En el año 2007, el violinista Aaron Lee fue el más joven de su promoción en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. Dos años después, se convirtió en el profesor más joven de la Orquesta Nacional de España, con 20 años. En 2014 ... ya estaba emprendiendo, fundando empresas y diversificando lo que ganaba, porque se había dado cuenta de que no iba a poder estar toda la vida en el mismo sitio, haciendo lo mismo. Y no solo se preocupaba de su futuro, sino que pensaba en el de otras personas, de ahí que en 2015 constituyera la Fundación Arte que Alimenta -definida como «un espacio seguro para jóvenes y niños que sufren situaciones de desamparo social y económico» y con el objetivo de ofrecerles, a través del arte, «la oportunidad de crecer, expresarse y potenciar sus capacidades»-. Porque lo que no cuenta el currículum oficial, el de la fecha de graduación, las becas en el extranjero y los empleos de relumbrón para un jovencito, lo había llevado a él mismo a estar en una situación de desamparo absoluto.
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Nadie lo habría pensado, viendo su contexto familiar. Nacido en Madrid de padres surcoreanos, en su familia todo gira en torno a la música. Su madre, pianista. Su padre, director de orquesta, compositor y pianista también. Y el niño Aaron Lee era un pequeño prodigio que estudiaba violín a los cuatro años y que tenía la senda bien marcada. Durante mucho tiempo pensó que la música era su vida, que era lo único. Ahora reconoce que es solo un dos por ciento, que le da color, que es importante pero no lo más importante de sí.
El problema llegó cuando en la adolescencia se le ocurrió decirles a sus progenitores que le gustaban los chicos... y todo saltó por lo aires. Hasta el punto de que lo que cuenta en su libro autobiográfico 'Yo soy el que soy', publicado el año pasado, parece imposible de tan cruel. La fundación Arte que Alimenta lo lleva ahora al escenario, en El Pavón Teatro Kamikaze, y este será el último montaje de la sala antes del cierre definitivo a finales de este mes.
En 'Yo soy el que soy', que en escena cuenta con la narración de la actriz Verónica Ronda y el acompañamiento musical del propio Lee y de Gaby Goldman, se recuerdan cosas como que, cuando tenía 17 años -la edad en la que dijo en familia que era homosexual-, su padre le hizo la maleta y lo llevó a una isla situada entre Japón y la península de Corea con la excusa de que allí iba a recibir unas clases magistrales. Lo que ocurrió, en realidad, fue que lo encerró en una habitación en la que había poco más que una silla y un violín y que, cuando salía a la calle, los habitantes del pueblo vigilaban todos sus pasos. Eran pocos: del habitáculo a la iglesia y vuelta. Como para volverse loco. El violinista pensó, de hecho, que iba a morir joven.
Aaron Lee imaginaba huidas en ferry hacia la libertad y ser quien realmente era, pero ni siquiera tenía el pasaporte, por no hablar de dinero. Un día consiguió acercarse al teléfono y llamar a la Embajada española en Seúl, pero se enteró el padre y le dio la mayor paliza de su vida -por lo que cuenta, había habido otras, nunca como aquella-. Así que fingió estar curado de su enfermedad, que era lo que la familia pensaba que tenía, y volvió a Madrid dispuesto a seguir viviendo como antes. Se dedicó en cuerpo y alma a los estudios, olvidándose de todo lo demás. Era, reconoce, un tipo tóxico, intratable. Porque volver a lo de antes, sabiendo lo que ya sabía, no era posible.
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Su 'curación' duró lo justo para terminar los estudios. Su madre lo pilló animadísimo celebrando el Europride aquel año -tenía lugar en Madrid- y lo echaron de casa. Tenía 19 años y se vio tocando en la calle una temporada, sobreviviendo con lo mínimo, calculando los gastos hasta el último céntimo. Menos mal que gracias a su currículum encontró trabajo pronto; primero en la Orquesta de Radio Televisión Española, después en la Orquesta Nacional. Allí estuvo seis años, no más. Quería probar otras cosas.
Ha producido algún espectáculo musical, por ejemplo. Ha trabajado en otras orquestas. Ha planeado grandes giras en solitario que luego ha cancelado. Ha perdonado lo que sus padres le hicieron. Y ahora cuenta en escena quién es, libremente.
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