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Fotograma de 'Drácula'. Terence Fisher, 1958.
Hermanos de sangre
Cine

Hermanos de sangre

Exposición ·

El género de vampiros, tan antiguo como el propio cine, reúne en CaixaForum a una tropa improbable: lord Ruthven y Buffy bajo el mismo techo

begoña gómez moral

Sábado, 13 de junio 2020, 00:55

Hace unos meses salió al mercado de antigüedades un maletín que pudo pertenecer al pintor Philip Burne-Jones. Parte del público lo conocía por el programa de televisión 'Casa de empeños', donde un experto en la época victoriana lo había fechado hacia 1890 y tasado en más de 20.000 euros. El ebanista había hecho un trabajo excelente por fuera y el interior no le iba a la zaga. Forrado de terciopelo púrpura y compartimentado para que cada cosa tuviese su sitio, contenía un espejito de mano, varios crucifijos, un rosario de azabache, frascos de agua bendita, un mazo adornado con una cruz y varias estacas de madera. No hace falta decir que era el equipamiento esencial para liquidar vampiros. Todo lo relacionado con el ocultismo causaba furor en la época y no era raro exhibir un objeto así en la vitrina de la biblioteca. Aquella caja era una pieza de lujo que contenía, a falta de una ristra de ajos, «todo lo que puede necesitar el caza-vampiros exigente».

El problema es que incluía también dos pistolas de calibre 45 y un molde para balas junto a una caja de perdigones de plata. Ahí ya saltaron las alarmas porque a estas alturas nadie ignora que los vampiros son inmunes a los disparos, aunque sean de plata. Que las balas de ese metal son para cazar licántropos está en el catecismo de cualquier aficionado. La manera de acabar con un vampiro es clavarle una estaca en el corazón -al parecer, mejor si es de avellano- cortarle la cabeza y quemar los restos. Es impensable imaginar que Philip Burne-Jones no lo supiera.

El pintor vivió bajo la comparación perpetua con su padre, el pionero prerrafaelista sir Edward Burne-Jones, que le legó título nobiliario y fondos suficientes para no necesitar ganarse la vida, hecho que, según algunos expertos y su tía Margaret, atenuó su ambición y perjudicó su carrera. Es plausible que tuviera un maletín así, aunque no con intención de usarlo, sino como objeto de intriga y tema de conversación para la sobremesa. También cabe pensar que sea una falsificación, al menos parcial. Muchos estuches de duelista se han adaptado para venderlos como equipos caza-vampiros, mucho más cotizados, pero lo cierto es que entre retratos, paisajes y figuras alegóricas, el cuadro más conocido de Burne-Jones es 'El vampiro', al que su primo, Rudyard Kipling, dedicó un poema. La pintura se expuso por primera vez en 1897, justo el año que se publicó 'Drácula'.

A diferencia de la novela de Stoker, en el cuadro -en paradero desconocido- no hay ningún conde transilvano, sino una mujer en camisón erguida sobre el cuerpo exangüe de un hombre. Así, con unos meses de diferencia, nacían dos mitos que pronto encontrarían hueco en la imaginación del público, de donde no volverían a moverse.

Hasta el siglo XVII, la sangre podía testificar legalmente en un juicio

El gran aliado

Para conseguirlo, iban a contar con un poderoso aliado, el cine, que daba los primeros pasos por las mismas fechas y parecía decidido a seguirlos de cerca y absorber su sangre con todas las consecuencias. Al amor incondicional entre vampiro y celuloide dedica CaixaForum una muestra con las fechas trastocadas por la pandemia, pero con una agenda complementaria que incluye la donación -voluntaria- de sangre al centro de Transfusiones de la Cruz Roja.

Cuando se publicó 'Drácula' ya había marcas recientes de vampiro en la literatura. Estaba el de Polidori, por supuesto; 'Carmilla', de Sheridan Le Fanu y la bondadosa -a su manera- 'Margery de Quether', una desconocida que seguramente todavía espera «entre las rocas más remotas del páramo». Pero fue el escándalo por la exposición del cuadro de Burne-Jones en Estados Unidos el detonante de una pieza teatral en 1907. De ahí al guión cinematográfico solo hubo un paso. Como título se mantuvo el primer verso del poema de Kipling, 'Érase un tonto…', pero para encarnar a la antiheroína hacía falta alguien especial y los productores de la Fox, que todavía ni siquiera se llamaba Fox, seleccionaron a una joven actriz casi desconocida que apenas había hecho algo de teatro y respondía al poco exótico nombre de Theodosia Goodman. Como aquello no podía ser, se lo cambiaron por Theda Bara y se inventaron que su padre era un jeque árabe en lugar de un sastre de Ohio.

Arriba: 'El beso (Bela Lugosi)', serigrafía. Andy Warhol, 1963. Abajo, a la izquierda: Una escena de 'Les Lèvres rouges'. Harry Kümel, 1971. A la derecha: 'Autorretrato como vampiro'. Claire Tabouret, 2019.
Imagen principal - Arriba: 'El beso (Bela Lugosi)', serigrafía. Andy Warhol, 1963. Abajo, a la izquierda: Una escena de 'Les Lèvres rouges'. Harry Kümel, 1971. A la derecha: 'Autorretrato como vampiro'. Claire Tabouret, 2019.
Imagen secundaria 1 - Arriba: 'El beso (Bela Lugosi)', serigrafía. Andy Warhol, 1963. Abajo, a la izquierda: Una escena de 'Les Lèvres rouges'. Harry Kümel, 1971. A la derecha: 'Autorretrato como vampiro'. Claire Tabouret, 2019.
Imagen secundaria 2 - Arriba: 'El beso (Bela Lugosi)', serigrafía. Andy Warhol, 1963. Abajo, a la izquierda: Una escena de 'Les Lèvres rouges'. Harry Kümel, 1971. A la derecha: 'Autorretrato como vampiro'. Claire Tabouret, 2019.

La escalera del mito

El 14 de enero de 1915 se estrenó la película: 67 minutos de metraje para asistir al nacimiento de la 'vampiresa' en estado puro. Circe, Dalila y Salomé tenían una nueva hermana. La protagonista resultó ser también una de las primeras actrices encasilladas, repitiendo, a su pesar, el papel en otra docena de películas. También fue pionera de una estirpe de tentadoras del celuloide con hitos como Bette Davis, que en 1932 condensaba el espíritu 'vamp' en una sola línea de guión: «Te besaría, pero acabo de lavarme el pelo».

Por entonces otro vampiro ya ascendía con sigilo la escalera del mito cinematográfico. En 'Nosferatu' el conde Orlok no seducía con belleza y encanto. Su estilo era otro y bebía sangre en serio. Varios estudios atestiguan que precisamente en ritos perdidos en la prehistoria pero indeleblemente unidos con la sagrada hemoglobina se funda el éxito del fenómeno vampiro. La veneración del torrente humano, imprescindible para la vida, tan rojo y brillante cuando aún late, pervive, por ejemplo, en el poder milagroso de los mártires cristianos y, aun antes, Plinio narró cómo enfermos de epilepsia bebían la sangre de gladiadores muertos. Hasta el siglo XVII -no hace tanto en términos vampíricos- la sangre incluso podía testificar legalmente en un juicio. El fenómeno se llamaba 'Ius cruentationis' y obedecía a la creencia de que un cadáver podía empezar a sangrar espontáneamente en presencia de su asesino.

Para 'Nosferatu' hicieron incluso un 'casting' de ratas «bien cuidadas»

No es de extrañar que, a pesar del éxito moderado que obtuvo cuando se estrenó en el Zoo de Berlín, la sombra de 'Nosferatu' empezara a solidificarse con rapidez. Tanto que en 1931, cuando hubo que repatriar el cuerpo de F. W. Murnau desde Estados Unidos, la tripulación se negaba a aceptarlo a bordo. El cineasta vivía en Los Ángeles cuando murió a los 42 años. Sobrevivió a ocho derribos de su avión en la Primera Guerra Mundial, y fue a perder la vida en un accidente de coche cerca de Santa Bárbara. Tenía en su haber un premio de la Academia y faltaba menos de una semana para que estrenase otra película. Aun así, prestigioso y laureado, no lo querían en el trasatlántico que debía llevarlo a Hamburgo. Los marineros suelen ser supersticiosos y, en el tira y afloja, el féretro embarcó y desembarcó varias veces antes de que por fin consintieran levar anclas.

Murnau fue un esteta apasionado por su trabajo. Tras sus inicios en el teatro llegó al cine en 1919. Hizo varias películas, la mayoría perdidas, pero 'Nosferatu' (1922) fue un paso de gigante para él y para la Historia del medio: hay en ella la textura de la pesadilla recreada en movimientos de cámara nuevos -incluso hay algo de 'stopmotion'-, una iluminación paradigmática del expresionismo alemán, y hasta el persistente rumor de que el protagonista, Max Schreck -cuyo nombre significa 'máximo susto'- era un vampiro auténtico.

La escena más célebre de 'Nosferatu'. F.W. Murnau, 1922.

Grandes cambios

La narración era básicamente 'Drácula' con los nombres cambiados, lo cual costó a la productora una demanda de la viuda de Stoker. El guión se limitaba a añadir la llegada de la peste bubónica en el 'Deméter' junto al vampiro, para lo que hubo que hacer un célebre casting de ratas «bien cuidadas». En manos de Murnau, la película tenía tal poder de sugestión que al verla sucedía lo que suele pasar con el buen cine: nadie pensaba en los efectos especiales y la trascendencia estética. A pesar de la forma de interpretar exagerada y teatral propia de la época, dejaba en el público la impresión de haber asistido a la proyección de un mal sueño y la certeza de que 'Nosferatu' es un filme que cree en los vampiros. Quizá por eso alguien profanó en 2015 la tumba de Murnau en Berlín para robar su cráneo.

Desde el rostro expresionista de Max Schreck y el de Klaus Kinski al de Catherine Deneuve, Annette Strøyberg o Delphine Seyrig , los vampiros han cambiado mucho y poblado películas de todos los géneros: política, terror 'de fregadero', melodrama, comedia, erótica y animación. A veces todo mezclado. En 1995 Nina Auerbach enfocaba en 'Nuestros vampiros, nosotros' la capacidad del mito del no-muerto para adaptarse a cada momento. «Tenemos los vampiros que merecemos», afirmaba. El viaje desde lord Ruthven y los vampiros a imagen y semejanza de Byron hasta el miedo a la incipiente emancipación de la mujer y la prevención contra lo foráneo en el 'Drácula' de Bram Stoker era solo el punto de partida. El libro rastreaba a partir de ahí la evolución del mito a través de varias décadas de cine y televisión: 'Vampyr' (1932) de Dreyer; 'Et mourir de plaisir' (1960) de Roger Vadim; 'El ansia' (1983) de Tony Scott.

Después, lo que se podría llamar la era posmoderna es una avalancha. Mantenerse al día es imposible. Para cuando hay ocasión de leer la secuela de 'Drácula' del sobrino tataranieto de Bram Stoker, ya se ha publicado la precuela. Jim Jarmush ofrece su interpretación del egoísmo vampírico en 'Solo los amantes sobreviven', donde por fin, una bala -aunque sea de madera- amenaza con matar un vampiro. Mientras tanto, en el contexto académico, Nick Groom aconseja «ser un poco más como ellos», pero solo en el sentido de hacer frente al bullying como en 'Déjame entrar', sin merodear por las noches, como en 'Una chica regresa sola a casa' y sin llevar la vida de estudiante disfuncional todavía a los 862 años de los protagonistas en 'Lo que hacemos en las sombras'.

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