«No me interesan la palabrería ni los fuegos de artificio literarios»
Kirmen Uribe | Escritor ·
La pérdida está muy presente en su segundo poemario, '17 segundos'. «La muerte siempre me ha aterrorizado», reconoceSecciones
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Kirmen Uribe | Escritor ·
La pérdida está muy presente en su segundo poemario, '17 segundos'. «La muerte siempre me ha aterrorizado», reconoceKirmen Uribe (Ondarroa 1970) acaba de publicar la traducción de su segundo libro de poemas '17 segundos' (Ed. Visor). Su distribución se ha demorado un poco por la pandemia, pero ahora podemos disfrutar de la poesía de un autor clave en la actual literatura vasca. ... Habría que recordar que su primer poemario, 'Bitartean heldu eskutik' (2001), que fue traducido con el título de 'Mientras tanto dame la mano' (2004), es uno de los libros de poesía más leídos en euskara, conoció varias ediciones en castellano y fue rápidamente traducida al francés y al inglés. Muchos lectores elogian la capacidad emocional del escritor en su prosa. Kirmen Uribe habla desde su apartamento de Nueva York, ciudad en la que reside desde 2018.
- El libro comienza con una contraposición entre el tiempo de la contemplación de un cuadro, que parece ser de 17 segundos, y el tiempo de la lectura de poesía, y de literatura, que exige una mayor concentración. Un contraste entre el tiempo de la levedad y el de la profundidad con una afirmación clave: «La poesía es algo lento».
- La anécdota de los 17 segundos delante de un cuadro nos la contó Joan Goodman, amiga y curadora del museo Metropolitano de Nueva York. La gente está demasiado ocupada como para pararse a contemplar un cuadro, a interpretar las historias que cada obra contiene. Se sacan un selfi y se marchan. La poesía por el contrario exige atención. Su escritura y también su lectura. Es curioso cómo surge un poema dentro del cerebro del poeta. Muchas veces ni el propio escritor lo sabe. Lo escribe y más tarde le da un sentido. Jonathan Haidt, profesor de Liderazgo Ético en la Universidad de Nueva York, dice que la intuición siempre va primero y el razonamiento lógico después. Primero sentimos algo y luego razonamos lo que ha sido. La poesía alcanza a retratar esa intuición primaria; la ficción, en cambio, es mucho más pensada, más trabajada, no es capaz de recoger esa chispa original. Por eso me gusta la poesía.
- ¿Puede considerarse el libro un gran fresco biográfico con un arco temático que va desde la visión de la infancia y la juventud (los primeros años de la Universidad) hasta su residencia actual en Nueva York?
- Podría tratarse de un retrato de nuestra generación. Sin embargo, he de decir que no me gusta hablar de mí mismo, eso por sí solo no es interesante. Louise Glück, la última Premio Nobel de Literatura, gran poeta estadounidense, dice que, aunque se basa en su propia vida para escribir poesía, su fin no es escribir sobre ella misma, sino que el lector, o la lectora, haga suyos los poemas. Coincido en eso con Glück. En una de las glosas del libro, hablo de «convertir en común el dolor de cada uno». En el poemario está el niño, el niño que fui, un niño solitario que hasta los seis años no dirigió ni una palabra a sus compañeros de clase y era feliz dentro de su propio mundo imaginario. Aparece la imagen de mi padre, que murió sin llegar a ver una Euskadi en paz, una paz de que él ansiaba. Aparecen los jóvenes de la generación anterior a la mía, tan modernos, y que tanto sufrieron con el sida. Eran mis héroes. Todas esas vivencias son mías, pero no son exclusivas. Hay miedos, alegrías, vivencias en el libro que, aunque tienen una forma particular, son comunes entre la mayoría de mi generación.
- En este sentido, ¿es el libro un diario hecho de fragmentos, recuerdos, que a su vez remiten a elementos recurrentes en su obra?
- Creo que mi poesía es muy visual. No me interesan ni la palabrería ni los fuegos de artificio literarios. Mi lenguaje es muy sobrio y voy completando poemas mediante escenas más que mediante frases más o menos ocurrentes. El poema 'Tren número 2', por ejemplo, habla de un día feliz, un domingo, en el que vamos al zoo del Bronx. Un día típicamente familiar. A la vuelta, nos subimos al primer vagón del metro y mi hijo pequeño empieza a grabar con mi móvil las vías del tren. Al rato, se aburre y se sienta. Y justo en ese momento un hombre se suicida saltando delante de nuestro vagón. Mi hijo no lo vio de milagro. Eso es Nueva York. Podría describir la ciudad mediante figuras poéticas o mediante una escena. Y esa escena lo dice todo. Hay un poema de Anne Carson que habla del viejo jersey de su padre. El jersey cuelga sobre una silla de la cocina pero el padre ya no está. Y la poeta se pone su jersey. Eso es el poema. Un poema sobre la muerte de su padre. Muy sencillo, no necesita nada más.
- En alguna entrevista usted ha declarado que dentro del libro existen siete libros distintos con claves métricas diferentes: los poemas casi alegorías de la primera parte, los haikus para su experiencia de objetor de conciencia en la cárcel…
- Cada poema elige su forma. Los poemas de la cárcel exigían ser mínimos. En la cárcel hay muchos momentos de silencio, de soledad. Por eso opté por los haikus, la forma poética más cercana al silencio. El viaje a Japón es narrado en forma de tanka, otra forma japonesa, que los poetas clásicos nipones utilizaban para relatar sus viajes. Recurro a los zortzikos para contar la historia de un colonizador de origen vasco y luego están el verso libre, las glosas y composiciones más vanguardistas. Siempre me ha interesado mucho más la forma. Creo que cualquier avance en la Historia de la Literatura Universal se ha dado porque se ha innovado en la forma. La forma, creo que te oí decirlo en una de tus clases en la Universidad, es liberadora, y el contenido es secundario. En este sentido, considero que en Norteamérica son muy libres a la hora de formular nuevas formas literarias. Es algo que admiro de ellos. Para ellos la poesía vive más allá de los géneros, incluso incorporan imágenes a sus libros, entradas de internet. La poesía se expande por la mesa como una taza de café que hemos derramado por descuido. Admiro esa libertad creativa, esa valentía.
- Habría que subrayar, a mi parecer, el esfuerzo técnico de llevar a cabo una nueva creación de espacios y maneras de decir distintas, que se van desplegando a través del libro… como si no quisiera repetir lo que ya se ha demostrado como eficaz.
- (Se ríe) Tal vez me suceda como a Walt Whitman, que toda la vida se la pasó reescribiendo el mismo libro. Hay una ley en la literatura que te aconseja que hagas lo que sabes hacer bien. Pero por otra parte el artista siempre quiere aprender, realizar aquello que nadie ha llegado a hacer, ni siquiera él mismo. El escritor siempre va por delante, es un explorador solitario, aunque luego se equivoque. Hay un poema en el libro que dice, «nosotros somos pájaros, nosotros somos libres, y no nos pueden atrapar». Ese espíritu libertario permanece en mi vida y en mi escritura. No escribo como me han enseñado que escriba, no sigo a la Academia. No me interesa escribir como otros. Trato de buscar nuevas formas, incorporar los cambios que se han dado en nuestras vidas y en nuestra sociedad a los libros. La literatura es siempre el reflejo de su época. Pero no solo en lo que se refiere a los temas. Se trata también de incorporar los nuevos lenguajes.
- Desde los afectivos y emocionantes poemas-cuentos de la primera parte existe en el libro un olor agridulce que se mantiene durante todo el texto, sobre todo con una conmovedora sección dedicada a la muerte…
- La pérdida está muy presente en el poemario. Creo que es el gran tema que lo recorre. La muerte es algo que siempre me ha aterrorizado. De niño quería creer que en mi familia nadie iba a morir nunca, como si la muerte pasara de nosotros. De hecho, no había muertos en mi entorno. Mis abuelos vivían y gozaban de buena salud. Incluso en la cultura vasca no teníamos muertos. Faltaba Gabriel Aresti, por supuesto, pero nuestros grandes referentes de la canción, de la poesía, narradores, artistas, estaban todos vivos. Era una idea muy ingenua. Poco a poco perdimos a Oteiza, Chillida, Laboa, Lete, Zumeta, incluso gente más joven como Iñigo Muguruza… Y murieron familiares y amigos. Pienso que uno pasa de la juventud a la madurez cuando muere un amigo, cuando uno se da cuenta de su propia fragilidad. Aunque más tarde aprendemos a vivir con los vivos y con los muertos, te das cuenta de que los que mueren siguen en nuestras vidas, son parte de la vida. Es curioso, pero la palabra 'desaparecer', seguro que te has dado cuenta, aparece mucho en el libro. Hay un poema muy oscuro que tiene el mismo título. Este Kirmen de apariencia tranquila y sosegada que ahora ves también tiene momentos depresivos en los que cree que nada tiene sentido. La última palabra del libro es 'desaparezco'. Y en cierta medida puede que lo haya hecho con mi traslado a Nueva York, no sé.
- Hay una sección sobre la vida en Nueva York, pero al final se vuelve de nuevo a la precepción de una identidad cada vez más definida, en la serenidad y en el dolor, en la alegría de la vida y en el dolor de la ausencia...
- Tal vez me haya hecho mayor. Puede que con '17 segundos' esté dando comienzo a una nueva etapa en mi vida como escritor. A partir de ahora quisiera escribir de manera completamente libre. El año que estuve preparando la muestra 'ABC' para el Museo de Bellas Artes de Bilbao tuve la suerte de poder hablar mucho con Miguel Zugaza, su director. Recuerdo que una vez me dijo: «No hagas caso a lo que opinen los demás sobre tu obra, pueden hacer que pierdas tu estilo. Escúchales, pero siempre sigue tu propia voz». Dar lo mejor de mí mismo y escribir libros de calidad, es lo que pretendo. Todavía hay un gran trecho que recorrer. Aún quiero aprender mucho. Es lo que me ha movido en la vida, el querer aprender, investigar, probar cosas nuevas. Si no, me aburro. Edward Said decía que uno escribe mucho mejor cuando se da cuenta de la finitud de sus días. Pues a ver si es verdad.
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