Los guías polinesios de James Cook
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Frank Vorpahl rescata la historia de los nativos que acompañaron al navegante británicoIbon Zubiaur
Sábado, 20 de enero 2024, 00:03
En uno de sus poemas más famosos, Bertolt Brecht se preguntaba si Alejandro Magno conquistó la India solo. Lo hizo ciertamente acompañado. También James Cook, el navegante británico y «descubridor» de Australia, llevaba consigo a una amplia tropa de científicos y avezados marinos; lo que ... la historia ha sido más reacia a consignar es la cualificada ayuda de varios nativos. Frank Vorpahl, tras dedicar treinta años a investigar los viajes de Cook, rescata la historia de sus guías en un fascinante estudio etnográfico ('Aufbruch im Licht der Sterne', Galiani, Berlín, 2023).
Al incorporar también fuentes orales polinesias, la crónica de Vorpahl es más paritaria, conmovedora en sus hitos y triste en sus desencuentros (por la manía de los británicos de reaccionar al menor robo a tiros y tomando represalias, lo que acabará costándole la vida a Cook en Hawai). Al principio los tahitianos perciben el intercambio comercial como ventajoso, porque los extranjeros rechazan sus ofrendas (objetos sagrados y perros comestibles) y a cambio de fruta, agua, carne y sexo les entregan hachas, limas, sierras y clavos, que ellos usarán como anzuelos. Los clavos pronto pasan a ser moneda habitual en Matavai; al capitán Wallis le preocupa la integridad de su barco, ya que sus marinos los arrancan para pagar favores sexuales en la costa.
El gran protagonista de esta historia es el sumo sacerdote Tupaia, depositario del saber mitológico, genealógico y náutico de los maohi. Desterrado tras la última guerra de su isla natal, las fabulosas armas de fuego de los británicos le hacen concebir una alianza para recobrarla. Cuando arriba a Tahití el 'Endeavour' de Cook, se ofrece como guía para sortear los arrecifes de coral. Se entiende bien con el científico y mecenas de la expedición, Joseph Banks, y ambos se enseñan sus respectivas lenguas. Al capitán le asombra que sepa orientarse sin sextantes en el mar con solo mirar las estrellas, algo que exige cálculos complejos y una memoria de elefante. Fallecido el dibujante de a bordo, Tupaia se lanza a elaborar dibujos, acuarelas y un mapa que guiará a Cook en los años siguientes. Viniendo de un mundo sin escritura y a las pocas semanas de haber tomado por primera vez un lápiz, fue capaz de plasmar sus portentosos conocimientos geográficos.
El desempeño de Tupaia como diplomático no fue menos impagable. En cada nueva costa a la que arriban, a los británicos les urge repostar agua y víveres, pero surgen malentendidos y escaramuzas con los nativos que solo las buenas artes del sacerdote logran aplacar. Hace posible así la exploración de Nueva Zelanda y la costa norte de Australia, aunque ni siquiera él logra entenderse con los aborígenes. A la vuelta, Tupaia enferma de escorbuto; en la pausa para reparar el barco en la colonia holandesa de Batavia, gran parte de la tripulación contrae la malaria. El médico es el primero en morir; Tupaia lo hace en noviembre de 1770. Cook menciona en su diario la «ilimitada disponibilidad» de aquel «hombre agudo, sensible y perspicaz», pero su informe al Almirantazgo elude su papel clave en la expedición.
Para su segundo viaje transoceánico, en 1772, Cook insiste en llevar dos barcos; al capitán del segundo, Tobias Furneaux, Banks le encarga traerse a Londres a un nativo como curiosity. Los voluntarios elegidos son Mai y Maheine. Los dos barcos se pierden durante una tormenta de nueve días en el estrecho de Nueva Zelanda que hoy lleva el nombre de Cook, por lo que el 'Adventure' regresa un año antes, con Mai a bordo. Será la estrella de la temporada en los salones londinenses, y lo retratará entre otros Sir Joshua Reynolds. Aunque Jorge III confía en Mai como su virrey para la Polinesia, en su retorno a Tahití con Cook en 1777 el infatuado maohi derrocha los regalos entre sus parientes en vez de usarlos como dote y casar con la realeza local. En Inglaterra solo le enseñaron a comportarse como un gentleman, con lo que volvió hecho un consumado jugador de cartas pero no un político.
Aunque la sabiduría de Tupaia era irrepetible, Mai y Maheine asesoraron bien a sus capitanes. Al ver que en Tonga abundaban las plumas rojas tan estimadas en sus islas (se llegaba a navegar 1200 kilómetros sólo para obtenerlas), les instaron a pujar por ellas. Gran consejo: si antes les costó horrores adquirir un par de cerdos, a cambio de plumas rojas les ofrecen piaras enteras y hasta a la propia mujer. La expedición se lleva también piezas de museo (armas, herramientas, objetos de culto) y abundante pulpa de corteza, que cotiza al máximo entre los maoríes y les servirá para avituallarse 4000 kilómetros al sur. Sin esa avispada inversión en plumas rojas, Cook no habría podido extender tres años su segunda travesía; en la tercera, de 1777, empezó por hacer acopio de ellas.
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