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Quien recorra el cementerio estadounidense de Normandía se encontrará muchas tumbas de soldados nacidos el mismo año que Eduardo Chillida. Tenían veinte años cuando desembarcaron en aquellas playas hoy tan plácidas, tan ajenas al fragor de ese día D que Spieberg cuenta de manera muy ... económica; tomar Omaha llevó más tiempo del que sugiere la película del soldado Ryan. Al pasear por allí, se preguntaba uno si aquella gente era de otra pasta, si eran más recios o más ingenuos, si tenían un sentido instintivo del deber.
En cualquier caso, el avance aliado siguió su curso y la guerra entró en su último invierno, que fue de un frío extremo. Cuesta imaginar cómo, en una Alemania de terrores y escombros, alguien se aplicaba a la tarea de ver el futuro con esperanza y traer hijos al mundo. Franz Beckenbauer nació cuatro meses después de que empezara a haber paz en Europa. Creció en un país partido en dos; faltaban décadas para que tuviera sentido una escultura de Chillida en un Berlín sin muro. Beckenbauer vivió un fútbol que es añorado en Facebook y en Youtube; mucha gente habla de aquellos jugadores ajenos a la teatralidad y a los tatuajes. También el público era distinto; los himnos nacionales se cantaban con menos ardor -ni Cruyff ni Beckenbauer ni ninguno de sus compañeros despegan los labios cuando suenan sus himnos en la famosa final del 74-. Todo era menos tribal.
Se extraña Lucy, la amiga de Charlie Brown, de que Adán y Eva tengan ombligo en todos los cuadros en los que aparecen. Es una observación profunda y pelín inquietante. Los descendientes de Adán y Eva, ya provistos de ombligos comme il faut, tienen tiempo para mirárselo. Si lo haces en exceso, te acercas al narcisismo - puedes incluso arrimarte a la temeridad de la literatura y te puede presentar un libro Jorge Javier Vázquez-. Pero si observas solo los ombligos (¿fake?) de ese Adán y esa Eva extraviados en su paraíso, sientes cierta compasión. Fueron una pareja de pioneros en un experimento azaroso. Los paraísos demostraron ser un peligro, hubo que asaltar Omaha y derribar el muro para evitar paraísos impuestos. Esa defensa marcó el siglo que Chillida vivió. Una escultura suya domina la ciudad en la que vivo. En fin, feliz cuesta de enero.
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