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Abraham de Amézaga
Jueves, 2 de marzo 2023
Anna Jackson no ocultaba su alegría el día de la inauguración. «En Londres, esta muestra solo pudo verse tres semanas, hasta la llegada del Covid. Luego, cuando se reabrió, fueron pocos los visitantes que acudieron», recordó quien la conoce al detalle: es su comisaria. «Si bien más tarde viajó a Suecia, allí pasó prácticamente inadvertida, por lo que la de la capital francesa es la gran apertura». Como reza el dicho, la tercera vendría a ser la vencida, salvo algún imprevisto.
La conservadora-jefe del departamento de Arte del Victoria & Albert Museum londinense –fue allí donde no cosechó el éxito esperado, por el confinamiento–, se manifestó positiva ante los medios de comunicación el día de la inauguración de 'Kimono', la exposición que hasta el 28 de mayo puede verse en el museo Quai Branly-Jacques Chirac, de París. Situado cerca de la torre Eiffel, se trata de una institución que inauguró en 2006 el mencionado presidente, y está especializada en arte africano, americano, asiático y de Oceanía. No son pocos los visitantes, además, que acuden a Les Ombres, el restaurante en su última planta, a almorzar o cenar frente a la Dama de Hierro. Las vistas desde lo alto son espectaculares.
Si el edificio, obra del reputado arquitecto Jean Nouvel, despierta la curiosidad de quien penetra en él, por sus amplios espacios, llegar a la muestra que ahora nos ocupa es sumergirnos en Japón, de la mano de la que es su vestimenta más tradicional. Un kimono del siglo XVIII, en pleno periodo Edo, «de paz y prosperidad de ese país», como recordaba su comisaria, nos da la bienvenida; junto a otro contemporáneo. El ayer y el hoy unidos, que son de algún modo una clara invitación a descubrir alrededor de doscientos modelos de la mencionada vestimenta, así como objetos asociados a ella.
Minimalista prenda de costuras rectas que aparece por primera vez en el siglo XIII, con cinturón que se anuda a la altura del talle, en sus inicios fue utilizado por hombres y mujeres, sin distinción de escala social. De construcción aparentemente sencilla, su nombre vendría a traducirse como 'lo que se lleva por encima de uno' y está realizado en multitud de colores y tejidos, desde los más ricos, a los más sencillos. Estos se decorarán siguiendo diferentes técnicas, y llegando incluso a mostrar escrituras. Como se sabe, la época Edo, nombre con el que también sería conocida la actual ciudad de Tokio, abarcó del siglo XVII al XIX. Los japoneses de entonces, «se inspiraban por medio de las estampas, para saber lo que estaba de moda en cuanto a kimonos, como hoy podemos inspirarnos en Internet, en las redes sociales», en palabras de Anna Jackson. La antigua capital, Kioto, fue bajo el mandato de la familia Tokugawa, el centro del lujo más artesanal en su elaboración.
La mayoría de los kimonos que el visitante ve, en más de un caso acompañados de geta –ese calzado nipón sencillo sobre plataformas–, se presentan tras vitrinas y en perchas con forma de T, porque es la mejor manera de mostrarlos, para apreciar su arquitectura, dejando claro que en Japón el cuerpo importa muy poco, a diferencia de nuestra cultura occidental. Como muchos lectores imaginarán, cuanto más importante o económicamente pudiente fuese el portador del kimono, este estaría realizado en un tejido más elaborado, y por tanto más caro. Había quien los confeccionaba en casa, una vez adquirido el tejido, aunque los más suntuosos, sin nada que envidiar a la alta costura de hoy de la Ciudad de la Luz, se realizaban bajo encargo y por especialistas en la materia.
En la muestra se observa lo que transmite esta prenda de quien la lleva, y sus diversos usos, desde los creados para los samuráis, la aristocracia militar en el poder de otros tiempos, a los portados por las 'oiran' o cortesanas, así como los de ceremonias como bodas. La muestra exhibe igualmente kimonos masculinos. En algunas estampas eróticas, por ejemplo, vemos a hombres y mujeres enfundados en esta prenda, y hay que recordar que muchos de los caballeros llevaban el kimono para el teatro kabuki, que nace a principios del siglo XVII, y donde todos los actores llegarían a ser de sexo masculino.
Huelga decir que el comercio, y en concreto el realizado por los mercaderes, fue un espaldarazo para esta prenda. Los comerciantes, muchos de ellos enriquecidos en la era Edo, invertirían grandes sumas en ricas indumentarias, contribuyendo a su éxito y difusión. Y no solo dentro del país, también fuera. Si bien portugueses y españoles, que llegaron pretendiendo instaurar la cristiandad, duraron poco en territorio nipón –parecida suerte correrían los ingleses–, los holandeses permanecieron más tiempo, al centrarse únicamente en el comercio, poniendo en pie la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales. Y no extrañaría por tanto descubrir a partir de entonces kimonos destinados a la exportación. Sería durante la época Meiji, que abarca entre los años 1868 y 1912, cuando el país se abre poco a poco al mundo.
Mientras allí es tradición la palabra que se asocia con el kimono –y a partir de la Segunda Guerra Mundial, además, la de identidad nacional–, en el resto del mundo viene a ser la de exotismo. Cuando Europa descubre tan exótica creación, por sus formas y estampados, será una fuente de inspiración para arquitectos como Charles Rennie Mackintosh o costureros de principios del siglo XX, como es el caso de Paul Poiret y Mariano Fortuny. De hecho, en la muestra del Quai Branly se pueden ver dos modelos, uno de cada uno de ellos, que tienen al kimono como referente. Porque, como se sabe, los ases de la moda, y con más intensidad desde hace más de medio siglo, no dudan nunca en alimentar su creatividad con referencias a las diversas culturas y tradiciones del planeta.
Un ejemplo más cercano sería el de John Galliano, en su etapa en Dior, donde tenía carta blanca para poner en pie lo que se le antojase, por muy caro y al mismo tiempo espectacular que fuera. En la colección de alta costura del verano de 2007 de la mencionada 'maison', se sumergió en el universo del kimono, inspirándose a su modo. Lógicamente, ahora, y entre los casi dos centenares de modelos que se exponen, incluidos los mencionados, no faltan los de nombres nipones, como Yohji Yamamoto, Hiroko Takahashi o Kunihiko Moriguchi, artista textil y «tesoro nacional vivo» este de su país, por mencionar solamente tres.
En el universo de la música, el icónico referente del pop David Bowie no dudó en enfundarse un kimono corto a principios de los setenta. Una prenda obra de Kansai Yamamoto, de seda y con bordados, con la que interpretó su tema 'Ziggy Stardust'. Este contrastaría con el largo que Freddie Mercury portaba, según se señala, alejado de los focos, y que a buen seguro adquirió en una de las giras de Queen por el país del sol naciente. En cuanto a la gran pantalla, y en el plano de exitosas series, destaca 'Star Wars', en cuyo episodio tercero, la actriz Trisha Biggar, en su papel de reina Apailana, portaba uno gris, que a nadie dejaría indiferente y que ahora se expone en París.
Cuatro siglos reunidos en amplias salas donde esta prenda «emblema de un Japón que influye al mundo y se deja influir por él», como ha señalado Emmanuel Kasarhérou, presidente del museo que estos meses acoge la exposición, es la gran protagonista. La de un pequeño país que ha sobrevivido a todo tipo de catástrofes: guerras, terremotos, inundaciones… y hasta la bomba atómica, y en el que una nueva generación, a día de hoy, no duda en sacar el kimono a las calles: jóvenes que lucen propuestas 'vintage', así como diseñadores que lo reinventan, con mezclas de motivos de lo más diversos –podemos llegar a ver hasta calaveras estampadas, junto a otro tipo de restos óseos–, y que pone en evidencia que a esta prenda le queda aún larga vida.
Resulta rara la muestra de peso que no cuente con un catálogo en papel, a pesar de que en la era de lo digital, muchos, más que cargar con un voluminoso libro, preferirían esa versión. Es un modo de prolongar el deleite.Es el caso de 'Kimono', que lleva el mismo título que la exposición, y que llega de la mano de Éditions de La Martinière, la editorial gala especialista en obras sobre el mundo de la moda y el lujo. A lo largo de más de trescientas páginas, y tomando como referencia las colecciones relacionadas con esta prenda del Victoria & Albert Museum, de Londres, destacan en él impresionantes ilustraciones, acompañadas de interesantes textos, como las entrevistas a Anna Jackson, comisaria de la exposición que ahora puede verse en París, y al artista y creador de moda de origen camerunés Serge Mouangue, afincado en la capital de Francia.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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