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BEGOÑA RODRÍGUEZ
Sábado, 11 de mayo 2019, 00:11
Los fotomontajes surrealistas de Grete Stern ofrecen una ventana abierta hacia la psique femenina de su tiempo, y presentan una imagen de la mujer muy diferente a la que la sociedad patriarcal del momento quería enfatizar.
Nacida en Alemania, esta hija de un fabricante textil judío se formó como diseñadora gráfica y fotógrafa con Walter Peterhansen y más tarde en la Escuela Bauhaus, fundada bajo la República de Weimar (1919-1933), lo que le permitió beneficiarse de su enseñanza revolucionaria y progresiva, repensando la arquitectura, el diseño y la fotografía. Grete Stern aprende, así, a componer bodegones en el estudio, a escenificar objetos con el tremendo espíritu de libertad que entonces sopla en Alemania, antes de que el poder de Hitler se confisque. Y, efectivamente, para escapar de las atrocidades nazis, huye a Londres, donde abre en 1933 un estudio de publicidad. Sus primeros fotomontajes para elogiar los méritos de una botella de perfume o un tinte para el cabello no pasan desapercibidos y aparecerán rápidamente, en 1934, en las páginas de la prestigiosa revista francesa 'Cahiers d'art'.
El traslado a Argentina se produce en 1935 junto a su marido, el también fotógrafo y cineasta Horacio Coppola. Ese mismo año organizan una exposición de fotografía que se convertiría en emblemática por su modernidad y abren un nuevo estudio de fotografía y publicidad. Entre 1948 y 1952, durante el Gobierno peronista, Stern aceptó trabajar para la revista femenina 'Idilio', que acababa de crear una sección sobre psicoanálisis, para brindar apoyo a los lectores en dificultades, al hacer que se beneficiaran de las terapias freudianas, muy populares por entonces en Buenos Aires.
Las mujeres respondían un cuestionario muy completo sobre sus personalidades y sueños, desarrollado por dos académicos argentinos. Cada semana, Grete era responsable de condensar sus historias en una sola imagen. Combinando humor y surrealismo, logra transmitir potentes mensajes que denuncian la situación femenina en la sociedad de la época. Su arte de síntesis poética resultó, simplemente, maravilloso: una mujer se encuentra atrapada por una red lanzada desde un balcón por su Romeo; otra acaba de colocar un clavo en su pie en una playa que parece que está diciendo «Tengo un clavo en mi pie y no me duele»; una tercera sostiene en cariátides la pantalla de una lámpara que la mano de un hombre está preparando para encender y una última está a punto de ser devorada por un tren de cabeza de serpiente que emerge del mar. Como señala Luc Desbenoit, con sus imágenes llenas de fantasías, Grete Stern entrega un testimonio sorprendente sobre la condición femenina de su tiempo. Sus composiciones dominadas compiten con los fotomontajes de los maestros del género, el surrealista Raoul Hausman (1886-1971) o el antifascista John Heartfield (1891-1968).
Stern aceptó su desafío y triunfó con los ciento cuarenta fotomontajes que ella creó para la columna, comenzando con una composición esbozada, donde yuxtapuso fotografías de mujeres (alistando a su hija y amigas como modelos) con imágenes de objetos y escenarios surrealistamente encogidas o agrandadas. Su sentido de lo grotesco sugiere una deuda con los 'Caprichos' de Goya. «La perspectiva distorsionada siempre dará el efecto de la inseguridad», explicó, precisamente, en una nota sobre su técnica.
Stern, de hecho, había sido analizada por la teórica kleiniana Paula Heimann, de manera que entendía perfectamente la sintaxis punitiva del inconsciente. Ella también tenía una intuición radical sobre la feminidad, que en palabras de Judith Thurman, «se convierte en una pesadilla cuando su artificio se siente ineludible». En sus 'Sueños', como se conocían los montajes, las mujeres –además de los ejemplos ya mencionados– sueñan despiertas dentro de una botella con tapón de corcho, o se ahogan sin poder hacer nada en una sala de estar cuando los peces las atrapan. Un bebé monstruoso amenaza a una madre encogida. El profesor Richard Rest –usaba ese seudónimo en la revista– decorativamente evitó la palabra 'sexo', pero las imágenes de la artista germano-argentina se llenan de alusiones a la esclavitud y la depredación. Uno de sus montajes más famosos superpone la figura de un ama de casa recatada en la base de una lámpara de mesa, junto a una mano masculina gigante que enciende y apaga el interruptor. Este tipo de creación, y todas las demás, sugieren que la fuente de la mayoría de los dilemas era la autoridad masculina.
Grete Stern tuvo, sin duda, un papel importante en la modernización de la fotografía en Argentina –adonde emigró y donde permaneció el resto de su vida–, muy especialmente con la técnica del fotomontaje.
A pesar de publicarse semanalmente durante casi tres años, los fotomontajes fueron completamente ignorados, en gran parte por el desprestigio intelectual de este tipo de revistas. La serie se presentó por primera vez en la Facultad de Psicología de la Universidad de La Plata, a mediados de los años 50. La primera muestra en Buenos Aires se realizó en 1967, en colaboración con la poeta Elva de Lóizaga. En 1982, fueron exhibidos en la gran muestra de FotoFest, de Houston (EE UU). A partir de entonces, el prestigio de la serie creció rápidamente y fue objeto de numerosas exposiciones. Algunas de ellas en el país; otras, en el IVAM de Valencia (1995), en varias localidades de Francia y en España (1996), en Portugal y Holanda (1997) y Alemania (1998/ 1999). Actualmente, y por fortuna, la serie 'Sueños' es reconocida en su original y verdadera dimensión.
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