestis con un discurso transgresor y sincero en el que no cabían concesiones a la corrección política. En 'La novia de Sandro' vuelve a ese discurso salvaje de entonces, pero con dos ingredientes añadidos: las imágenes y la ternura que permite el género poético. Se trata de 31 composiciones de las cuales 17 están escritas en un dilatado verso libre y 14 en una esponjada prosa poética. La primera le entra al lector sin el menor miramiento: «Soy una negra de mierda, una ordinaria, una orillera…». El libro es una exposición de la sensualidad y de la sentimentalidad trans a tumba abierta y en la que no sale bien parado nadie que no se lo haya ganado con su dignidad. Desde un fango de calidades 'genetianas', la autora juzga al mundo: «Amigas mías: hay hombres que no merecen nuestro lenguaje robado (…), también los homosexuales, los maricas, hay hombres de todo tipo que no merecen atenciones ni cartas».
Sosa nos presenta una lírica realista en la que, junto al dolor, la humillación y el desgarro, no faltan la compasión ni el desafío valiente. Y habla, en estos inspirados versos, de su padre, su madre, su hermana o de ese Sandro invocado en el título que la hizo feliz en la cama, pero que terminó siendo «asimilado por la gran absoluta nada que es el mundo de los hombres, que se casan para olvidarse dónde y con quién la vida les ardió un poco».
Julio Arrieta
Este lunes, 24 de febrero, se conmemora el quinto centenario de la batalla de Pavía (Italia), en la que se enfrentaron el ejército francés con el rey Francisco I a la cabeza y las tropas germano-españolas del emperador Carlos V, que se alzaron con «una de las victorias más sorprendentes, más espectaculares y menos definitivas», como la describió el historiador Manuel Fernández Álvarez. Le cita el también historiador Álex Claramunt Soto en la introducción de 'Pavía 1525: el gran triunfo de la infantería española', obra colectiva de cuya coordinación se ha hecho cargo, además de firmar uno de los artículos que la componen. «Aquel choque fue sorprendente, no hay duda», escribe Claramunt. Francisco I, que había desdeñado al «ejército hambriento y sin paga» al que se enfrentó, cayó prisionero, «la flor y nata de la nobleza francesa murió arcabuceada por villanos y un ejército que parecía formidable dejó de existir en unas pocas horas». Aquella debacle tuvo varias consecuencias. «Sembró la semilla del saco de Roma y de la posterior coronación imperial de Carlos V», que acabaría convertido en «arbitro absoluto de la política italiana», por un lado, y en el «adalid de la cristiandad y antemural ante el turco». Siete especialistas acompañan a Claramunt en este estudio completo y pormenorizado que aborda la batalla desde múltiples enfoques, alguno de ellos novedoso, como el que adopta Antonio Gozalbo Nadal en el capítulo 'Las guerras de Italia en las artes'.
J. Ernesto Ayala-Dip
Esta semana estamos de suerte. Los lectores irrenunciables tenemos un manjar literario de doble calibre, 'Hasta que empieza a brillar', de Andrés Neuman. El excelente y premiado novelista narra de manera magistral la vida y obra de la filóloga y lexicógrafa María Moliner, la autora del 'Diccionario de uso del español', más comúnmente conocido como el 'María Moliner'.
Empecemos con el autor de esta brillante conjunción filológica-literaria, Andrés Neuman. Ahora descubro que si había alguien llamado a desarrollar esta idea, tenía que ser el autor granadino (Neuman nació en Argentina pero sus padres tuvieron que huir de su país, obligados por la dictadura de Videla a exiliarse en España. Llegó a Granada a los trece años e hizo el bachillerato en esta ciudad; por tanto es granadino, porque, según se dice, uno es del lugar donde ha hecho el bachillerato). Supe de su existencia literaria a través de una novela exquisita, 'El viajero del siglo', donde algunos personajes del siglo XVIII germánico, al lado de los grandes genios de la Ilustración, tenían nombres de jugadores de la selección alemana de fútbol. Una pieza que recomiendo a aquellos que no la hayan leído. El trabajo de Neuman respecto a la descomunal obra de María Moliner es impecable, desde el sobrio y a la vez luminoso viaje por su vida y su obra hasta el recorrido intrahistórico (para usar el concepto de Miguel Unamuno) de la Guerra Civil española, dentro de la cual la filóloga tuvo, junto a su hermana Matilde, tanta importancia en la fundación y desarrollo de las bibliotecas por toda España, sobre todo la España rural, donde se encontraban las mayores bolsas de analfabetismo.
Pero María Moliner queda en la historia de la lexicografía española por su diccionario único en el mundo. Estaba convencida que el Diccionario de la Lengua Española no agotaba la fuerza y riqueza de cada palabra que usamos. Quien esto escribe siempre usó su diccionario fundamentalmente con un propósito de placer no sólo por el texto (que diría Barthes), sino esencialmente por la palabra misma, por sus resonancias impredecibles. No estaría demasiado errado si afirmo que leo este mastodóntico diccionario de palabras con la fruición con que se lee una novela o un inmenso volumen de relatos. Voy a cerrar esta reseña con una consideración que una vez hizo Gabriel García Márquez: «María Moliner hizo una proeza con muy pocos precedentes: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua española». Y lo escribió en los ratos libres que le dejaban su trabajo de bibliotecaria, para ella su labor esencial, y el remiendo de calcetines. Andrés Neuman escribió un libro imprescindible y tal vez con algunas palabras que debió consultar en el ineludible 'Diccionario de uso del español'.
Pablo Martínez Zarracina
Después de 'Sinsonte' y 'Las huellas del sol', dos estupendas novelas de ciencia ficción publicadas en los ochenta, Impedimenta recupera 'El buscavidas', la primera novela de Walter Tevis. Apareció en 1959, cuando el autor californiano apenas superaba la treintena. Dos años después llegó su famosa versión cinematográfica: una película dirigida por Robert Rossen en la que Paul Newman interpretó uno de sus grandes papeles. Vaya por delante la impresión de que la novela es aún mejor que la película. Entre otras cosas, porque la película extrema lo que en el libro soporta peor el paso del tiempo, que tiene que ver con cierto exceso de patetismo a la manera de Tennesse Williams.
Además, la mirada de Rossen brilla en las superficies turbias mientras que la escritura de Tevis deslumbra como un foco cuando profundiza en la naturaleza de su protagonista. Si la película es una historia de billar y desencanto, la novela es además una obra personal y significativa sobre el conocimiento, es decir, sobre el aprendizaje.
El argumento de 'El buscavidas' es conocido: Eddie Felson llega a Chicago para desafiar al Gordo de Minnesota, el mejor jugador de billar del país. Felson tiene el talento, pero no el carácter para imponerse a los grandes tiburones sobre el tapete de la mesa de billar: «el rectángulo de un verde fascinante, casi místico, del color del dinero». En su ascenso hacia un trono sombrío (el final abierto de la novela también es mejor que el de la película), el joven cambia de mentor, profundiza en el mundo de las apuestas y se enamora de una estudiante autodestructiva a la que conoce una madrugada en la estación de autobuses. Todo sucede con gran fluidez. Tevis es un narrador conciso y eficaz que desde el comienzo construye a su protagonista poniéndolo en acción. Y, sin embargo, en la novela abundan los momentos memorables en los que la consistencia del tiempo parece adensarse y cambiar.
Sucede, por ejemplo, en la salvaje partida inicial entre Eddie y el Gordo. O en la epifanía que experimenta el protagonista tras vencer a James Findlay, cuando, con los sentidos aún extremados por el juego, el protagonista llega a captar «la sensibilidad y la hondura de las impecables líneas del grabado» de los billetes obtenidos. Otra de las singularidades de Tevis es una especie de don para transmitir la fuerza de una pasión obsesiva: el ajedrez en muchas de sus narraciones, incluida 'Gámbito de dama', y el billar en estas páginas.
Su secreto es apelar a la fascinación antes que a la especificidad. Incluso el lector que en su vida haya cogido un taco puede entender plenamente que esta es una gran novela sobre el mundo del billar en la que cuesta encontrar una referencia al juego que sea innecesaria.
Mariano Villarreal
Tomás Salvador fue un escritor que cultivó el realismo y también la novela policiaca, histórica y de ciencia ficción. En los años 50 y 60 cosechó sus mayores éxitos, al ganar algunos de los premios más importantes de la narrativa española; entre otros, el Nacional de Literatura por 'Cuerda de presos' -llevada al cine en 1956 por Pedro Lazaga- y el Planeta en 1960 por 'El atentado', al tiempo que sus artículos aparecían diariamente en prensa y revistas de tirada nacional.
Pronto se sintió atraído por la ficción científica y escribió el que para muchos críticos es el primer y uno de los más importantes clásicos de la moderna ciencia ficción española: 'La nave', fechada en 1959. La historia se ambienta en una nave generacional cuyos tripulantes han olvidado el motivo de su viaje tras siglos desde la partida. El narrador encuentra el diario de a bordo, se cuestiona la realidad e inicia un lento y tortuoso retorno a la luz en un papel reservado para los mesías.
Salvador escribió 'La nave' en plena madurez creativa, aunque no fuera demasiado comprendida en su tiempo. Es también una rareza intelectual en una época dominada por la literatura popular ya que, bajo una trama de ciencia ficción, subyace el paradigma de la condición humana: la búsqueda prometeica del conocimiento, el amor en todas sus facetas, el destino trágico y la esperanza de futuro. La novela se acompaña de un extenso estudio sobre autor y obra, de quien firma estas líneas.
Elena Sierra
Esta es la historia no de una, ni de dos, ni siquiera de tres obsesiones. Hay muchas más en una novela que acompaña a dos personajes desde que entran en la adolescencia en 1975 hasta 2001. Patch y Saint son dos niños no muy afortunados -huérfanos o casi, pobres o casi, marginados en el instituto, eso sí- que sin embargo creen en la amistad y en que todo puede mejorar. Pero el secuestro, ya en las primeras páginas, de Patch y lo que descubre durante ese año que pasa atrapado (todo el mal que intuye y que se le queda pegado) lo cambia todo. Primera obsesión: la de Saint por dar con él y cuidarlo. Segunda: la de él por ayudar a otras víctimas. Tercera: la del verdugo, que va dejando un reguero de chicas desaparecidas y de familias rotas al que las autoridades no prestan atención... porque es normal que las chicas desaparezcan y las familias se rompan.
'Todos los colores de la oscuridad' podría ser solo una novela negra en la que dar con el asesino, pero Whitaker ha preferido construir la vida de los habitantes de un pueblo de principio a fin, describir de forma poética la naturaleza y recordar los cambios económicos y sociales en Estados Unidos con pinceladas que explican las reacciones de los personajes. Tiene el toque de esos libros de Stephen King que son costumbristas y en los que ensalza la amistad como el mejor apoyo que una persona puede encontrar. Y habla del amor en sus muchas formas, incluido un amor ciego que hace de motor de la trama.
Jon Kortazar
Este es un libro de título engañoso. No trata de un método para aprender escribir. Existen dignos manuales que enseñan el proceso paso a paso. Hay también libros de autores reconocidos que llevan el mismo título pero con otro objetivo, porque reflexionan sobre lo que es una novela. Lo que publica Álvaro Colomer son pequeñas viñetas sobre la forma en que los autores españoles contemporáneos abordan la escritura de sus novelas. Son breves ensayos sobre las pequeñas manías, costumbres, anécdotas, creencias, abordajes que observan los escritores. Pequeños retratos sobre el arte de escribir que relatan los novelistas o los delatan. El autor ha reunido 83 breves capítulos en cuatro grandes bloques que definen el acto de escribir: la inspiración, la escritura, la corrección y la publicación.
Así sabremos si el escritor prefiere el silencio de una habitación cerrada o escuchar a los niños jugando en un parque cercano mientras escribe, si toma notas en un cuaderno que lleva siempre encima. Los hay que escogen el sonido de una vieja máquina de escribir, o los que se ponen a trabajar tras haber dibujado el contorno de toda la obra. Asistimos a la descripción de escritores que utilizan la expresión «las horas nalgas»: es decir, trabajo continuado sentado en la silla. O autores que dejan reposar el texto meses hasta que lo corrigen. El lector atraviesa una puerta hacia la intimidad el escritor en ese instante preciso de llenar la página en blanco.
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