Todo al hierro
Un tándem creativo ·
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Un tándem creativo ·
Susana Chillida ha forjado una biografía conjunta de sus padres que ayuda a entender su éxito de vida y obraEduardo Laporte
Sábado, 2 de noviembre 2024, 00:01
Susana Chillida (San Sebastián, 1958) presentó 'Una vida para el arte' (Galaxia Gutenberg) en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, el lugar donde Eduardo Chillida (1924-2002) recibió las clases de escultura claves para abrazar esa vida. Se la entregó también a la familia, ... pues el matrimonio formado por Chillida y Pilar Belzunce fue también prolífico en hijos: ocho. La más pequeña, Susana, «escritora y humanista», nació el año en que la pareja se instala en Villa Paz, en Ategorrieta (Guipúzcoa), tras recibir el Gran Premio de la 29ª Bienal de Venecia. Allí, entre esculturas, transcurrió la infancia de Susana y sus hermanos, y también los años clave en la consolidación de Chillida como escultor de renombre internacional.
«Lograr tener una casa propia, y los medios para alimentar a sus ochos hijos, fue el mayor hito de mis padres como pareja», señala. Se confirmaba así que la decisión de abandonar los estudios de Arquitectura fue un acierto. Chillida contaba con un estudio, una casa auxiliar («como las que pinta un niño, con su tejado a dos aguas») donde encontraba la paz para trabajar. Las tormentas interiores que pueblan el alma de todo creador lograron encontrar su mar calmo más productivo.
La benjamina de la familia insiste a lo largo del libro en el papel fundamental de Pilar Belzunce en la carrera de su marido, con quien se casó en 1950. «Pili» hacía de pilar desde el momento en que él le dijo aquella famosa frase de «sí tú me sigues…» y ella le apoyó en su decisión de apostarlo todo al hierro, es decir, al arte, a la vocación, a la escultura.
Pilar Belzunce lo siguió, dejando de lado sus propias vocaciones, sus propios afanes. «No hubiera podido ayudar a Eduardo como lo hizo de no ser porque ella tenía una sensibilidad artística propia que podía haber desarrollado», leemos en el capítulo de 'El sueño truncado de Pili'. Un capítulo algo agridulce porque reconoce que esa sensibilidad se canalizó solo hacia el trabajo de su marido. Otro sueño que quedó aparcado fue el de construir en las afueras de Madrid un gran estudio para pasar temporadas. «Pero él dijo que no pensaba, ni entonces ni nunca, moverse de San Sebastián».
Ambos formaron un tándem (la expresión la usa también Susana para referirse a los marchantes Marguerite y Aimé Maeght) que se apoyaba en la complicidad artística y en la logística, ya que Pilar lo acompañaba en todos los viajes y le administraba las finanzas. Esto generaba ausencias más frecuentes de lo que le habría gustado a la autora 'Una vida para el arte'. «En mí quedó esa falta de amor que reinaba en la casa cuando ellos no estaban», confiesa Susana Chillida, que se rebelaba cuando llegaba el mandato, tan de aquella época, de «niños, al cuarto de jugar». En el salón se concitaban grandes reuniones con personajes de indudable carisma, como Gabriel Celaya y su mujer, la también poeta Amparo Gastón, y los pintores Marta Cárdenas y Rafa Ruiz Balerdi. «Vivir era observar. Aún lo es».
Si uno se acerca hasta el Peine del Viento, quizá la obra más emblemática de Chillida, se envuelve en un silencio tan solo roto por los sonidos de los elementos. En parecido silencio pareció protegerse él en una época complicada para ser artista (y otras cosas) en el País Vasco. Así, construyó su propia cúpula de Prada Poole (metafóricamente hablando) para instalarse dentro y hacer oídos sordos a rumores o provocaciones («tensiones internas») que podrían separarle de su camino de hierro.
Una de ellas vino de Jorge Oteiza, quien sentía hacia Chillida «una combinación de amor y odio a partes iguales que fue creciendo con el tiempo». Suyo fue este reproche, en los primeros años de andadura del escultor: «Has abandonado al hombre». Porque Chillida fue el primer artista vasco en abrazar la abstracción, camino que seguiría por cierto Oteiza tras sus apóstoles de la basílica de Arantzazu y otras excepciones figurativas.
Pero Chillida hizo un esfuerzo para frenar una «impulsividad» que le venía de serie y optó por un perfil bajo en todos los ámbitos, menos el artístico. «Nunca se dejó despistar por provocaciones», concluye su hija. Ciertas tensiones fruto del magma nacionalista que se vivía en pleno siglo XX, entendidas como parte de las «dificultades vitales» que le tocaron, acabaron «dando riqueza a su obra».
Porque Chillida evitó siempre (aunque lo admirara en su perfección) el ángulo recto por resultarle demasiado intolerante. Y optó por una rigidez tan suave como para acariciar el viento. En ese juego de contrastes descansa parte de su éxito, de su hecho diferencial, como su capacidad (compartida con Bach) de ser «moderno como las olas, antiguo como la mar».
Susana Chillida ha dedicado buena parte de su trabajo a conservar, divulgar y profundizar en la obra de su padre. Se doctoró en Educación en la Universidad de Columbia (Nueva York) y es autora de varios documentales cuyo rastro se puede seguir en el libro 'Chillida, el Arte y los Sueños' (UPV/EHU, 2004). Sus conversaciones fueron tan fructíferas como para nutrir obras documentales y literarias. Pero, así como el ángulo recto no convencía a Eduardo Chillida, un acercamiento biográfico que no incluyera a su mujer, Pilar Belzunce, no terminaba de convencer a Susana. En 'Una vida para el arte' reconoce haber encontrado la cuadratura del círculo.
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