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Decía el escritor guatemalteco Augusto Monterroso, con su maravillosa ironía, que le gustaría ser un clásico para que todo el mundo hablara de él y nadie le leyera. Y si lo recuerdo ahora es porque Proust es uno de esos 'clásicos' bastante más hablados que leídos. Y por eso pueden circular impunemente infinidad de prejuicios sobre su obra (su dificultad, sus interminables frases, su interés por las duquesas y el ensimismamiento…), cuando en realidad Proust es un revolucionario, uno de esos artistas que marcan, en su arte, un antes y un después. Nada volvió a ser lo mismo en y para la literatura después de la publicación de 'En busca del tiempo perdido'.
¿Las frases de Proust son largas? No siempre. La 'Recherche' está llena de frases cortas, que animan el ritmo del estilo. Sin ir más lejos, la primera: «Durante mucho tiempo me acosté temprano». Pero es verdad que muchas de esas frases son largas, algunas incluso larguísimas (el récord, una de cerca de 900 palabras en 'Sodoma y Gomorra'). Largas sí, pero no construidas como un laberinto de añadidos, sino como una alfombra magnífica que se va desplegando ante nosotros y que nunca nos deja perder pie, porque cada paso se conecta y actualiza con el anterior. En un mundo como el nuestro alérgico al matiz, la escritura de Proust, precisa, detallada, que no se conforma con lo aproximado, merece ser llamada revolucionaria.
Sí, es cierto que la 'Recherche' se desarrolla esencialmente en un ambiente de altoburgueses y aristócratas... pero la mirada del narrador sobre ese mundo no es complaciente, sino extremadamente crítica. Revela su tejido de rivalidades, violencia, crueldad, y por lo tanto de espejo de las gravísimas tensiones políticas y sociales de un tiempo marcado por la Primera Guerra Mundial y el 'affaire Dreyfus'. Belicismo, antisemitismo, conflictos de clase, discriminación y violencia sexual... atraviesan la 'Recherche', junto a los otros temas íntimos -que a menudo también son guerras- sobre todo el amor y los celos. La gran novela de Proust es apasionante, del modo más literal, porque está compuesta de pasiones.
Y de reflexiones sobre la identidad. La extraordinaria modernidad de Proust tiene que ver también con la presentación de un yo fluido, en permanente transformación, capaz de proponernos múltiples perspectivas sobre sí mismo y sobre los personajes y acontecimientos que le rodean. «Soy ancho -escribió Walt Withman- contengo multitudes». Pues lo mismo podría decir el narrador de la 'Recherche', que a lo largo de la novela va añadiendo capas, accidentes, relieves a su identidad... Es un yo y otro y otro y otro… y eso, naturalmente, gracias al tiempo.
Al tiempo que pasa y que perdemos con su caudal de vida… hasta que la magia de la literatura consigue recobrarlo, no a través de un recordar voluntario o voluntarioso, sino a través de la memoria involuntaria. Proust revolucionó para siempre la historia literaria con esa 'invención' de la memoria involuntaria, que no le pertenece a la inteligencia sino al cuerpo, a la sensación. Un sabor, un roce, una melodía... y el pasado que parecía perdido para siempre, de pronto resurge, resucita en nosotros... y esta vez sí somos capaces de apreciar su sentido.
Sobre esa memoria sensual, indomable, construye Proust su obra y su optimismo. Nada muere definitivamente, todo está ahí, invisible, pero protegido en el continuo del tiempo, esperando la sensación y la frase que lo hagan revivir más plenamente que nunca.
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