La primera mención a las hormigas grises se encuentra en las memorias del doctor Livingstone, supongo. En ellas nos cuenta que, al atravesar el Zaire por el codo que forma al descender en Kisangani, se dio de bruces con una especie de hormigas nunca vistas, ... que al sol de la tarde tropical parecían fabricadas de madreperla o cemento fresco. El doctor llevaba con él un mapa, que se quedó entre los arbustos cuando la expedición fue atacada por un rinoceronte, también gris; ese y no otro ha de ser el origen de la insólita familiaridad de este tipo de artrópodos con los signos, y de su uso para obtener presas de mayor enjundia que gusanos o escolopendras, muy abundantes, por otro lado, en las latitudes que suelen habitar.
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Todos los tratados de entomología coinciden en que la hormiga gris es una de las criaturas más mortíferas a las que puede enfrentarse el ser humano. Su diminuto tamaño no debe llevarnos al error: como las inseguridades y los vasos de licor, es su acumulación lo realmente peligroso y lo que conduce fatalmente a la destrucción. Los buscadores de tesoros ven de pronto en el suelo una equis como la que marca su plano, formada por las hormigas al juntarse, y avanzan hasta caer en un hoyo; cazadores inexpertos sorprenden flechas en los árboles indicando una dirección, también hechas de hormigas, o espirales, incluso letras mayúsculas que parecen incluir alguna advertencia: cuando se dan cuenta de que dichos indicios desembocan en barrancos o zarzas, ya es demasiado tarde. Una vez indefensas las víctimas, cascadas grises de hormigas caen sobre ellas como un baño de agua sucia: el hueso queda desnudo en cuestión de pocas horas.
Según el parecer de la mayoría de los especialistas, las hormigas imitan estos signos con el único objeto de confundir a los exploradores, de atraerlos y comérselos. Otros, sin embargo, hablan de letras, aspas y círculos escritos en la hierba en ausencia de ojos humanos que puedan descifrarlos, lo cual parece indicar que la comunicación ha llegado más lejos, aunque no se sabe muy bien con quién ni para qué. Una vez, un porteador extraviado chocó con una palabra en el tronco de una acacia, y un profesor de Biología, luego internado en una institución, dijo haber pisado el primer verso de la 'Eneida' al buscar un sitio donde orinar.
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