El impacto de la memoria manchada
Ensayo ·
El autor, que conoció a Juan José Arreola, se pregunta hasta dónde las acusaciones sobre abusos sexuales contaminan la obra del escritor mexicanoEnsayo ·
El autor, que conoció a Juan José Arreola, se pregunta hasta dónde las acusaciones sobre abusos sexuales contaminan la obra del escritor mexicanoemilio alfaro
Sábado, 10 de diciembre 2022, 00:02
Nunca conocemos lo suficiente a la gente, incluso a la más cercana y familiar. Lo que no deja de ser un alivio: la estima que tenemos a las personas más queridas difícilmente soportaría un escrutinio pormenorizado de sus actos, sus omisiones o sus pensamientos. Toda ... relación con los demás -y aquí el adverbio afortunadamente resultaría bien apropiado- produce un conocimiento parcial, limitado…, y revisable. Cuántas veces nuestra opinión asentada sobre una persona se ve empujada a cambiar al enterarnos más tarde de una faceta de su vida que nos era desconocida. Si este desvelamiento, por lo general negativo, se proyecta sobre personajes de relevancia a los que tenemos una gran consideración, la mudanza de nuestra estima tiene consecuencias más amplias. No solo se ve afectado nuestro aprecio a la persona, a la luz de esa conducta reprobable, sino que la mancha amenaza con entintar y alterar la valoración del conjunto de su vida y sus realizaciones, sea el afectado un político, un artista o un creador en sentido amplio.
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Yo conocí al escritor mexicano Juan José Arreola (1918-2001), que compone con Borges y Cortázar la santísima trinidad del relato corto en la literatura latinoamericana. Lo conocí de forma azarosa y breve, como son sus cuentos. La casualidad quiso que en un viaje que hizo a España en 1980 sintiera el deseo de conocer el lugar de donde al parecer procede su apellido y una parte de sus variados ancestros: Arriola, un pequeño pueblo de Álava (no más de cincuenta habitantes) situado bajo el macizo de Aitzkorri. Un responsable local de Cultura que lo acompañó en la búsqueda de sus raíces se puso en contacto con la redacción de EL CORREO en Vitoria, donde yo acababa de empezar a trabajar, y ponderó la importancia del visitante, merecedor de atención informativa.
Al preguntar el director si había algún voluntario para la tarea, en un tiempo sin internet ni Wikipedia, hice constar que tenía una vaga referencia del escritor, por cuanto había leído 'Varia invención', una de sus primeras obras -el librito lo había encontrado, también casualmente, unos años atrás, en una librería de viejo de Valencia; una edición mexicana con tapas precarias y papel propenso a amarillear-. De modo que se me adjudicó por derecho y sin discusión la tarea de hacer una entrevista al literato ilustre pero desconocido por aquellos lares. Guardo todavía el recuerdo de Arreola con su americana colonial, enjuto, seductor, el pelo abundante y ya cano ondulándose y dando un aire patricio a su rostro. Fue amable en extremo y generoso en el tiempo que me dedicó en el vestíbulo del hotel donde se hospedaba. Creo que a la postre me hizo más preguntas que yo a él. Cuando le dije que estaba en el periodismo porque sobre todas las cosas me gustaba escribir, se interesó por mis lecturas y me animó a que no cejara en ese empeño.
Hace ya tiempo que echo en falta el baqueteado ejemplar de 'Varia invención', pero sí tengo grabada la dedicatoria que escribió en la página de guarda con una letra quebrada y en tres renglones desmayados: «Para…, en recuerdo de una placentera plática. J.J. Arreola». Aquel encuentro me incitó a buscar más obras del escritor -logré hallar en otra librería de lance 'Confabulario', más tarde 'Palíndroma'; por aquel entonces apenas había sido editado en España- y mi estima por Arreola aumentó. Sin duda por la originalidad de su escritura y su forma de enhebrar los clásicos con la cotidianeidad y la ironía, pero también por el hecho de haberlo tratado y gozado de su efímera compañía. Sin embargo, ay, hace unos tres años, la escritora Elena Poniatowska, con motivo de la publicación en México de su libro 'El amante polaco', desveló que Arreola la violó siendo veinteañera y que fruto del abuso tuvo su primer hijo, del que su padre se habría desentendido absolutamente.
No puedo dejar de lado esta circunstancia cuando rescato de mi biblioteca el volumen de a octavo de 'Confabulario', editado en 1982 en México por Joaquín Mortiz, con su cubierta de color rojo y la doble inicial del nombre del escritor y su apellido en grandes letras blancas. Los relatos de 'El Guardagujas' o 'Un pacto con el diablo', cuando vuelvo a leerlos, me siguen causando la misma impresión que la primera vez. No deja de admirarme que ese arrebato de imaginación y ajuste de orfebrería sea obra de aquel autor consagrado que me brindó su atención cuando era yo apenas un periodista en ciernes. Sin embargo, el episodio divulgado por la premio Cervantes no me permite, aunque quiera, ver a Arreola con la misma mirada con la que lo había valorado hasta ahora.
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Me perturba pensar que el hombre atento y escueto al que entrevisté a sus 62 años bien llevados fuera el mismo que tres décadas antes pudo haber violentado a Poniatowska, prevaliéndose de su condición de 'maestro' en talleres de escritura en los que derramaba su talento literario; o el minotauro maltratador sentimental que describe la pianista y también escritora Tita Valencia en otro desvelamiento tardío. Me pregunto por qué las dos mujeres tardaron seis décadas en manifestar el abuso que sufrieron y señalar a quien se lo infligió; por qué esperaron casi veinte años desde el fallecimiento de Arreola, quien no puede ya refutar, admitir o matizar las acusaciones. Y me digo que si apenas nada puedo saber de la vida privada del personaje a quien tan someramente traté, menos todavía estoy capacitado para enjuiciar la veracidad o no de los hechos revelados por Poniatowska y Valencia, y las razones y sentimientos que las llevaron a callarlos durante tanto tiempo, hasta el surgimiento del movimiento Me too.
Pero, aceptando la veracidad de lo denunciado, ¿hasta qué punto el conocimiento de la conducta privada de Arreola contamina e impugna la valoración de su obra? ¿Dejaría de ser menos genial Woody Allen si llegara a demostrarse que abusó de su hija Dylan Farrow? ¿Mengua la dimensión de poeta de Neruda, cualquiera que sea la que le corresponda, por los lances oscuros de su biografía que han aflorado recientemente? No tengo una respuesta satisfactoria a esas preguntas. Solo puedo testimoniar la incomodidad que me invade cuando mi recuerdo idealizado de Juan José Arreola se topa con esas informaciones que no puedo dejar de desconocer. Aun así, considero injusto que toda su aportación literaria y biografía se reduzcan a ser «un predador sexual», como hace algún artículo sobre él que puede leerse en internet y que solo después añade su condición de «escritor, académico y editor mexicano». Pero tampoco puedo evitar que, desde que supe de las acusaciones, sus relatos, siendo igual de deslumbrantes, ya no me sepan igual que antes.
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